lunes, 28 de marzo de 2011

Carta de Pedro Laín Entralgo a Ignacio Ellacuría



Más de una vez lo he dicho: en medio de tantas maravillas científicas y técnicas, no pocos rasgos de nuestro tiempo –genocidios, cámaras de gas, utilización del poder para el aplastamiento metódico del discrepante– nos ponen en la íntima necesidad moral de ir encontrando a hombres que nos reconcilien con la condición humana; por tanto, con nosotros mismos, porque, querámoslo o no, semejantes por naturaleza somos de quienes han cometido tales atrocidades. Pues bien, Ignacio: uno de esos hombres reconciliadores has sido tú para mí desde que te conozco. No porque te trate con asiduidad. En tus aulas salvadoreñas pasas gran parte del año; y durante los meses que resides en Madrid, tus trabajos y los míos, aunque en alguna medida coincidentes entre sí, día a día van impidiéndome verte y oírte cuanto yo quisiera. Más de una vez se me hace anímicamente sensible esta carencia de lo que -así es la vida- podría tener y no tengo. Pero sé cuáles son tus empeños en el trópico centroamericano, conozco lo que llena tus meses madrileños, y esto es suficiente para que tu condición de pharmakós cristiano, de hombre que con su vida borra en los demás una ocasional mala conciencia de ser hombres, logre eficacia para mí.

Pharmakós cristiano. Mientras entre ellos surgía y se configuraba el término phármakon, medicamento, los griegos arcaicos llamaron pharmakós al hombre cuyo sacrificio ritual limpiaba a la ciudad de sus pecados públicos. Sin sangre y sin carácter de rito, desde luego, nunca ha dejado de existir tal costumbre, y así nos lo haría ver en la actual existencia colectiva un sociólogo de la ética suficientemente agudo y avisado. Pero la dulcificación de los hábitos civiles ha dado existencia a otro modo del pharmakós: el hombre que no por lucro, sino por vocación, cotidianamente consagra su vida propia –la consagra, sí, porque verdadero sacramentum es tal acto– a la perfección de la vida de los demás. Y puesto que uno de tales eres tú, y por añadidura de manera cristiana, reconciliador con la condición humana eres para mí, aun cuando no converse contigo tantas veces como quisiera.

Veamos, si no. ¿Qué haces en El Salvador? A mi modo de ver, dos cosas. La primera, una dedicación: enseñar filosofía y teología a la altura de nuestro tiempo, con el rigor que el adjetivo “universitario” tan perentoriamente exige y con la orientación que la peculiaridad del pueblo que te rodea –un país que a sí mismo se llama cristiano, pero en cuya sociedad tan poco cristianas son las diferencias económicas, políticas y culturales– no menos perentoriamente pide. La segunda, sin que acaso tú te la propongas, una irradiación: demostrar con el ejemplo diario que España es capaz de enviar a lo que antaño fue su mundo americano algo más que indianos dominadores y prepotentes clérigos tantas veces abnegados, sí, pero tantas veces incapaces de predicar allí, y según la real estructura de este “allí”, cómo deben hacerse realidad social los preceptos del Evangelio. Mientras los países iberoamericanos sigan siendo lo que son, su existencia será para los españoles sensibles confortación y espina; confortación, porque esa existencia suya nos enseña hasta dónde fue capaz de llegar el esfuerzo de los nuestros; espina, porque nos pregunta punzantemente si por nuestra mala ventura o por nuestro empecinamiento en hábitos históricos revisables seremos los hispánicos incapaces de lograr formas de convivencia civil en verdad satisfactorias. Y como tú haces con valentía, inteligencia y amor lo que a este respecto debes hacer, mira por donde, Ignacio, tu virtud de pharmakós cristiano te convierte a la vez en pharmakós hispano, y no sólo me reconcilias con mi perpleja, aunque nunca dimisionario hombría, también con mi asimismo perpleja y asimismo no dimisionario españolía.

¿Qué haces en Madrid? Ante todo, ayudas filial y fraternalmente a Xavier Zubiri. Con tu gran inteligencia, tu ancho saber y tu fino discernimiento, sirves de apoyo intelectual y afectivo a Zubiri, para que éste, en la plenísima y luminosa madurez de sus setenta y ocho años, siga haciendo filosofía.

