martes, 29 de junio de 2010

COSAS DE PUEBLO


Ya les he hablado de Mediavilla de los Infantes, provincia de Burgos. He recibido carta de don Servando, el párroco de ese pueblo y gran amigo mío. Además de los saludos de rigor me cuenta alguna que otro novedad del pueblo. Como suele ser habitual en nuestra relación, él solamente me cuenta lo que piensa de los asuntos terrenales que le ocupan, de los otros, guarda un respetuoso silencio, imagino que esperando que sea yo el que le plantee cualquier duda o le pida alguna aclaración al respecto.
Me cuenta la buena marcha que lleva lo de los peregrinos. Está contento que en el pueblo sean cada vez más los vecinos dispuestos a colaborar en las tareas de dar albergue a los que por allí pasan camino de Santiago.
Me cuenta también la preocupación que tienen ahora con las goteras que han aparecido en la iglesia. Las obras que tienen que realizar, por pequeñas que sean, son demasiado caras para la economía de una parroquia tan pequeña como la suya. Intuyo en sus palabras una cierta desesperación. Se siente en ocasiones solo frente a los problemas; puede que tal vez sea también uno de los síntomas de su edad. Cuentan que cuando era más joven era el primero en empujar a todos por el camino de la solución de los problemas. De un tiempo a esta parte se le nota más cobardica.
Afortunadamente está con él Fernando Escribano, el otro gran amigo del que ya les he hablado, y que vive también en Mediavilla de los Infantes. Como la relación es muy cordial con ambos, parece que estuvieran sincronizados entre ellos, de tal modo que cuando recibo carta de uno de ellos al poco tiempo la recibo del otro. En ocasiones he recibido carta de los dos en el mismo día.
Me hacen reír muchas veces. Lo que a uno le preocupa es lo que para el otro es aportar una solución, y debo ser yo desde aquí quien interceda. Tengo en esta ocasión que escribir a don Servando y darle la buena nueva que sobre sus preocupaciones con las goteras, Fernando Escribano, ya lo tiene casi resuelto.
Me cuenta Fernando, que como el obispado casi tiene en el olvido al bueno de don Servando, no sabe si por falta de recursos económicos o por tratarse de una parroquia pequeña, ellos han empezado a trabajar en la solución del problema. Tienen ya el presupuesto de un albañil de un pueblo cercano. Sacar ahora el dinero suficiente es el paso en el que se encuentran. Como quiera que los cepillos de la iglesia no dan lo suficiente a pesar del aumento de recaudación observado desde que abren la iglesia, van a hacer una colecta entre los vecinos, que aunque pocos son cada vez más conscientes de por donde debe ir el porvenir del pueblo.
Me cuenta también que han convencido al haragán del alcalde para que solicite una ayuda a la diputación, y así de paso averiguar para lo que sirve tan ilustre institución. Esto por supuesto es una maldad de mi amigo Fernando Escribano, que siempre que puede tira con bala a los que no hacen lo que él cree que deberían hacer por el pueblo.
Van a poner también en marcha una página web, como me adelantó don Servando en mi última visita. Resulta que una joven del pueblo que estudia en el instituto comarcal, domina esas cuestiones y se ha ofrecido a preparar todo lo necesario. Fotos de la iglesia, de los modestos museos que han montado entre todos, del hayedo cercano al pueblo, del río, y en definitiva de todo cuanto pueda tener interés para los posibles visitantes.
Ha venido un señor de la capital de España a vivir a Mediavilla de los Infantes, también me cuentan. Ha comprado una de las casas solariegas que estaban abandonadas pero que todavía se conservaba en buen estado y la está restaurando. Me hablan de que tiene intenciones de hacer una especie de casa rural para el alojamiento de turistas. Fernando lo ve como un claro síntoma de crecimiento del pueblo. Don Servando lo ve con más escepticismo. Curiosamente quien debiera creer duda y quien duda cree.
Me dicen que es un abogado que cansado de la vida en la gran ciudad ha decidido encontrarse en un pequeño pueblo de castilla. Ambos tienen la curiosidad de por qué habrá ido a parar hasta allí. Casualidad, destino, designio divino, nadie lo sabe. Yo por mi parte lo único claro que veo es que la inversión no puede perjudicar. Todo lo contrario. Dispondrán de un lugar de alojamiento para los que quieran permanecer en el pueblo durante más tiempo. Muchos de los que ahora pasan por Mediavilla de los Infantes camino de Santiago de Compostela, sé que volverán en el futuro para estar unos cuantos días más. Lo sé porque eso fue lo que a mí me ocurrió hace ya muchos años.

domingo, 27 de junio de 2010

MOLINOS E ILUSIONES

Estaba la otra tarde, un amigo mío en el camino que va de Arévalo a Aldeaseca, junto al cerro del Lavajuelo, vio acercarse a él una pareja que venía montada sobre sendas caballerías. El más alto iba sobre un caballo al parecer bastante desmejorado. El otro, más bajo y fuerte iba sobre un burro con bastante buena pinta. En un principio, según me comentaba después, le resultaron familiares sus figuras. He de decir que mi amigo ha leído el Quijote y me anima a hacerlo siempre que tiene ocasión. Yo le prometo una y otra vez que esta vez es la definitiva y que comenzaré su lectura de inmediato. Le recordaron a los personajes de Cervantes. Pero como quiera que no tiene los sesos líquidos de tanto leer descartó tal posibilidad. Es consciente que estamos en el siglo XXI.

Cuando se acercaron a él y después de intercambiar los saludos que la buena educación obliga, le fueron preguntando por los diversos cultivos que en las inmediaciones se contemplaban. Mi amigo, hombre de campo de toda la vida, fue contestando como buenamente pudo a todas sus dudas.

Le costó bastante que comprendieran que la mayoría de los cultivos estaban subvencionados. Trató de hacer comprensible a esos aparentes neófitos, que los labradores recibían una compensación económica del Estado por cultivar los productos que les recomendaban. Incluso recibían una compensación por no cultivar. Esto último causó cierta extrañeza en ellos y el más delgado que parecía llevar la voz cantante le preguntó que cómo era posible que tierras tan fértiles pudieran quedar abandonadas para el cultivo con el hambre que por el mundo había. Mi amigo no alcanzó a dar mayores explicaciones que las que él mismo recibe de los que entienden. Aludió a la globalización, la economía de mercado, los problemas estructurales de la economía mundial y un largo etcétera de explicaciones. En definitiva eran los tiempos que le había tocado vivir y eso hacía, vivirlos como podía.

La conversación les llevó a hablar de los animales. Cuando les dijo que también estaban subvencionados y que cuando su producción deja de estar subvencionada dejan de criarse y por tanto desaparecen. Ya casi no quedan ovejas. El cordero asado, típico producto castellano, se hace con corderos de Francia o de Marruecos, curiosa paradoja, casi nada se puede producir entre los Pirineos y el estrecho de Gibraltar. Cada vez quedan menos granjas. A los cerdos se les leen sus derechos, aunque no puedan comprenderlos. Van a quedar como mascotas. Pollos y gallinas necesitarán tanto espacio para criarse que su precio no podrá ser pagado por las clases menos pudientes. Las vacas terminarán por desaparecer. Traeremos voluntariamente la leche de Francia como ahora nos la traen por la fuerza.

Llegados a este punto, el más bajo de los dos le preguntó de forma directa, Y ¿de qué van a vivir vuesas mercedes? Nos tendremos que dedicar a producir energía. Del sol y del viento habremos de vivir pues nada más nos quedará. Les habló de los huertos solares que iban poblando la llanura. Él mismo acababa de cerrar un acuerdo con una empresa. Les había alquilado sus tierras para instalar uno de ellos. La pareja entonces continuó su camino no sin antes despedirse como la buena educación demanda y desearle a mi amigo un futuro provechoso.

Conforme se alejaban, el que montaba en el burro le preguntó al otro: ¿Qué es aquello que brilla en la llanura, mi señor? Eso que ves brillar amigo Sancho son molinos.

