jueves, 6 de septiembre de 2012

ESTOS MEDIOCRES QUE NOS GOBIERNAN

   Soy de los que opinan que en España muchos hombres y mujeres han refugiado hoy su mediocridad en la política y, desde instancias públicas de ámbito nacional, autonómico, provincial o municipal, se empeñan en demostrarnos a diario que es muy poco lo que saben hacer por esos ciudadanos a los que, no sin cierta desvergüenza, dicen servir. Cuando hablo de gobernantes mediocres, me estoy refiriendo a quienes en lugares como Madrid, Valladolid o Ávila exhiben incapacidades clamorosas sin ruborizarse y con un desparpajo digno de mejor causa. Algunos de mis lectores compartirán lo que digo, pues las encuestas muestran que los políticos se han convertido en uno de los problemas que más preocupan a los españoles. Otros, sin embargo, necesitarán que explique lo que afirmo y, aunque brevemente, me dispongo a hacerlo en las líneas que siguen.
   Si miramos cuanto ocurre  en nuestro país, ¿no encontramos incompetencias sin cuento en quienes nos dirigen? ¿Puede considerarse bien liderada una vieja nación que ni siquiera cree en sí misma, que se atreve a exhibir su bandera sólo en determinados acontecimientos deportivos y que, en otros momentos, utiliza también el deporte para abuchear su propio himno, pues la clase política que venimos padeciendo en las últimas décadas no ha sabido lograr algo tan elemental como españolizar España? ¿Puede considerarse bien dirigido un estado hundido en gravísimos naufragios económicos, un estado que necesita  el rescate de otros y en el que existen millones de personas sin empleo, en el que la desesperanza, el pesimismo y el miedo al mañana son el vía crucis por el que transitan las familias y las empresas? ¿Puede creerse bien gobernada una sociedad en la que el único gesto democrático que se le concede es ir a las urnas cada cuatro años para depositar un voto que se olvida tan pronto como acaba el recuento de las papeletas? ¡El voto! Tras él se escudan ciertos políticos que desconocen que el voto legitima ocupar el poder, pero no justifica la esterilidad y, mucho menos, los frecuentes egoísmos que nos toca ver, las frecuentes corrupciones y las frecuentes inoperancias.
   Como castellano, me duele también fijarme en mi comunidad autónoma, envejecida, atrasada, preterida por regiones periféricas a cuyos habitantes ayudamos a salir (mediante coeficientes de inversión obligatoria con los que se nos gravó en tiempos no lejanos) de sus ancestrales actividades de leñadores, tenderos o levantapiedras. Fue la peseta agrícola y el sudor mesetario los que pagaron industrias ajenas, industrias a las que, una vez que se nos arruinó, muchos de los nuestros tuvieron que emigrar si querían encontrar trabajo. Los que aquí quedamos nos vimos forzados a talar viñas, destruir cabañas ganaderas, dejar en barbecho sembrados, abandonar pueblos sin que nuestros dirigentes fueran capaces de parar tanta hemorragia de personas y de esfuerzos. Y, a los ineptos mandarines de antaño, les han sucedido en Castilla y León otros cuya habilidad mayor consiste en montar campañas electorales que les permitan mantener escriturados a su nombre estos predios que merecerían mejores perspectivas de futuro que las que ahora tienen. Tampoco quienes se hallan en la oposición desde hace veinticinco años ofrecen alternativas que ilusionen demasiado.
   Por lo que se refiere a lo más próximo, a la provincia de Ávila, me resulta evidente la falta de un buen plantel de líderes. Ahí están, para objetivar lo que afirmo, las cifras de nuestro paro (superior a la media nacional), la emigración masiva de nuestros jóvenes, la ruina de nuestro comercio, el estrangulamiento de nuestros comunicaciones ferroviarias, la ausencia constante de un sólido tejido industrial, el imparable declive de nuestra demografía, la urbanización absurda de pedregales que, durante decenios, nos recordarán pasadas especulaciones inmobiliarias que solo sirvieron a los regidores abulenses para dilapidar ingresos que creyeron iban a ser eternos. Observando lo que dicen y hacen tanto algunos políticos de izquierdas o derechas como determinados presidentes de partido que cocinan las estrategias de sus formaciones, uno duda entre pensar si son, simplemente, engreídos pavos reales de pluma larga y mente corta o transformistas que, a veces, no destacaron en sus profesiones privadas y optaron por pasar la existencia viviendo de los presupuestos públicos aunque carecieran de aptitudes, ideas y vocación de servicio.
   He sufrido demasiados años una dictadura para no amar la democracia y no valorar a los buenos políticos. Pero los buenos políticos (quiero subrayar no solo que los hay, sino que nunca les agradeceremos lo suficiente su trabajo por todos nosotros) los buenos políticos son muy escasos. Y, porque me aterra esta escasez y que el cansancio ciudadano favorezca el advenimiento de populismos peligrosos o de nuevos dictadores, me atrevo a denunciar la incompetencia actual de aquellos ficticios paladines que no parecen ser conscientes del papel para el que se postularon voluntariamente. Denuncio su vacuo parloteo y se desprecio por cuanto no les permita llenar el propio buche de sucios euros y pringosa vanidad. Denuncio su servilismo con el fin de perpetuarse en los cargos sin hacer nada de provecho e, incluso, acometiendo desaguisados como el reciente de arrojar a un enorme agujero llamado Bankia a nuestra centenaria Caja de Ahorros. Denuncio que jamás se arrepientan de sus actos ni de sus omisiones, jamás se responsabilicen de los desastres que dejan tras de sí y jamás tengan la grandeza (marchándose cuanto antes a casa) de admitir su ridícula pequeñez.

ADOLFO YÁÑEZ

Publicado en El Diario de Ávila, miércoles 29 de agosto de 2012