Comentando el segundo número de Realitas –cuyas quinientas cincuenta páginas de texto deberían haber leído ya todos los que en España se dedican o dicen dedicarse al saber filosófico–, has escrito hace poco: “La filosofía pura no goza hoy de buena salud. Ni en España, ni fuera de ella. Los llamados "filósofos" o son docentes, o hacen arqueología, o politizan filosóficamente. Las tres son tareas de relieve, incluso para el propio filosofar, pero no lo pueden sustituir”. Y tú, consciente como Hegel, como el propio Zubiri, de que sin “filosofía pura” no es posible la plena dignidad histórica de los pueblos, aunque esa filosofía sea doloridamente crítica, porque al filósofo no le sale de otro modo, tú, con la enorme autoridad personal que te dan esos meses anuales de residencia en El Salvador, donde tan ejemplar y eficazmente sabes poner toda teoría válida al servicio de una praxis liberadora, con no menos ejemplaridad y eficacia ayudas a que Zubiri haga filosofía pura, la suya.

Más aún haces en Madrid y sigues haciendo en El Salvador: mostrar convincentemente que esa zubiriana filosofía pura se halla en el nivel histórico del tiempo en que existimos, aunque su autor no sea aficionado a la exhibición de citas bibliográficas a pie de página, y puede servir de fecundo e idóneo fundamento intelectual a muchos saberes particulares. Aristóteles se preocupó de clasificar y describir los animales, además de especular sobre el ente. Además de componer sus Meditationes de prima philosophia, Descartes rivalizó con Snell en el estudio de la refracción de la luz. Kant, en cambio, nos pasó a mostrar cómo su Crítica de la razón pura podía ser base filosófica de la matemática y la física entonces vigentes. Al modo de Kant, aunque sólo en esto, Zubiri es, sobre todo, filósofo de fundamentos, por muy asentadas en “filosofías segundas” que se hallen las construcciones sistemáticas de su “filosofía primera”. Véalo el lector en un trabajito de hace pocos años, titulado “Trascendencia y física”. Y si esto es así, y de tan sólida manera, ¿puede a nadie extrañar que una gavilla de personas, a cuya cabeza estás tú, con Diego Gracia a tu lado, se esfuercen –nos esforcemos– por aprovechar actual y oportunamente, al servicio de un saber particular, esa fecunda capacidad de fundamentación teorética que tiene la filosofía pura de Xavier Zubiri?

Ni creo ser pusilánime, ni tengo la impresión de vivir habitualmente en el desánimo. Pero a veces, Ignacio, necesito reconciliarme con mi inalienable condición humana, y a ello provee, incluso sin coloquio contigo, tu simple realidad, el hecho de que seas como eres y hagas lo que haces. Y, por añadidura, eso mismo regalas a mi también inalienable condición hispana... Otra vez se ha equivocado la más pesimista de las sentencias de Tomás de Kempis; otra vez resulta que no vuelve uno menos hombre después de haber tratado con los hombres.

martes, 15 de marzo de 2011

50 AÑOS NO SON NADA.


En mi época decíamos “Insti”. Éramos los del BUP y el COU. En los recreos íbamos a “Los Albas”, “Orly” o “El Anduriña”. Teníamos “sala de fumadores” y con el buen tiempo, nos saltábamos las clases para bajar al río, por la Huerta de los Salesianos o para refugiarnos en “Los Albas”.

Me vienen a la memoria nombres y apodos de profesores: “Berrinche”, Máximo Anzola, Herminio Carrillo, Mª Jesús Zahera, Concha “la de física”, aquella rubia que nos daba Lengua y que tanto desasosiego nos produjo, Manolo Llanes, Ángela “ la de Latín”, Jesús Gil, Doña Carmen, Melquíades, don Alfredo Perotas y tantos otros que sin recordar sus nombres tengo fresco aún sus rostros en mi memoria. Tuvimos durante mucho tiempo que padecer las obras del primer nuevo edificio, el más alto.