Cuando todo esto me contaba mi amigo, recordé que durante un tiempo fue vendedor de biblias, y pensé que intentaba colarme algo, pero me juró que lo relatado era cierto y que no pretendía venderme nada esta vez. Sin poder darle una explicación lógica a lo que le había sucedido me despedí de él y corrí sin parar hasta mi casa. Esta vez iba a empezar a leer el Quijote y no pararía hasta terminarlo.

sábado, 26 de junio de 2010

PEDRO PÁRAMO, un libro para leer



Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. “ No dejes de ir a visitarlo –me recomendó –. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte.” Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.
Todavía antes me había dicho:
–No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.
–Así lo haré, madre.
Pero no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala.

Juan Rulfo

viernes, 25 de junio de 2010

ARÉVALO Y LA DISTANCIA


Tengo un amigo que achaca buena parte de los defectos de nuestra Tierra al río Adaja. Según él, el mismo río que hace que los peces no se corrompan, produce efectos perjudiciales en las personas. Dice que los efectos desaparecen conforme vamos hacia tierras de Segovia. Como colofón a su teoría achaca a lo poco que viajamos nuestra falta de capacidad para afrontar nuestros males.
Personalmente, no me gusta solazarme en nuestros defectos; y en cuanto a lo de viajar, puede que lleve razón. Viajamos poco y los pocos viajes que hacemos suelen ser en su mayoría sólo de ida. Muchos de los que de nuestra Tierra salen, no vuelven sino pasados un buen número de años. Es cierto que regresan algunos fines de semana y en vacaciones, pero sus regresos no les permiten acometer reformas. Alegan desconocer el día a día y total para cuatro ratos que están mejor no mover mucho las cosas.
Yo confío en que cuando regresen definitivamente, vendrán al pueblo y nos contarán lo que se hace en otros lugares. Tendrán intención de mejorar el solar donde pasarán el resto de su vida. Por fin, muchos de ellos tendrán tiempo y ganas de acometer las obras tanto tiempo aplazadas.
Veo que mi amigo me mira escéptico y mueve la cabeza. No tiene tiempo de esperar. Por eso me gustaría que mientras, nos contasen qué han visto más allá del río Adaja.

miércoles, 23 de junio de 2010

LA MUJER PERFECTA


Tengo un amigo, que efectivamente ha leído el Quijote, y tiene una teoría que explica más o menos así: Cervantes al escribir el Quijote, era consciente de la inteligencia superior de la mujer, pero las convenciones sociales le impedían reflejarlo tal cual en la novela. Por eso el personaje de don Quijote estaba inspirado por la personalidad de una mujer y el de Sancho representaba al de un hombre. Sostiene mi amigo, que no puede ser que los escritores clásicos, no alaben más que la belleza de las mujeres, en la mayoría de las ocasiones, y en contados casos, como pueda suceder con La Celestina, y algún que otro personaje femenino, más que destacar la inteligencia destacan la astucia. Reconoce que también ésta es un valor que atesoran las mujeres en general y algunas de ellas en particular.

En cualquier lengua o cultura, los principales personajes de la literatura suelen ser varones. Según mi buen amigo, esto es así por las convenciones sociales imperantes. El poder dominador del macho, influía en los escritores hasta el punto, de hacerles omitir la supremacía intelectual del género femenino. Así en el caso del Quijote, las costumbres sociales de la época, habrían impedido a don Miguel, hacer cabalgar a una mujer junto a un hombre que no era su marido por tierras de la Mancha. El escándalo hubiese sido de tal magnitud, que habría perecido en la horca o en cualquier otro cadalso. Sostiene que hay pruebas de ello en la propia obra.

Lleva además su teoría, hasta el punto de estudiar a la mujer, en todos sus aspectos, y aventurar líneas de investigación para conseguir una perfección, aún mayor si cabe, en una de las criaturas más perfectas que existe en la naturaleza. Ha encontrado un único punto débil en la naturaleza femenina. El punto débil de la mujer es la maternidad. El vínculo que nace entre la mujer y su descendencia es de tal fuerza que nada ni nadie puede romperlo. Ni siquiera el tiempo. Una mujer que es madre lo es hasta el final de sus días. Abandonará todo y a todos por sus hijos e incluso si llega la ocasión de tener que elegir entre su hijo y el macho que la fecundó, no dudará un instante en elegir al hijo. Esto según mi amigo les hace ofrecer un punto vulnerable al ataque de sus enemigos. Por eso dice que está en la tarea de investigar la forma de evitar que la mujer tenga descendencia, y de esta forma sentar las bases de una nueva sociedad más poderosa.

Cuando consiga que la mujer no tenga descendencia habrá conseguido la mujer perfecta. Yo no sé a ustedes, pero a mí no termina de convencerme mi amigo con esta teoría.

lunes, 21 de junio de 2010

HISTORIA DE UN PERRO


El perro que tenía Modesto era un animal pequeño y amarillo. Le alimentaba como a sí mismo, pero era un perro de pobre, eso se veía a las claras, porque los hombres han contagiado sus diferencias a las cosas y a los animales que poseen. Y por eso el perro de Modesto tenía psicología y existencia de pobre. Se había acostumbrado a agachar las orejas ante los demás perros como su dueño agachaba las cabeza ante los demás hombres, y si alguna vez se disputaba un hueso con los otros perros, por muy suyo que fuera, los otros se lo arrebataban y el perro de Modesto llevaba a casa unas cuantas dentelladas, sólo eso: la marca de los pobres a su paso por la vida, como su divisa. Y sólo era libre y feliz –suponiendo que a los perros les interese la libertad y la felicidad, que ¿por qué no? – en aquella casita pobrísima, cuando compartía la comida y el sueño, pero también las palabras, con su amo.
Un día llegó al pueblo la orden de que los perros tenían que vacunarse contra la rabia, y Modesto llevó su perro al veterinario. El animal sufrió mucho y extrañó la jeringa y la bata del facultativo como los pobres también cuando ven el quirófano, tan nuevo en el hospital y tanta gente interesándose por ellos, y también volvió a casa con dentelladas de los otros perros poderosos que esperaban, allí, su vez. Luego, se puso triste y se negó a comer durante un año. Sólo un poco de leche con unas sopitas, que Modesto le daba. Y cuando llegó, de nuevo, la orden de vacunar a los perros, Modesto dudaba si llevarle otra vez y exponer así a la muerte todo lo que tenía en la vida: su Canelo.
–¿Y si se muere? ¿Cómo paso yo las noches sin hablar con nadie?
Pero tuvo que vacunarlo, porque, de otro modo, el veterinario ordenaría su muerte. Hacía frío y lo llevó envuelto en una manta. La habló despacio, mientras tiritaba de horror, aunque sin aullar ni quejarse apenas, cuando la aguja le entraba por la pata izquierda y luego, en casa, le frió dos sardinas. Pero el perro murió de todas maneras, a los pocos días. Quizá porque ya era viejo, sólo por eso. Y Modesto lo tiró a un muladar (1) junto a un camino, al anochecer, porque no se atrevió a enterrarlo en su corral, que no resistía ni siquiera el mirarlo muerto y lo puso allí en el muladar, con amor, envuelto en su chaqueta, la pero, pero que estaba limpia y bien remendada, y cada mañana, cuando salía al trabajo pasaba cerca de allí, aunque no se atrevía a acercarse, para no ver la tarea de la muerte en su Canelo o no creyera la gente que iba a rezar allí por el perro.
Un día le dijeron en la taberna:
–¿Así que se te ha muerto “la parienta”? (2).
Y se rieron todos aquellos miserables, y Modesto tuvo que contener sus lágrimas y su rabia. Sonrió como acostumbraba a hacerlo, como pidiendo perdón por estar vivo todavía y por haber tenido un perro y haberlo amado. Pero desde aquel día comenzó a pedir dos o tres vasos más de vino, que le daban fuerzas.
–Tienes que comprarte otro perro, Modesto. O mejor, una perra o una mujer, que son muy largas las noches.
Y Modesto sonreía. Sacaba del bolsillo de dentro de la chaqueta una foto y la miraba. Se la había hecho cuando trabajaba de peón en la carretera y le daba alegría, porque nadie le había hecho nunca una foto. Pero, un día, perdió también la foto y pidió otros dos vasos más en la taberna y se reía más, por cualquier cosa. Algunos dicen que, como vivía en los atrases del pueblo, en la última calle donde se despedían los duelos, a veces, en los últimos tiempos, le habían oído envidiar la suerte de quienes iban en aquellos negros ataúdes, pero esto no significaba nada, porque todos sentimos, a veces, esta envidia, porque creemos que la muerte es nuestra madre y nos vamos a refugiar en su regazo. Pero esto es mentira, señor Juez. La muerte es tan atroz que Modesto ni siquiera se atrevió a mirar a su perro muerto, y yo no puedo reconocer a Modesto en ese montón de cenizas que hay, ahí, en el depósito.
Dice usted que, esta mañana, le han encontrado abrasado en su cocina. Y es verdad que tenía frío desde que nació, probablemente, eso sí, y se habría arrimado a la lumbre en esta noche de mayo, fría como de noviembre, ahora que le faltaba el calor del perro y la ilusión veraniega de la foto, y sobre todo porque nosotros no entendíamos qué quería decir con su eterna sonrisa. Con tanto coche, tanta televisión, tanta nevera y tanto fútbol y tanto bienestar y tanto triunfo en la vida, ¿cómo quiere usted, señor Juez, que podamos entender a los pobres? Son seres como de otro planeta. Dios sabrá de cuál.
Y le digo una cosa, con todos mis respetos, señor Juez: Yo no me pondría a hacer la autopsia. Todos los pobres mueren de lo mismo. La enfermedad es conocida. Pero me temo que el forense ande buscando complicaciones y barroquismos, y es en balde, ya le digo.
JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO
NOTAS
(1) Estercolero.
(2) Forma coloquial de referirse a la mujer respecto del marido.

