viernes, 8 de abril de 2011

El desaliento de don Pío


Por José Jiménez Lozano

Don Pío Baroja tuvo una gran pasión por la historia contemporánea española: la del siglo XIX, y la mayor parte de sus novelas y ensayos gira en entorno a este tema.

Fue una época turbulenta, de mucho jolgorio político, de bastante intolerancia y bruticie, y de varios acontecimientos bélicos, desde la francesada, y luego la gran expedición de los Cien Mil Hijos de San Luis, a las guerras carlistas. Pero, sin duda alguna, para el tiempo en que escribía don Pío, todo aquello, con la ayuda incluso de la gran estampería de la época, tenía un aura romántica. Románticos eran ya los recuerdos de los supervivientes, o los que quedaban recogidos en escritos, y románticas eran las imágenes que de esas historias y memorias se alzaban: «Siluetas románticas» como don Pío mismo tituló un librito donde trazó retratos de gente de esos tiempos; e incluso la silueta del cura Merino, que vuelve una y otra vez en las páginas del novelista, y siempre pintado en color negro, porque mentira hubiera sido utilizar otro color al hacerlo, resulta romántica. Pero, un día, llegó la guerra civil a España, y don Pío quedó tan aterrado y espantado que, en adelante, ya no tuvo ánimo ninguno para seguir narrando sus historias decimonónicas. Quedó estragado de historia, podríamos decir. ¡Y eso que no pudo conocer al detalle la historia europea del siglo que ahora termina! Lo que ocurre es que nosotros no podemos permitirnos quedar ahora estragados, quizás porque ha sido tanta la barbarie, que necesariamente tiene que ser mayor la esperanza.

Sin hacernos ilusiones románticas, pero esperando.

viernes, 1 de abril de 2011

INSOMNIO

INSOMNIO
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres
(según las últimas estadísticas).

A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este
nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los
perros, o fluir blandamente la luz de la luna.

Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como
un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre
caliente de una gran vaca amarilla.

Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por
qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta
ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.

Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?