Cuando llegamos, pasamos los primeros meses asustados pues compartíamos pasillo con los más veteranos, unos tíos enormes nos parecían. En los armarios de los pasillos tenían lugar las novatadas. La más popular entre los veteranos, era la de encerrar en ellos a las chicas.

Fuimos el relevo a la generación del “LABORAL”. Los que venían desde los pueblos de la comarca en bicicleta. Desde la Nava de Arévalo, Donhierrro, Montejo de Arévalo, Aldeaseca, Sinlabajos y tantos otros. Frío o calor, una larga caminata en bicicleta para llegar a clase. Tiempo de fumar “Celtas cortos” o “Bisontes”, de tartera y de cantina. Cuando salvar esa barrera entre el campo y la ciudad, en muchos ocasiones pasaba por cumplir con aprovechamiento los estudios en el “LABORAL”. Eran los de Quinto y reválida, y luego otra reválida, y luego otra. Las enseñanzas oficiales rivalizaban con las enseñanzas que se procuraban en las partidas de cartas en “Los Pinos”.

La que nos sucedió a nosotros, son los del “Eulogio”. Los de los chats, el Tuenti, la Play y tantas otras cosas que me quedan tan lejos como las que nos contaban los mayores del “LABORAL”. No sé dónde van cuando se fugan las clases. No conozco los apodos de los profesores. Pero estoy convencido que viven con la misma intensidad que lo hicimos las generaciones precedentes. Son los de la LOGSE, la ESO y todo eso. Son el porvenir.

Después de acabar en el “Insti” y tras unos años en Valladolid, he seguido viviendo en Arévalo. He asistido a los cambios, imperceptibles a diario, que experimentaban los estudiantes de ese edificio y la propia ciudad. El mismo edificio para tres generaciones.

En todo este tiempo ha habido cosas que parecían inmutables. Nosotros empezamos con Agustín, el conserje, hoy ya retirado. Profesores que lo eran cuando yo era estudiante y que continuaron hasta su retiro, no hace mucho tiempo. Hoy les veo por la calle y parecen los mismos que me encontraba por los pasillos en el “Insti”: Esteban, Vidal, Charo, etc. Cómo no recordar a don Juanjo, “el cura” o a Pablo del Olmo y a Susi.

Creo que leí a Fernando Fernán Gómez en una ocasión algo parecido a que “... se es de donde se hace el bachillerato.”. Será por eso que tantos se consideran de Arévalo.



Con motivo de la celebración del 50 aniversario del Instituto, el I.E.S. Eulogio Florentino Sanz de Arévalo (Ávila).