LEVANTADO DEL SUELO


UN LIBRO PARA LEER


“Lo que más hay en la tierra es paisaje. Por mucho que falte del resto, paisaje ha sobrado siempre, abundancia que sólo se explica por milagro infatigable, porque el paisaje es sin duda anterior al hombre y, a pesar de tanto existir, todavía no se ha acabado. Será porque constantemente muda: hay épocas del año en las que el suelo es verde, en otras amarillo, y luego castaño, o negro. Y también rojo, en algunos sitios, que es color de barro o de sangre sangrada. Pero eso depende de lo que en el suelo se ha plantado y cultiva, o aún no, o ya no, o de lo que por simple naturaleza ha nacido, sin mano de nadie, y acaba muriendo sólo porque le ha llegado su fin último. No es éste el caso del trigo que todavía con alguna vida es cortado. Ni el del alcornoque, al que vivísimo, aunque por su gravedad no lo parezca, le arrancan la piel. A gritos.”


José Saramago

sábado, 19 de junio de 2010

UNA MINORÍA ILUSTRADA


Arévalo 1929. La situación social está perfectamente retratada por José Félix Sobrino en su artículo del primer número de esta nueva época. Casi el 60% de la población no sabía leer y escribir, siendo más alta la cifra de analfabetos entre las mujeres que entre los hombres. La mayoría de la población activa de Arévalo desarrollaba su actividad en la agricultura. Se vivía bajo la dictadura de Primo de Rivera. Pese a este panorama nada alentador desde el punto de vista cultural y de educación, se podían encontrar en Arévalo varios periódicos, de muy diversa tendencia y periodicidad. Todas estas personas intentaban acercar la cultura a la mayor parte de la población. Acercarles la educación y la posibilidad de aprender a leer y escribir. Nos han llegado testimonios de personas, que recuerdan que siendo niños, veían leer los diarios en grupo, el que sabía a los que deseaban aprender. Por eso calificamos a este grupo de personas que editaban La Llanura, y a los otros que se dedicaban a otros tantos periódicos de diferente periodicidad, como una Minoría Ilustrada.
Hoy en Arévalo en el año 2009, la cifra oficial de analfabetismo es de poco más del 2% de la población. Las mujeres no son ya mayoría entre los que no saben leer y escribir. Pero no se debe confundir la ilusión y el entusiasmo que podamos tener en nuestra aventura editorial con la erudición. No somos un grupo de intelectuales, como algunos nos dicen. Somos simplemente entusiastas de la idea de conseguir que la ciudadanía tome conciencia del patrimonio que Arévalo posee; y que la cultura en sus múltiples expresiones forme parte del día a día. Para nosotros sería mejorar Arévalo.
Pero a menudo nos preguntamos dónde está la minoría ilustrada que existe, y de la que no formamos parte por falta de conocimientos, y a qué se dedica. No percibimos esa labor de acercar la cultura y la educación al resto de la población. Compartir su conocimiento con los demás. Nos preguntamos si estarán contagiados de la enfermedad de la sociedad que nos ha tocado vivir, el egoísmo más absoluto. Tenemos la sensación de que han cambiado los medios que se utilizan para mantener a la mayor parte de la ciudadanía al margen de asuntos relacionados con la cultura, el patrimonio, el pensamiento, la literatura, en definitiva apartada de cualquier inquietud cultural o de libre pensamiento.
Puede que la falta de interés por determinados temas de la mayoría de la población, se vea agigantada por la inacción de los que podrían iluminar con su conocimiento las mentes de los demás. Puede, que desde ciertos grupos o instancias, interese una masa de población más manejable. Está visto y comprobado, que en determinados asuntos, cuantos menos sepan de algo mejor lo manejarán unos pocos. Puede que sólo sea una falsa impresión que tenemos como consecuencia de nuestra falta de conocimientos y nuestro exceso de entusiasmo. Un refrán dice que consigues más callando que voceando. Puede que sea cierto, pero estamos convencidos de la pérdida de oportunidades de crecimiento de cualquier pueblo, que no luche por ilustrar a sus ciudadanos.
Hace ochenta años, los que ocupaban esta ciudad que hoy ocupamos nosotros, carecían en su mayoría de los instrumentos para acceder a la cultura y el conocimiento; pero era constatable la inquietud por mejorar y aprender. Hoy tenemos los instrumentos pero parecen que no tengamos interés, como si ya tuviésemos todo lo necesario para vivir. Puede que no sea todo más que un espejismo en el que NOS QUIEREN MANTENER.

viernes, 18 de junio de 2010

MUERE JOSÉ SARAMAGO











TU PARTIDA

La brisa acaricia tus alas
impulso enérgico,
remontas el vuelo,
te alejas del suelo,
te alejas de mí.

Cuando vuelva a verte
¿sabré reconocer tu rostro?
Un mañana incierto
cuando vuelva a verte.

Sentiré tu ánimo,
será mi corazón,
latido a latido,
el que te reconozca.

Sentiré tu presencia
alegría inmensa
cuando vuelva a verte.

Fabio López

Un cuento de don José



LA ANALFABETA
Nunca había ido a la escuela y, ahora, a sus cincuenta y nueve años, estaba comenzando a aprender a leer y escribir en las clases nocturnas para analfabetos. Y estaba fascinada.

Escribía muy despacio, pasándose la lengua por los labios mientras trazaba los palotes de las mayúsculas de su nombre: MARÍA; lo leía luego, y decía:

–¡Ésta soy yo!

Y se ponía muy contenta, lo mismo que cuando escribía las palabras de las cosas que tenía a su alrededor: MESA, GATO, VASO, AGUA. Y ya no sabía que otra palabra escribir, pero de repente se le ocurrió poner: ESPEJO. Leía la palabra una y otra vez, se la quedaba mirando y mirando, pero con un gesto de extrañeza porque no se veía ella en aquel espejo. ¿Y por qué no se veía ella en aquel espejo escrito, si se veía bien claramente, cuando estaba escribiendo? Y se contestaba a sí misma, diciendo que eso sería porque todavía no sabía escribir bien, porque, en cuanto supiera hacerlo, tendría todo lo que quisiera con sólo escribírselo. Porque si no, ¿para qué valdría ller y escribir?, preguntó.

Pero allí todos callaron en la clase, y nadie le contestó. Como si hubiese dicho o hecho algo raro, o qué sé yo, con un espejo.

José Jiménez Lozano

UN LIBRO PARA LEER


OBRA: “ENSAYO SOBRE LA LUCIDEZ”
AUTOR: JOSÉ SARAMAGO.

