miércoles, 20 de febrero de 2013

LA PALABRA



Son las palabras uno de los medios que tienen los humanos para comunicarse entre sí. Ideas, sentimientos, sensaciones, en cada momento lo que ocupa y preocupa su  entendimiento, encuentran camino para llegar de un humano a otro mediante la palabra.
Cuentan, que a los humanos que moraban en las cavernas, no les resultaba suficiente con sus ruidos guturales para hacerse entender y por ello comenzaron a pintar en las paredes. Pero parece ser que a veces, no quedaba del todo claro lo que querían decirse unos a otros, o a los dioses cuando hablaban directamente con ellos, y por eso nació la palabra. Desde entonces comenzaron a llamar a las cosas por su nombre, el que iban dando según su entender, y así, el pan fue pan y el vino, vino.
Pero a las palabras se las lleva el viento, y gracias a eso, vinieron desde otros lugares y otras culturas. Se extendieron por toda la geografía terrestre, fueron y llegaron de Grecia, de Roma, de América,… y arraigaron, crecieron y dieron sus frutos.
Desde mi tierna infancia me he sentido atraído por las palabras y el diccionario es un refugio al que regreso con cierta frecuencia. Abro sus páginas al azar y comienzo una aventura, que nunca sé dónde me va a llevar con exactitud. Una palabra me lleva a otra y ésta a otra y así sucesivamente; de una derivada a un sinónimo o un antónimo; me dejo arrastrar por lo que las palabras me dicen y por mi curiosidad.
Me gustaría ser una especie de sabio de la etimología, no por abrumar con mis conocimientos, si no por sentir saciada mi sed de saber de las palabras. Descubrir el arcano absoluto de ellas.
Además del diccionario, los hispanohablantes tenemos dos libros a los que podemos regresar cuantas veces queramos a lo largo de nuestra vida: “El Quijote” y “La Biblia”. Es incluso recomendable hacerlo con frecuencia. Leer las palabras que contienen nos dará cada vez un mensaje distinto, con nuevos matices no apreciados con anterioridad. Porque las palabras es lo que tienen, que aunque estemos acostumbrados a emplearlas, no siempre nos suenan igual.
Hay palabras que contienen más de lo que definen, como amigo, amor, libro o madre. Las hay que han caído en desuso como alpargata, andariego, ética, justicia, urbanidad,… Otras pertenecen al estricto ámbito familiar: canco, fatuto, termeño, torulo; y los que no pertenezcan a él, tal vez las desconocen.
Están las palabras de consuelo, las más necesarias en los momentos difíciles, o esas otras, las palabras de amor, las tiernas, las cariñosas. Menos agradables, pero necesarias también, son las palabras sinceras, que son las que nos hacen mejorar, aunque no nos agrade demasiado, a veces, escucharlas. Tenemos otras que a la vez unen y separan: bandera, frontera, libertad, patria, religión,…
Hubo un tiempo en el que la palabra era el más firme e inviolable de los contratos entre las personas, de suerte que, quien faltara a la palabra dada, perdía toda honorabilidad. Hoy, muchos juran por su conciencia y honor, cumplir fielmente con las obligaciones del cargo que van a ocupar y al momento, se olvidan y faltan a su palabra y acomodan su conciencia a sus intereses. Lástima.
Las palabras nacieron para entendernos y comunicarnos entre los humanos. Es lo que nos diferencia del resto de los animales. Ellos no tienen las palabras. Pero con el tiempo, parece que hemos olvidado el sentido de las palabras. La mayoría de las veces nos separan, no conocemos con exactitud su significado preciso, y en caso de duda, no nos molestamos en solicitar amablemente aclaraciones. No diferenciamos entre oír y escuchar. Nos hemos olvidado que hasta no hace tanto tiempo, uno de los mayores halagos que una persona podía recibir era: “…es una persona de palabra.”
Pero como el viento esparció las palabras, desde las cavernas por todo el mundo, en cada lugar donde germinaron fueron diferentes. Por eso los idiomas son distintos. Siempre me hubiese gustado recibir el don de lenguas, que dicen que recibieron ciertos apóstoles. Poder entender y comprender las palabras de cualquier ser humano llegado de cualquier lugar del mundo.
Tuve, desde que yo recuerdo, un especial gusto por pegar la hebra, que como el maestro Delibes dijo: “…traducido a palabras pobres significa entablar conversación.”, y siempre lamento no poder comprender todas las lenguas del mundo, para poder charlar con esas gentes que aparecen en mi vida, o yo en la de ellas. Por eso cuando me cruzo con alguien que habla el mismo idioma que yo, disfruto escuchando su conversación, atento a nuevas palabras para mí, que puede que sean tan viejas como el tiempo. O esas otras cuyo significado ignoto para mi entendimiento, hagan sumergirme en el diccionario en busca de su contenido semántico.
Neruda supo contar como nadie lo que son las palabras, lo que contienen y representan. Lo definido por las palabras, a veces, suena muy diferente en una u otra lengua, tal es así que, ante la belleza en ciertos casos, me gustaría tomarlas como propias y emplearlas como mías, aunque no lo sean, o tal vez sí. No dejan de ser humanas, son utilizadas por humanos aunque hablen otro idioma. Su musicalidad al pronunciarlas las hace especiales. Decir a alguien que le amamos en francés, hablar de la propia madre en italiano y no digamos expresar sentimientos o conocimiento en griego o latín, es algo de lo que en determinados momentos siento que le falta a mi lengua materna.
Cada uno habla con sus dioses en su propia lengua, pero son las mismas palabras con diferentes envolturas. Muchos no se dan cuenta de ello y esas palabras les separan y enfrentan, supongo que es porque la filosofía no ha calado en ellos todavía, porque cuando no se sabe por quién morir se deja de combatir.
Por eso, cuando algunos actos de los hombres me hacen desconfiar sobre la bondad de la condición humana, busco refugio en la Palabra.