lunes, 14 de marzo de 2011

UN VIAJE A LOS INFIERNOS



El sol brillante iluminaba un cielo cerúleo apenas manchado por unos jirones de nubes blanquísimas y mi Atleti había ganado la víspera. ¡Qué mejor día para ir a los Infiernos!
Mister Chip y yo llegamos a un tiempo al lugar de nuestra cita. Seguíamos sin saber la ruta que teníamos que seguir, solamente conocíamos nuestro destino, y pese a desconocer tantos detalles había más gente que nunca en el punto de encuentro. Nos encontramos con muchos de los que participaban en la batalla entre don Carnal y doña Cuaresma. Desconocían que se encontraban a un paso de ser los próximos que visitasen los Infiernos en un futuro no muy lejano.
Nos pusimos en marcha y solamente al llegar a la localidad de Horcajuelo supimos que habíamos llegado. Luisjo había cumplido con su misión de mantener el secreto hasta el último momento. Comenzamos a andar y curiosamente tuvimos que atravesar un río que para nosotros es enormemente familiar, el Arevalillo, solo que allí le llaman de otra forma. Nadie diría que el río apocado que pasa junto a Arévalo, el que cruzamos para ir al Cubo o a la Lugareja, fuese la antesala de tan inquietante lugar; del otro lado del río estaba la entrada a los Infiernos.
Un diablillo de aspecto agradable, aunque mas parecía un guarda forestal, nos estaba esperando. Le acompañaba una pequeña ninfa de cabello dorado y ojos glaucos o tal vez azules, como de cuarto de primaria, que atendía por el nombre de Violeta. Eran los emisarios del Amo de los Infiernos. Nunca he tenido claro quién es el que manda en esos asuntos. En el cielo parece ser san Pedro el que tiene las llaves, pero en cualquiera de las múltiples acepciones que el Infierno tiene en las diferentes religiones, recuerde el lector que cada una tiene el suyo, no tengo claro quién es el que manda, tendré que preguntarlo la próxima ocasión que se presente.
Habíamos llegado según nos dijo a los Infiernos, allí estaba la entrada; todos los infiernos, desde el Gehena judío, al Tártaro griego o el Naraka budista estaban allí frente a nosotros.
Lo primero que tuvimos que hacer fue desprendernos de nuestra dignidad humana, casi arrastrándonos por el suelo tuvimos que pasar la línea que delimitaba los contornos de lo que nuestro guía llamó el territorio del lobo. A partir de ese momento, todo era sabido por el verdadero dueño de esa enorme extensión que se presentaba ante nuestros ojos. Aunque no viéramos al lobo, él nos veía, sabía dónde estábamos y lo que hacíamos en cada momento. Dominaba la situación.
En ese territorio conviven, según entendí, la Junta de Castilla y León, los sindicatos agrarios y el lobo. La primera legisla, los segundos presionan y el tercero es el que manda. Por experiencia, sé que hoy en día puedes deambular durante horas por nuestros campos y no encontrar presencia humana, fuera de lo que son los cascos urbanos. Así pues, viendo cómo vienen las cosas, la batalla la tiene ganada el lobo, que además de ser el más listo, es el único que domina el territorio. Campos despoblados, sin gente que los habite ni trabaje en ellos, por lo que no hace falta pensar mucho en qué sucederá en un futuro, si Bruselas y la PAC no lo remedian.
No puedo ocultar mi inquietud de sentirme observado por criatura con tan mala prensa como es el lobo. Pero he de decir que con el transcurrir de los minutos y no ver presencias reales, salvo las huellas de jabalíes, zorros, tejones y otros animales más inofensivos, me fui tranquilizando. Nos abrimos paso entre las espesas encinas, que curiosamente tienen las hojas más próximas al suelo provistas de fuertes espinas, para evitar que los herbívoros las ramoneen, como veréis en la Naturaleza el que no corre vuela, no recuerdo muy bien si con machetes o con machotes, porque yo iba casi el último y como la fila era tan larga no alcanzaba a ver la cabeza de la expedición.
Ni de la abuela ni de Caperucita registramos indicio alguno y el paisaje que ante nosotros se iba descubriendo nos transportaba a un cierta ensoñación. Hay que reconocer que la magnífica mañana que disfrutamos, casi primaveral, ayudaba a ello. Empezaron a aparecer piedras de unos colores difíciles de describir y cuyas formas se iban haciendo cada vez más complejas de interpretar. Nada que recordase el Infierno descrito por Dante en La Divina Comedia. Todos los colores del mundo estaban allí. Bermellones, ocres en toda las tonalidades, almagre, albero, acompañados de los verdes posibles, y un aroma a tomillo que todo lo envolvía. Nada de olor a azufre como siempre me habían dicho. Era, como alguien dijo, el paraíso de un pintor. Ahora comprendo porqué según dicen muchos, el maestro ARRIBAS va a ir derechito al infierno. Confundidos por esa explosión de color y sin dejar de ver formas cada vez más increíbles en las piedras que nos rodeaban, prestas a satisfacer a la más prolífica imaginación, nos encontramos, cuando hicimos un alto, rodeados de altas paredes de piedra. Comenzamos a acariciar la piedra, a introducirnos en los múltiples huecos que el agua y el viento habían dejado en ellas, jugando como si estuviésemos en un jardín de infancia. Los fotógrafos que nos acompañaban en la expedición no sabían muy bien a qué atender, todo llamaba su atención. Esos colores, esas formas, los juegos de sombras y luces, el sol brillando en lo alto, ese cielo azul y un milano sobrevolándonos.
Me parece que vista la experiencia, va a resultar más entretenida la Lujuria que la Virtud. A ésta me la imagino ligada a un blanco puro, blanquísimo, resplandeciente, sin más; garantía de asepsia, de una limpieza infinita. La otra creo que va acompañada de un arco iris mayor que el que la lluvia nos muestra aquí en la Tierra; puede ser también una mujer de ojos oscuros y pelo negro y recogido en una larga y gruesa trenza que le cae a un lado de su cabeza, cubriendo parcialmente su hombro desnudo, preferiblemente el izquierdo, cuestión de manías. O de un adonis de ébano o marfil o de algún material más cálido, según los gustos y la imaginación de cada cual. O tal vez todo ello y mucho más a un mismo tiempo, según ocurrencias y deseos de cada uno. La Gloria, donde habita la Virtud, una sala fría, blanca y pura.
Acabada la visita a ese lugar mágico que el diablillo y la ninfa nos mostraron y después de almorzar, porque debéis saber que en esos parajes también se almuerza y además con mucho gusto y gana, comenzamos a recorrer el cauce de un río, el Arevalillo, aunque allí recibe otro nombre, particularmente entrañable para nosotros, los de Arévalo y alrededores. Mientras nos mostraban las huellas de los diferentes animales que pueblan esos parajes, las evidencias de lo que los jabalíes habían hozado, observando las señales del paso del lobo, viendo sus defecaciones, los restos de huesos de sus presas, reteniendo en nuestras retinas los colores que nunca antes habíamos visto con tanta profusión, las imposibles formas de las rocas que nos rodeaban, subiendo y bajando por las paredes de piedra que encerraban el paso del río, apenas un riachuelo, identificando huellas y vestigios, en definitiva aprendiendo a ser humanos. Fue cuando la ninfa me dio lo que entendí como un consejo: “Cuando salgo al campo, me obligo a mí misma, pero no a nadie, a recoger lo que tres personas hayan tirado”.
Pese a encontrarnos increíblemente cómodos, nos dijeron que no podíamos quedarnos en los Infiernos. No sé muy bien si nos faltaba maldad o que no había llegado nuestro momento. Todos salimos de allí, aunque bien es cierto que no todos de la misma forma, pues los más jóvenes lo hicimos reptando sobre nuestro vientre y los demás lo hicieron por la puerta grande. Nos despedimos del diablillo y de la ninfa hasta una próxima ocasión; sentí en mi cogote la mirada del lobo y aunque un escalofrío me recorrió la espalda, a partir de mañana cuando recite mis plegarias, pediré volver otra vez a los Infiernos.