FRAGMENTO:
“La impresionante tranquilidad de los votantes en las calles y dentro de los colegios electorales no se correspondía con la disposición de ánimo en los gabinetes de los ministros y en las sedes de los partidos. La cuestión que más les preocupa a unos y a otros es hasta dónde alcanzará esta vez la abstención, como si en ella se encontrara la puerta de salvación para la difícil situación social y política en que el país se encuentra inmerso desde hace una semana.”

OTRAS OPINIONES, OTROS ESCRITOS



¿Rechazar la política?


Veo a mi alrededor que cada vez más gente rechaza "la política" y el espacio de los poderes representativos. Dicen que todos los "políticos" son iguales, que la política es simplemente corrupción, que la democracia no funciona porque los poderes públicos están al servicio de los negocios o de los ricos...
Es evidente que eso es verdad en muchísimas ocasiones por no decir que siempre, que la actividad política se ha convertido en una cloaca y que la representación de los intereses ciudadanos a través de los actuales sistemas de representación es apenas una caricatura, que no se puede hablar verdaderamente de democracia cuando no hay igualdad de oportunidades, cuando se permite que los bancos y grandes empresas financien ilegalmente a los partidos. Todo eso es verdad en la inmensa mayoría de los casos. Y no me extraña realmente que mucha gente reaccione frente a eso con desilusión y rechazo. Es más, me gustaría que el rechazo hacia todo eso fuese mucho más generalizado, ruidoso y potente.
Pero lo que me preocupa es que frente a esa situación el rechazo tome la forma que justamente le interesa a los responsables de todo eso. Y me extraña especialmente que esa actitud tan equivocada se produzca en muchas personas de gran prestigio intelectual y a las que se les supone gran capacidad de análisis.
Me parece efectivamente que frente a esa corrupción y frente a la degeneración de la democracia y de los espacios de la política y del poder representativo mucha gente reacciona con la misma tautología con que lo hacen los liberales frente al mal funcionamiento que tantas veces tiene el sector público. Los liberales dicen "como el estado funciona mal, que se privatice todo". Es una tautología porque es evidente que la única o mejor alternativa a un mal sector público no es un sector público inexistente sino uno que funcione bien. Sobre todo, cuando sabemos que su existencia es fundamental para que se garanticen derechos humanos esenciales.
Pues bien, mucha gente reacciona así frente a la corrupción política: como muchos de los actuales políticos profesionales se venden, son corruptos, como el sistema de participación no es bueno, como las elecciones están hechas para que las ganen los grandes... ¡dejemos de tomar parte en la vida política!
Yo creo que eso es justamente lo que van buscando los corruptos y los que corrompen, los que enmierdan la democracia para sacar adelante sus intereses por la puerta trasera, los que vician los mecanismos de representación, los que privatizan la vida política. Y me parece que lo que deberíamos hacer es justamente lo contrario, no dejarles ese espacio, imponer un modo diferente de ejercer la política. Ellos mismos ensucian la vida pública y política para que la gente se desentienda de toda esa porquería. Si yo fuera un gran banquero, el dueño de grandes multinacionales, uno de esos grandes inversores que lleva su dinero a los paraísos fiscales y que se desentiende de los impuestos y de las necesidades sociales, que solo busca ganar cada vez más dinero (en fin, espero que eso no me pase nunca), lo que procuraría sería que los políticos fuesen corruptos, yo mismo los compraría y trataría de potenciar a los más malvados y sinvergüenzas y haría todo lo posible para convencer a la gente de que la política es cosa de miserables y de malvados para que le dieran la espalda y así pudiera seguir haciendo mis cosas sin que nadie me echara la vista encima.
Por eso es por lo que yo creo que los Botín y compañía, todo ese tipo de gentes responsables de cómo está el mundo y la vida pública, se parten de la risa cuando ven que frente a todo lo que pasa en la política la gente dice que ya no va a votar, que todos los políticos son unos sinvergüenzas y que toda lo que suene a política es una porquería, que eso no tiene nada que ver con ellos... Yo creo que tendríamos que darles un disgusto grande y dedicarnos a la vida pública, hacer política en serio y decirles de una vez a todos esos sinvergüenzas que se quiten de aquí y que no sigan usurpando el lugar que es de la ciudadanía y no suyo.


Página web de Juan Torres López

jueves, 17 de junio de 2010

A UN OLMO SECO


A UN OLMO SECO

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.


Antonio Machado, 4 de mayo de 1912

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miércoles, 16 de junio de 2010

domingo, 13 de junio de 2010

OTRO CUENTO DE JIMÉNEZ LOZANO


Los Cuquillos

Pues mire usted, don Bernardo, que lo he consultado con la Ignacia, mi mujer, y lo he pensado bien y lo vamos a dejar. Usted dice que es pleito ganado por abuso de menor de la Concha, mi hija, y el señorito don Luis que la ha deshonrado, pero pensándolo bien la Concha se puede ir a servir a Barcelona y en paz, que, como es pobre, lo que la ha pasado con el señorito don Luis, la iba a pasar de todas maneras, otro día, así que lo principal es que se encuentre un apaño, que nunca faltará y qué se le va a hacer. Pero meternos nosotros con el señorito don Luis, no. Que mi mujer, la Ignacia, decía: ¿pero es que no te acuerdas del padre del señorito Luis, que imponía, cuando iba por la calle y hasta el cura se ponía de pie, cuando entraba en la iglesia, aunque estuviera de rodillas con el Santísimo expuesto? Y mira mi pobre padre, decía la Ignacia, que tenía un galgo que le gustaba a don Herminio, el padre, que en paz descanse, del señorito don Luis, pues como corría más que el suyo le quebró una pata al pobre galgo y como el animal se puso bueno acabó cortándosela y la tiró envuelta en un papel de periódico al corral de mi padre y había escrito: como no matas marranos, aprovecha ese jamón, Antonio. Que no hay quien pueda con los poderosos(1), don Bernardo. Y lo decía mi mujer, la Ignacia: que yo todas las noches pidiéndola a la Santísima Virgen: Virgen Santa, que no la crezca la delantera a la Concha, que esta chica ha echado muchos muslos, que por lo menos, Santo Cristo del Amparo, no ponga el Luisito –el señor don Luis, ya entiende usted – sus ojos en la criatura. Pero, ahora ya, ¿ qué le vamos a hacer? Pero denuncia, no; y si llaman a la Concha adonde el juez dirá que ni la ha tocado o hasta que he sido yo mismo, ya ve usted, que lo último, la niña de mis ojos, pero prefiero ir yo a la cárcel. Pero tocar nosotros al señorito don Luis sería la ruina. Que ya ve usted, cuando el Atilano, mi hijo, trajo la transistor del África, tan maja, y la pusimos: que fue el día que se murió don Juan, el hermano soltero de don Herminio, y éste la oyó y entró en la cocina y con las tenazas, ¡zas!: que este día no oye música ni Dios, que está mi hermano de cuerpo presente. Y lo que dice la Ignacia, que bendito Dios que no estaba allí el Atilano, que luego preguntaba ¿quién ha roto la radio, padre? Un día se me cayó del carro y no me di cuenta y la atropellé. Y el Atilano dice: es usted más bruto. A ver ahora, sólo se le pueden traer azadones(2). Y fíjate, Mariano, dice la Ignacia, que cuando el Luisito era chico se asomaba por las piernas de nosotras, las muchachas de servir y tenías que dejarle que viera varietés(3), como decía su padre. A ver tú, Ignacia, que estás buena, que el Luisito va a ver varietés. Que anoche, la Ignacia, lo decía por primera vez, que era mejor no mover las cosas. Y yo la pregunté que si pasó algo con el Luisito y que no, Mariano, que un chiquillo que qué iba a ver, si además teníamos enaguas y pantalones, que mi madre, decía la Ignacia, siempre nos ponía pantalones, que como éramos pobres y un día u otro nos iba a pasar algo, que era más difícil con pantalones de lienzo y cintas, que dan tiempo a gritar. ¿Y el don Herminio?, dije yo, que si pasó algo con él y contigo. Y que no. Y entonces yo le dije a la Ignacia que ahora estos hijos de tal iban a pagarlo todo, los tales de la Casa Grande(4), y por eso le dije a usted, don Bernardo, que adelante, que la ley, y que la Concha, mi flor, pudiera llevar la cabeza alta. Pero la Ignacia que no, que acuérdate que tuviste que cederle la tierra buena, la que teníamos de huerta, por cuatro perras, y yo que al diablo con las tierras. Que acuérdate que el muleto(5) que no quisiste venderle se te murió muy raro, y yo que adelante, sin embargo. Que acuérdate que el Atilano no pudo ir voluntario a la mili porque el don Herminio dio malos informes. Pero ya ha vuelto, la digo. Hasta que anoche, señor abogado, usted es hombre y sabrá que puñalada tengo, la Ignacia de rodillas venga repetir que por nada del mundo toque al señorito don Luis, que acuérdate que estuviste en la cárcel cuando la guerra y que eras de la Casa del Pueblo(6). Y yo, que eso se acabó, Ignacia. Y ella, que no lo hagas, que no le denuncies, y yo, que ya está hecho. Y, entonces, don Bernardo, la Ignacia dijo: ¿me ves?, ¿por qué te crees que te sacaron de la cárcel? Porque tuve que acostarme casi un año con don Herminio para que salieses. Y entonces yo, señor abogado, le di a la Ignacia un bofetón en la cara y allí se ha quedado echando sangre. Pero ¿qué iba a hacer? Pero lo de la Concha tiene que pararlo usted como sea. Aquí tiene cinco mil pesetas, que tenía para un marrano, más no tengo, pero párelo usted y en paz. Que soy pobre y quiero ser hombre como los demás. Pero tiene razón la Ignacia: que hay que nacer, y nosotros hemos nacido para nada. Todos castrados teníamos que estar los pobres y ya se habría acabado la raza. Por eso, a lo mejor la Concha, con la desgracia, no encuentra acomodo de nadie, y sería mejor. Por lo manos por su parte esta familia de los cuquillos, como nos llaman, no cantaría más en este mundo, ni nadie podría reírse de nosotros. Que también se lo digo al Atilano y él es conforme con que usted pare este asunto y lo comprende.

