sábado, 4 de febrero de 2012

“EL ESCAPARATE DE JOSELILLO”




El relato de la muñeca negra despertó mis recuerdos. Entre ellos apareció, como entre la niebla, el de un escaparate de madera y cristal, creo recordar, aunque lo importante estaba dentro. Era un escaparate que reunía en época navideña todos los juguetes del mundo, así me parecía a mí, con dos zonas diferenciadas, una con juguetes para los niños y otra para niñas.
Eran unos tiempos en los que Papá Noel no nos había colonizado aún y los únicos que repartían juguetes y regalos eran los Reyes Magos. Por eso, hasta el día 6 de enero, contemplábamos siempre que teníamos ocasión, el escaparate repleto de cosas extraordinarias. Pegábamos la nariz al cristal observando con detenimiento todos los detalles posibles de esos juguetes maravillosos.
Tendríamos luego poco tiempo para jugar con lo que nuestro rey favorito nos trajera; cada uno tenía el suyo, yo siempre fui muy de Baltasar, el negro, no supe nunca las razones, pero me atraía y me sigue atrayendo más que ningún otro rey. Desde la llegada de los reyes hasta el regreso a la escuela apenas dos o tres días que se hacían cortísimos. Por eso, esos días previos a su llegada los vivíamos con tanta intensidad. Jugábamos a través del cristal con todo lo que el escaparate contenía. Recuerdo con asombrosa nitidez un fuerte de madera; sí, en aquella época no estaba mal visto jugar a indios y vaqueros; era, el fuerte, de piezas de auténtica madera, con soldados uniformados de azul, del 7º de caballería, y unos indios con enormes coronas de plumas de infinitos colores. También siempre fui más de los indios que de los vaqueros. En la televisión, en blanco y negro, que por entonces empezaba a llegar a muchos hogares, anunciaban los juguetes y en las primeras películas del oeste, ya se sabía que los indios perdían todas las batallas, pese a ello, cuando con mi cara pegada al escaparate de Joselillo imaginaba batallas en aquel fuerte de madera, eran los indios los que ganaban.
Costaba arrancarnos del cristal, horas allí pegados. Había veces en las que coincidíamos varios amigos y comenzaba una enconada competición, consistía en elegir por riguroso orden un juguete cada uno, no valía repetir, el que mejor se conocía el escaparate solía llevarse, imaginariamente, los mejores regalos.
Por encima de todos los regalos, en un sitio que siempre me pareció principal, estaba un Scalextric, una pista ovalada con dos coches de carreras, uno rojo y otro blanco. Hasta mi última carta a los Reyes Magos, todos los años pedía a Baltasar ese Scalextric junto con el resto de regalos y juguetes solicitados con respetuosa veneración.
A veces los recuerdos nos engañan, otras nos dejan algo tristes, pero los que me vienen de mi infancia son alegres y felizmente claros. Nunca me trajo Baltasar el fuerte de madera, fueron siempre fuertes de cartón con indios y vaqueros de color gris o marrón, y no con soldados de uniformes azules y esos indios con enormes coronas de plumas de colores. Siempre pensé que debería esforzarme en mejorar mi caligrafía en las cartas que le escribía, porque tal vez esa fuera la razón por la que año tras año fallaba en su regalo. Del Scalextric no tuve nunca noticias. Tal vez Baltasar no dominara el inglés o qué se yo.
Hoy ya no existe ese escaparate, incluso la tienda que hay en su lugar me parece pequeña. Sé cómo funciona el servicio postal de sus majestades de oriente. Pero conservo el gozo que tenía del otro lado del cristal. Me gustaría saber qué escaparate es el que hace soñar a los niños de hoy. Seguro que de encontrarle, no tendría dificultad alguna en jugar a través del cristal con las cosas que allí hubiera. Me gustaría ser paje de Baltasar, y escuchar de boca de los pequeños, ilusionados, inocentes y felices, sus peticiones. Ser portador de esos regalos pedidos. Gozar con la mirada de un niño o niña en el momento justo de verbalizar lo que son sus anhelos. ¿No os habéis fijado nunca? El brillo en sus ojos es idéntico, pidan lo que pidan, algo grande o algo pequeño. Porque lo que transmiten es una ilusión, un sueño.
Me gustaría poder juntarme con mis amigos nuevamente, y volver a jugar a pedirnos cosas, esas cosas que queremos. Busco a diario en los ojos de la gente esa mirada, ese brillo que veo en los niños, pero me cuesta encontrar ilusión en algunas miradas. No acepto que sea culpa del paso del tiempo la causa de la pérdida del brillo en los ojos, porque me encuentro con personas muy mayores que sí conservan esa mirada de niños. Les pregunto qué han hecho para conservarla y tras mostrarme una enorme sonrisa, me dicen: “me acuerdo cada día del escaparate de Joselillo”.