sábado, 5 de marzo de 2011

Jóvenes de hoy


Pensaba el otro día si no se sentirán los jóvenes de hoy un poco como Andresillo en el El Quijote. Para refrescar memorias sigan este enlace:
http://cvc.cervantes.es/obref/quijote/edicion/parte1/parte01/cap04/default.htm

Ahora una vez frescas las mentes de lo relatado por don Miguel, opinen vuestras mercedes, comparen y reflexionen. Tiempos crudos los que parecen enfrentar los jóvenes de hoy. Mientras que los adultos les culpamos a ellos, ¡como si nosotros no tuviésemos la sartén por el mango!

jueves, 3 de marzo de 2011

Tierno Galván

Carta (utópica) a Tierno Galván.

Aparecida en el diario El Mundo el 19 de enero de 2011.
En el 25 aniversario de su muerte, el autor recuerda al ex alcalde de Madrid y reivindica su ideario progresista. Lamenta que los dirigentes actuales traten de lavar el cerebro de los ciudadanos tratándolos como si fueran niños.

Una pequeña parte de dicha carta...el final concretamente:

"...Nos equivocamos, don Enrique. Tal vez algún día cambien las cosas y podamos celebrar el renacimiento de un mundo de ideas nobles. Hasta entonces yo seguiré de pie, oponiéndome y resistiendo, mientras pueda, como lo haría usted. Aunque dicen que es una batalla perdida, y puede que tengan razón; pero es preciso seguir. Por eso, 25 años después de su muerte, le reitero mi deseo de perseverar en su magisterio, despidiéndome con el lema que todos coreamos en su multitudinario adiós: "Hasta siempre, profesor"."

completa en :
http://elcomentario.tv/reggio/carta-utopica-a-tierno-galvan-de-antonio-gomez-rufo-en-el-mundo/19/01/2011/