José Jiménez Lozano

NOTAS:
(1) Los muy ricos o muy influyentes.
(2) Instrumentos de labranza que sirven para romper tierras duras.
(3) Galicismo por “variedades”, espectáculos teatrales en que actúan cantantes y bailarinas.
(4) Se llama Casa Grande a la de gente rica.
(5) Mulo pequeño.
(6) Sede del Partido Socialista Obrero Español.

sábado, 12 de junio de 2010

EL RÍO QUE NOS LLEVA



UN LIBRO PARA LEER



“Siguen conversando. El pastor no sabe escribir, pero con la navaja apunta por signos en un palo el tiempo del año siguiente, y, según don Pedro, acierta bastante. Al fin, el Quico se retira y Shannon vuelve sobre esa frase que ya había oído al Cacholo: “Cada hombre tiene su dignidad”.
-Se ve cuánto importa para esa gente esa dignidad que no puedo definir. Puede tenerla, o puede no tenerla, lo mismo un rey que un mendigo: así es por estos campos, así es por la literatura española. ¿Cuándo se tiene? ¿Por qué se pierde? No es cuestión de apariencia ni aun de éxito. Se puede haber fracasado y no ser un “desgraciao”, como dicen por aquí, casi insultando; se puede aun así conservar ese manto de la dignidad humana, ese secreto signo de que se sigue siendo eso: hombre.”

JOSÉ LUIS SAMPEDRO

jueves, 10 de junio de 2010

OTRO CUENTO DE JIMÉNEZ LOZANO

LA PURIFICACIÓN
El maestro con el que yo fui a la escuela era de “los purificados”(1), o sea que, entonces, si un maestro o un médico o gente de ésta habían tenido ideas(2), se los purificaba. O sea, que estaban en la cárcel o desterrados como rojos en algún pueblo, sin ejercer lo que fueran: médicos o maestros, y así se purificaban o tenían “la depuración” que se llamaba. O sea, que ya pensaban y hablaban como todo el mundo, y como tenía que ser, de la política y de la religión, y luego ya se los incorporaba cuando recibían los certificados. Así que luego, estos maestros que ya tenían hecha la depuración daban más clases de religión y de Historia Sagrada(3), y también más clases de “Símbolos de España”, que era un libro que teníamos en el que venían la bandera y el escudo nacional y la batalla del Ebro(4) y Santiago luchando contra los moros de Miramamolín(5), que es un nombre que no se me olvidará jamás, porque nos le llamábamos de mote los chicos, y era lo peor que se aguantaba: que te llamaran Miramamolín. Aunque también este maestro, don Celes, nos enseñaba las otras cosas de la escuela, y, sobre todo, la Geografía y las fuerzas de la naturaleza: cómo se formaban las tormentas, por ejemplo, por la electricidad de las nubes, y que por eso caían los rayos; de manera que en todos los pueblos y ciudades debería haber uno o varios pararrayos.
– ¿Y quién inventó el pararrayos? –preguntaba.
Y nosotros respondíamos:
– Benjamin Franklin(6).
–Muy bien –decía don Celes.
Y luego, enseguida, que Benjamin Franklin debía tener una estatua en cada ciudad y en cada pueblo.
–¿Por qué? –preguntaba don Celes.
Y decíamos:
–En agradecimiento a las vidas de personas y animales que ha salvado y a los incendios y desastres que ha evitado a la humanidad con su maravilloso invento.
Que no olvidáramos, decía don Celes, para que lo tuviésemos presente siempre, y también para los ejercicios que hacíamos y para cuando alguien nos preguntase. Así que entonces, cuando vino el señor Inspector y preguntó, de las primeras cosas que preguntó, que quién había inventado el pararrayos, nosotros contestamos enseguida:
–Benjamin Franklin.
Y luego, lo demás de que debería tener en cada ciudad y en cada pueblo una estatua en agradecimiento a las vidas de personas y animales que ha salvado, y de los incendios y desastres que ha evitado a la humanidad con su maravilloso invento.
–¡A ver! –volvía a preguntar el Inspector. –¡Repetid eso!
Era un hombre grande y con muchas anchuras, vestido con un traje oscuro a rayas, de los de paño de Béjar(7), decía la gente, o a lo mejor del género de los catalanes, y llevaba unos zapatos muy relucientes. Y, en un dedo de una mano, un anillo de oro que brillaba con un ascua, cada vez que sacaba las manos de los bolsillos de la chaqueta, mientras se paseaba de arriba abajo por la plataforma donde estaban la mesa y el sillón de don Celes; y a un lado estaba una ventana grande, y al otro el encerado.
–¡Repetid eso, queridos niños! –volvió a decir el Inspector.
Y nosotros repetimos otra vez lo de Benjamin Franklin que debía tener una estatua en cada ciudad y cada pueblo, que nos lo sabíamos de carretilla(8), y dijo, luego, el Inspector:
–¡Muy bien! ¿Y qué se hace, queridos niños, durante las tormentas?
Nosotros contestamos:
–Evitar los árboles y los campanarios, los edificios altos o aislados y los utensilios metálicos como la hoz y la guadaña, etcétera.
Porque también nos lo sabíamos de corrido.
–¿Nada más? –preguntó el señor Inspector.
Pero, como no sabíamos que se tuviese que hacer nada más, nos callamos: y no se oía ni el vuelo de una mosca. El Inspector dio otro par de vueltas de arriba abajo y de abajo arriba, de la ventana al encerado y del encerado a la ventana, sacando y metiendo, todo el tiempo, las manos en los bolsillos, que era, como digo, cuando más le relucía el anillo, y luego se paró en medio y, mirando a toda la clase, dijo:
–¿Y no os han dicho, queridos niños, que se debe rezar el Trisagio a la Santísima Trinidad? ¿Quién es la Santísima Trinidad?
Y nosotros respondimos:
–Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres Personas distintas y un solo Dios verdadero.
–¡Muy bien! ¿Y qué es el Trisagio?
Pero, como no sabíamos lo que era el Trisagio, todos nos quedamos callados como muertos. Y entonces el señor Inspector se volvió hacia don Celes, que ni nos habíamos dado cuenta de que estaba allí en un rincón de la plataforma, junto a la ventana, sentado en una banqueta, desde que al principio el Inspector se había sentado en su sillón, y le preguntó:
–¿Pero es que no les ha enseñado usted a sus alumnos lo que es el Trisagio?
Don Celes se puso colorado, como cuando nosotros no sabíamos la lección, y venga a retorcerse las manos; pero no dijo nada. Así que el señor Inspector nos enseñó el Trisagio:

Santo, santo, santo es el Señor Dios de los ejércitos

que creíamos que era otra cosa, pero dijo que es lo que había que rezar durante las tormentas, ante una imagen sagrada, encendiendo la vela que se había llevado al Monumento(9) el día de Jueves Santo.
–Eso es lo que hay que hacer, como pueblo católico que somos –añadió el Inspector con una voz muy absoluta.
–Sí, señor –dijo don Celes.
Y luego dijimos todos:
–Sí, señor.
De modo y manera que, en adelante, dijo el Inspector a don Celes que nos enseñase el Trisagio y todas las demás costumbres católicas y españolas.
–Porque nosotros somos católicos, ¿no? –nos preguntó.
Y dijo don Celes el primero:
–Sí, señor.
Y también lo dijimos todos, luego. Pero el Inspector se puso una mano en un oído: la mano del anillo precisamente y dijo:
–¡Más alto! ¡Mucho más alto y con orgullo, niños!
Y lo repetimos más alto y, cuando se hizo el silencio, el señor Inspector se sonrió, y dijo luego en voz muy baja:
–Y Benjamin Franklin, no. Benjamin Franklin no era católico, queridos niños. Benjamin Franklin no era católico desgraciadamente.
Se calló otro poco el señor Inspector, y volvió a decir con la misma voz absoluta de antes:
–¿Y cómo entonces, queridos niños, íbamos a levantar una estatua a Benjamin Franklin en nuestros pueblos y ciudades? ¿Cómo íbamos a hacer eso? ¡Respondedme vosotros!
Y se calló otra vez; pero nosotros no dijimos nada tampoco, y entonces don Celes se levantó de la banqueta y dijo:
–Es que un servidor, señor Inspector, no sabía ese detalle, señor Inspector.
–Pues ya lo sabe usted, ¿no? Es un detalle muy importante.
–Sí, señor – volvió a decir don Celes.
Y, luego ya, rezamos la oración, y en cuanto le dijimos todos que “¡Vaya usted con Dios! ¡Que usted lo pase bien!”, se fue el señor Inspector; y en adelante, cuando don Celes hablaba de las tormentas como fenómenos de la naturaleza, seguía diciendo, claro está, que el pararrayos le había inventado Benjamin Franklin, pero que los españoles y católicos debían rezar el Trisagio. Y ya no decíamos la otra coletilla de la estatua de Benjamin Franklin, porque don Celes, estaba depurado, y si continuaba así de humilde y de mandible, aceptando las correcciones de la superioridad, dijo el señor Inspector que sería uno de los mejores y más competentes maestros de toda la provincia.

José Jiménez Lozano


Notas:
(1) Depurados, rehabilitados para el servicio tras ser separados de su empleo por motivos políticos.
(2) Opiniones distintas de las establecidas oficialmente.
(3) Conjunto de narraciones sacadas del Antiguo y del Nuevo Testamento.
(4) La batalla del Ebro (julio-noviembre de 1938) fue la más larga y cruenta de la guerra civil española.
(5) Miramamolín es la forma con que aparece en las crónicas cristianas medievales el título árabe correspondiente a los califas almohades.
(6) El norteamericano Benjamin Franklin (1706-1790), además de ser físico, desarrolló una gran actividad política. Fue uno de los redactores de la Declaración de Independencia americana (1776).
(7) Ciudad de la provincia de Salamanca famosa por su industria textil.
(8) De carrerilla, de memoria y dicho rápidamente.
(9) Altar decorado con flores y luces que se pone en las iglesias el Jueves Santo.

martes, 8 de junio de 2010

¡LO QUE NO NOS SIRVA, PARA TIRARLO A LAS CUESTAS!


Esta expresión que nos resulta tan familiar en Arévalo, puede parecer fuera de lugar de acuerdo con los tiempos que corren y lo es; pero es el resultado de cientos de años de convivencia con el entorno. Cometeríamos un error si pretendiésemos analizar el pasado con la perspectiva de pensamiento de hoy en día.
Las cuestas de los ríos Adaja y Arevalillo han formado parte del paisaje de Arévalo desde tiempos inmemoriales. Pero la sociedad que ocupaba este espacio físico no siempre las percibía de igual forma. Cabe imaginar que el asentamiento originario tuvo su nacimiento por el enclave estratégico que suponía. Corriendo los años los vecinos veían las cuestas como elemento de defensa ante no tan hipotéticos ataques exteriores. Animales y con posterioridad enemigos humanos, encontraban un serio obstáculo en “Las Cuestas” y los habitantes del Arévalo de entonces les atribuían un carácter defensivo sin igual. Con el discurrir de los años, los animales salvajes dejaron de representar un peligro. El peligro pasó entonces a lo que otros pueblos pudieran hacer a los pobladores de Arévalo. Apenas si necesitó una mínima fortificación artificial, levantaron una breve muralla en aquel espacio que no protegía sus “Cuestas”. Pasaron los siglos y la seguridad proporcionada por el elemento natural permitió que la población asentada creciese.
Con el final de los enfrentamientos bélicos entre los pueblos, aunque relativos, hizo que el carácter defensivo de los mencionados escarpes sobre los ríos perdiera su importancia. Entonces los pobladores comienzan a utilizar ese espacio como vertedero de los residuos, que entonces llamaban inmundicias y posteriormente basuras. Llegando esta utilización hasta fechas bien recientes en la historia de Arévalo. La mayoría de las generaciones más próximas que nos han precedido las han utilizado como vertedero. Cada uno en su barrio con la proximidad de “Las Cuesta” utilizaba cualquiera de los puntos para tirar todo aquello que ya no le servía. Estos lo arrojaban junto al Puente de Medina, aquellos lo hacían en el Mirador viejo, otros a la altura del puente de los Barros y así conforme crecía Arévalo, los residuos iban siendo arrojados a “Las Cuestas”; bien reciente es el recuerdo incluso de un vertedero de basuras y escombros junto al camino que hoy baja a lo que era “El Cortijo”, camino que separaba las cuestas del Adaja del vertido de los residuos de un cebadero de cerdos próximo.
Todavía son muchos los que recuerdan al señor Mariano Ramiro, alias “Ramique”, con su carro de color verde tirado por dos mulos recogiendo la basura. Este señor además era el capador de Arévalo, oficio que ha desaparecido, y recuerdan la maestría que mostraba en la acción de capar cerdos y todo tipo de animales sujetos a dicho tratamiento tan expeditivo. Era por el año 1950. Los barrenderos y personal de la basura elaboraban sus propias escobas con la retama que ellos mismos recogían en el campo.
El servicio de recogida de basuras, tal y como le conocemos, es algo recientísimo para la vida de una sociedad. Cabe recordar que el espacio que actualmente ocupa la Biblioteca Municipal, “La Alhóndiga”, era el lugar donde se guardaba el carro de la basura hasta la década de 1.970. Hasta entonces un carro recorría Arévalo recogiendo algún que otro resto de basura y la mayor parte del desperdicio se arrojaba a “Las Cuestas”.
Conceptos como recogida selectiva de residuos sólidos, reciclaje, separación de residuos, sellado de vertederos, y un largo etcétera; son todavía para una gran cantidad de ciudadanos demasiado novedosos. Lo es también el concepto de Patrimonio Natural. Es preciso un trabajo de concienciación en la actual sociedad arevalense para que se adapte a los nuevos tiempos. Dar publicidad a la Ordenanza Municipal de Tratamiento y Recogida de Residuos Sólidos Urbanos, vigente pero desconocida por la gran mayoría de los ciudadanos. Aumentar la vigilancia, control y sanción de los vertidos ilegales. Facilitar a los ciudadanos el vertido de determinados residuos como pueden ser las pequeñas cantidades de escombro, quizás mediante la colocación estratégica de contenedores habilitados para ello y que retirados de la forma adecuada acaben con tantos vertidos ilegales y sobre todo afeadores del paisaje de nuestra ciudad. Que la gestión del servicio de Limpieza Viaria y Recogida de Residuos Sólidos aumente el número de trabajadores para satisfacer el crecimiento y necesidades de Arévalo. Que papeleras y contenedores de diferente uso no brillen por su ausencia. Que el proceder de ciudadanos con mascotas y sin ellas sea más solidario y respetuoso con el entorno y con el resto de ciudadanos. Una mejor gestión del Punto Limpio, para que no resulte un eufemismo, y sí un ejemplo de la recogida selectiva y tratamiento de residuos. Hay que limpiar más pero también hay que manchar menos.
El guión hace años que existe, se llama Agenda 21. No voy a referirme a su contenido. Ahí está y se puede leer. Pero sí me voy a referir a la necesidad de publicitarla, de dar traslado de su contenido e intenciones a la ciudadanía. Que la frase que sirve de título al presente texto pase a la historia, como lo hizo aquella de “A las murallas” cuando había que defender Arévalo, depende del grado de aceptación y compromiso de la sociedad arevalense en el objetivo de alcanzar un desarrollo sostenible. Que sea posible crear riqueza conservando y mejorando nuestro entorno natural.
Claro que si el guión existente no gusta o resulta insuficiente, pues nada se hace uno nuevo, se da a conocer a todos los vecinos y se empieza a trabajar en la tarea de acabar con la suciedad que afea a la ciudad de Arévalo y sobre todo a sus “Cuestas”. Todo con tal de legar una nueva frase a nuestros herederos, una que venga a significar la belleza que se puede contemplar desde “Las Cuestas”. Que empiece así: “A las Cuestas,……..” el resto será cosa de los ciudadanos, de ellos depende el final.