Fabio López

CANTO DEL PERDEDOR

Desde lejos han rugido las hordas
en las horas muertas junto al lago
que riega las montañas y la cresta
umbría de algunas que otras palabras.
Han clamado las voces al ocaso
como un emjambre que labra silencios...
A la mañana se despierta la sonrisa
con la tez ebria como tizna de vino
ácimo después de la noche inculta.

Y tú, poeta del silencio y más que amigo
casi sin saberlo te asomas
a los rostros. Acaso jamás adivinaste
que aquella noche estuviste invitado
al ceremonial de tu propia caída
entre licores groseros y ebriedad.
Y tú casi sin saberlo... el ruiseñor
plácidamente tañía en la enramada
mientras pulsaba su caricia en los oídos.
Y tú sin saberlo: bordaban las acacias
la flor del verano y allá abajo
tus hijos escrutaban el ocaso.

Nadie adivinó que por la tarde
el ruiseñor ventease entre la luna
que ladinamente restregaba sus ojeras,
el filo de una certera puñalada.

"Has caído en desgracia" -repetía
desde lo hondo del espino.
"Has caído en desgracia" -confesaba
el ocaso a su hoguera apagada.
Los labios son espadas del eco:
-"has caído en desgracia, en desgracia
ante los hombres... Has caído...
y está acabado... acabado ya".
Solo esta música te queda por soñar.
Solo esta lira te queda que pulsar.
Y el ruiseñor lloraba en los oídos,
inundaba las sombras del ocaso
con el rostro de la melodía más amada.

Allá, secretamente, en el lejano Delfos
alguien dijo al oído del poeta
que los eternos tiranos, los de siempre
sedientos de puños y de espadas
hoy como ayer o mañana, habrán de perseguir
su memoria allá donde el ocaso
trémulamente se anuncie
desde el canto de los suaves ruiseñores.
A ti, poeta del silencio y más que amigo
que vives tu soledad como un destierro
entre amigos, tu ciudad y sus confines.

Solo esta música te queda por soñar.
Solo esta lira te queda que pulsar
a la sombra de los sauces del río
cuando agonizan los últimos olmos
cuando se agotan las últimas horas.
Cuando este siglo agobiado fallece.

                               Noviembre, 1999


Francisco Javier Rodríguez Pérez