Paseo de Poniente

sábado, 5 de junio de 2010

EL BOSQUE ANIMADO



UN LIBRO PARA LEER

“La fraga es un tapiz de vida apretado contra las arrugas de la tierra; en sus cuevas se hunde, en sus cerros se eleva, en sus llanos se iguala. Es todo vida: una legua, dos leguas de vida entretejida, cardada, sin agujeros, como una manta fuerte y nueva, de tanto espesor como el que puede medirse desde lo hondo de la guarida del raposo hasta la punta del pino más alto. ¡Señor, si no veis más que vida en torno! Donde fijáis vuestra mirada divisáis ramas estremecidas, troncos recios, verdor; donde fijáis vuestro pie dobláis hierbas que después procuran reincorporarse con el apocado esfuerzo doloroso de hombrecillos desriñonados; donde llevéis vuestra presencia habrá un sobresalto más o menos perceptible de seres que huyen entre el follaje, de alimañas que se refugian en el tojal, de insectos que se deslizan entre vuestros zapatos, con la prisa de todas sus patitas entorpecidas por los obstáculos de aquella selva virgen que para ellos representan los musgos, las zarzas, los brezos, los helechos. El corazón de la tierra siente sobre sí este hervor y este abrigo, y se regocija.”



WENCESLAO FERNÁNDEZ FLÓREZ

Las flores del cerezo

viernes, 4 de junio de 2010

MIGUEL DE UNAMUNO


En un cementerio de lugar castellano


Corral de muertos, entre pobres tapias,
hechas también de barro,
pobre corral donde la hoz no siega,
sólo una cruz, en el desierto campo
señala tu destino.
Junto a esas tapias buscan el amparo
del hostigo del cierzo las ovejas
al pasar trashumantes en rebaño,
y en ellas rompen de la vana historia,
como las olas, los rumores vanos.
Como un islote en junio,
te ciñe el mar dorado
de las espigas que a la brisa ondean,
y canta sobre ti la alondra el canto de la cosecha.
Cuando baja en la lluvia el cielo al campo
baja también sobre la santa hierba
donde la hoz no corta,
de tu rincón, ¡pobre corral de muertos!,
y sienten en sus huesos el reclamo
del riego de la vida.
Salvan tus cercas de mampuesto y barro
las aladas semillas,
o te las llevan con piedad los pájaros,
y crecen escondidas amapolas,
clavelinas, magarzas, brezos, cardos,
entre arrumbadas cruces,
no más que de las aves libres pasto.
Cavan tan sólo en tu maleza brava,
corral sagrado,
para de un alma que sufrió en el mundo
sembrar el grano;
luego sobre esa siembra
¡barbecho largo!
Cerca de ti el camino de los vivos,
no como tú, con tapias, no cercado,
por donde van y vienen,
ya riendo o llorando,
¡rompiendo con sus risas o sus lloros
el silencio inmortal de tu cercado!
Después que lento el sol tomó ya tierra,
y sube al cielo el páramo
a la hora del recuerdo,
al toque de oraciones y descanso,
la tosca cruz de piedra
de tus tapias de barro
queda, como un guardián que nunca duerme,
de la campiña el sueño vigilando.
No hay cruz sobre la iglesia de los vivos,
en torno de la cual duerme el poblado;
la cruz, cual perro fiel, ampara el sueño
de los muertos al cielo acorralados.
¡Y desde el cielo de la noche, Cristo,
el Pastor Soberano,
con infinitos ojos centelleantes,
recuenta las ovejas del rebaño!
¡Pobre corral de muertos entre tapias
hechas del mismo barro,
sólo una cruz distingue tu destino
en la desierta soledad del campo!

Miguel de Unamuno


jueves, 3 de junio de 2010

CIEN AÑOS DE SOLEDAD


UN LIBRO PARA LEER

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. “Las cosas, tienen vida propia –pregonaba el gitano con áspero acento-, todo es cuestión de despertarles el ánima.”.”

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

martes, 1 de junio de 2010

EL SANTO DE MAYO


(UN CUENTO DE JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO)

Nunca te crees que hay nadie más pobre que tú hasta que lo ves. Pero yo lo vi, y era un mocete apenas, pero no se me olvidará mientras viva, y ya tengo los sesenta, quitándome algunos. Pero como no tengo arradio ni televisión, pues me represento la vida en los ratos que pienso, aunque no son muchos, con esta cabeza, que, desde que tuve el paralís, como si me anduviese dentro una colmena o todavía escuchase los zurriagos de las Tinieblas de los Miércoles Santos(1), cuando era chico, o como los truenos de algunos veranos por la noche, que son seguidos y parece que allá, arriba, andan arrastrando cañones con mulas, como cuando lo de Marruecos(2). Pero, si no piensas, ¿qué haces? ¿Qué vas a hacer, aquí, todo el día, cosido a la silla, que hasta me tienen que ayudar a hacer lo mío? Pero no me quejo, ¡mecachis!, que desde aquel día que digo que estoy diciendo, no me atrevo a quejarme de esta puñetera vida: que era un mocoso yo, pero me impresionó. Y a las mujeres no, ya ves; que a mi hermana, la que está casada, en Madrid, con el chatarrero, que estuvo aquí por el verano, pues se lo recordé:
– Alejandra, ¿te acuerdas de don Julián, el cura muerto?
– ¡Ah, sí! ¡El cura aquel!
Pero sin más, que, en seguida, habló de otra cosa, y que, además, ahora, no le gusta que la(3) recuerden que éramos más pobres que una rata, porque, ahora, no lo es, porque tiene un seiscientos(4) y desprecia a los pobres que no tienen donde caerse muertos, que dice que no sé cómo aguantamos, aquí, que, en Madrid, es otra cosa, que hay más cultura de todo: de cacharros de enfriar la bebida y esas cosas. Pero esto no quita para que fuésemos pobres, coño, los más pobres del pueblo, que estábamos los únicos en las listas de pobres de solemnidad(5) y bien me acuerdo que mi madre nos tenía que meter, a veces, los pies entre la paja, porque no había lumbre, y todavía tengo las señales de los sabañones. Y toda la vida me recuerdo que salíamos al trabajo con el cacho de pan seco a ver si encontrábamos un pájaro para darle un cantazo y asarle luego un poco o a ver si el tío Pedro, el aceitero, nos untaba con aceite y sal el pan, sacando la miga del cantero(6) y echándolo allí, que lo llamábamos ‘hacer un muerto’. Aunque de lo que más me acuerdo es de las culebras, que, fritas con agua y una gota de aceite, eran como la pescadilla del día de la función(7). ¿Y dinero?¡Si, por encima de tres pesetas, nunca lo he visto en mi casa, de chico! Y siempre comprábamos las cosas, en el pueblo, a cambio de que mi padre fuese a por una carga de leña o de carbón o de que mi madre jalbegase(8) en las casas. Y al médico y al boticario, pues los pagábamos igual, si no entraba en la solemnidad; y al cura, pues como no le necesitábamos para nada, pues nada. Que ¿para qué íbamos a encargarle misas? Ni cuando se murió mi padre siquiera, porque la cofradía del Cristo se encargó de decírsela; y el ataúd, pues como ya lo tenía ajustado con el tío Félix, el carretero, pues en paz. Y que si parecía un dornajo(9), dijeron algunas mujeres en el velorio. Pues, mejor, mira tú, como decía el tío Félix, que lo importante era que fuese resistente. ¿Y el cura don Julián?: sin ataúd. Que es a lo que iba. Que acabaría de llegar yo de la escuela del otro pueblo, adonde iba, y hacía un día de polvaneras(10) de un aire que abrasaba, y sin llover tres meses. Por la tarde tenía que ir a escardar, pero ¿para qué? Por la costumbre, que lo que es, ese año, ni magarzas, ni ceñilgos, ni gramas(11) siquiera o pocas y secas como viejas, cuanto más la cosecha, bien visto estaba que se la llevaba el diablo. Y mi madre estaba llorosa y se estaba poniendo el pañuelo negro a la cabeza cuando yo llegué, y dijo:
–¡Andando!
Y que llevaba una peseta de responso(12).
–¿Y cuando comemos?
Pero ni me contestó. Y bajamos hasta la plaza, a la casa del cura, que yo nunca había entrado en ella, pero decían que era un lujo, que tenía camas doradas y que, en una, era donde se acostaba con la Laurita. Pero nada de nada había allí: una mesa y una silla y un estante con dos o tres libros y unos caramelos, y, en otra habitación, un catre negro, como el de mi casa, y, en la cocina, pues otra mesa pequeña y unos pucheros, y un pan entero encima de la mesa, con un cuchillo clavado en él. Y, en la habitación del catre, estaba el cura muerto, pero puesto en el suelo sobre una manta de cuadros, y con la sotana nueva le habían arrebujado, que decían que la muerte le había cogido en cueros, y digo con la sotana nueva, que no estaba tan verdosa como la otra. Y tenía en la cabeza un gorro sin picos, muy viejo, y también le habían puesto un cristo entre las manos, el cristo feo, que estaba en la pila del agua bendita, en la iglesia, feo como un perro y que estaba clavado por las muñecas, me decían que no encontraron un cristo en toda la casa del cura. Y dijeron, entonces, otras muchas cosas extrañas. Pero la verdad fue que, cuando yo llegué con mi madre, allí no había nadie y sólo había una palmatoria encendida, junto al cuerpo, y mi madre dijo:
– ¡Arrodíllate, Niceto!
Y ella también se arrodilló y luego dijo que iba a decir un padrenuestro por don Julián, cuando apareció el Santiago, el sacristán pequeño y malaleche:
– Que ha dicho el señor obispo que-que-que no-no se-se puede reezar por-por-por don Julián, ni-ni to-tocar las campanas, ques-que vi-vía en pe-pecado con-con la-la Laurita y la-la-la muerte le-le cogió cuando estaba con-con ella y se ha con-con-condenado.
Y allí estaba el Santiago, husmeando en la casa. ¡Y hacía un calor, allí, dentro! Las moscas le corrían al cura por la cara y nadie le había cerrado los ojos ni la boca y parecía que se reía de las cosquillas que le hacían las moscas, y los que entraban, al principio se reían también, hasta que el Santiago decía, apuntando al muerto:
– Ques-questá con-condenado por-porque sea-sea-cos-taba con-con la-la Laurita.
Pero ya hacía más de un día que el cura se había muerto, cuando yo fui allí con mi madre, y ya olía. Pero. como no se presentaba ninguna familia suya, que no tenía ninguna, ni el Santiago encontraba dinero, ni nada de valor, en la casa, ya estaban, allí, las andas(13) de los pobres, preparadas para llevarle, pero cuando el Santiago contaba que estaba condenado, nadie se atrevía y el alcalde dijo que iba a mandar un propio al gobernador a ver qué se hacía.
– Que-que-que como un-perro, en cualquier sitio, que, co-co-como estaba con-condenado, que-que en cualquier sitio.
Que lo mismo daba. Y el cura como si se riese. Hasta que la Laura se presentó con el carretillo de lavar, el mismo que usaba para ir a buscar la ropa del cura para llevarla a la fuente, y le echó allí al cura y atravesó todo el pueblo, con él, hasta el camposanto, donde había un hoyo hecho, decían, y andaba moviendo las caderas, cuando le llevaba, y la gente se quedaba a sus puertas, mirando, menos mi madre, que puso el cirio de las tormentas(14) para que Dios nos libre de una muerte repentina y del rigor de las desgracias. Y luego dicen que mandaron desenterrar al cura, desde el obispado, y que le enterraron en el corralillo(15), pero ya nadie se enteró bien de esto. Y la Laura, cuando volvió del cementerio, le dijo al Julián, el soltero rico:
– Ya era un trasto viejo y se acordaba de Dios. Desde esta noche, soy tuya.
Y se fue con el Julián a cenar y a acostarse. Que, ahora, me acuerdo que Julián se llamaba éste, que el cura, no, que ya no me acuerdo, ni nadie se acuerda. Y la digo a mi hermana, la de Madrid:
– Alejandra, ¿te acuerdas del cura muerto?
–¡Ah, sí! ¡Aquel que estaba en el suelo, cuando se murió y ya olía mal!
Sin más mención, coño, que hasta se acordaba que el perro nuestro se llamaba “Canelo”, pero que el cura como si no se llamase nada, que esto sí que es ser pobre. Y aunque luego dijeron que decían que la zorra de la Laura, a lo mejor había inventado todo, ponte ya a hacer averiguaciones y a hacer Alguien de don Nadie, que ya es imposible. Y ya te digo que era yo sólo un mocete, pero de lo que se dice un santo, el cura aquel es el único en que yo creo, por eso. Y por ahora sería; saca de ahí de la chaqueta del lado de mi brazo seco del paralís tres pesetas y ponle una vela al cura, en cualquier parte, que por ahora sería, aunque un mayo pero que éste.

NOTAS
(1) Oficio religioso propio de ese día. Los zurriagos son espadañas atadas en forma de haz con las que se hace ruido. Según el texto evangélico, en el momento de morir Jesús la región quedó sumida en tinieblas y la tierra tembló.
(2) Se refiere a las operaciones militares llevadas a cabo por las tropas españolas para la pacificación del Protectorado de Marruecos entre 1909 y 1927. Probablemente alude al desastre de Annual (1921) que se saldó con miles de muertos en el ejército español.
(3) El laísmo –uso del pronombre “la” en función de complemento indirecto – es un rasgo característico de Jiménez Lozano. En adelante no se señalarán otros casos.
(4) El “Seat 600”, más conocido como “seiscientos”, era un modelo de coche utilitario muy popular en la década de los 60 del pasado siglo.
(5) Pobres reconocidos que tienen ciertos derechos en virtud de su situación.
(6) Trozo de pan de un extremo o del borde, con mucha corteza.
(7) Fiesta mayor de un pueblo.
(8) Jalbegar o enjalbegar es blanquear las paredes con cal, yeso o tierra blanca.
(9) Especie de artesa, recipiente de madera que sirve pra dar de comer a los animales.
(10) Polvaredas, nubes de polvo.
(11) Magarzas, ceñilgos – o ceñiglos – y gramas son distintos tipos de plantas silvestres. Escardar es arrancar los cardos y las malas hierbas de los sembrados.
(12) Limosna que se da con ocasión de los rezos que se hacen por lo difuntos.
(13) Tablero sostenido por dos varas paralelas y horizontales que sirve para transportar los cadáveres.
(14) Vela larga y gruesa que, tras haber estado en el Monumento del Jueves Santo, se encendía en las casas cuando había tormenta.
(15) Nombre dado popularmente a los cementerios civiles.