Por José Jiménez Lozano
Don Pío Baroja tuvo una gran pasión por la historia contemporánea española: la del siglo XIX, y la mayor parte de sus novelas y ensayos gira en entorno a este tema.
Fue una época turbulenta, de mucho jolgorio político, de bastante intolerancia y bruticie, y de varios acontecimientos bélicos, desde la francesada, y luego la gran expedición de los Cien Mil Hijos de San Luis, a las guerras carlistas. Pero, sin duda alguna, para el tiempo en que escribía don Pío, todo aquello, con la ayuda incluso de la gran estampería de la época, tenía un aura romántica. Románticos eran ya los recuerdos de los supervivientes, o los que quedaban recogidos en escritos, y románticas eran las imágenes que de esas historias y memorias se alzaban: «Siluetas románticas» como don Pío mismo tituló un librito donde trazó retratos de gente de esos tiempos; e incluso la silueta del cura Merino, que vuelve una y otra vez en las páginas del novelista, y siempre pintado en color negro, porque mentira hubiera sido utilizar otro color al hacerlo, resulta romántica. Pero, un día, llegó la guerra civil a España, y don Pío quedó tan aterrado y espantado que, en adelante, ya no tuvo ánimo ninguno para seguir narrando sus historias decimonónicas. Quedó estragado de historia, podríamos decir. ¡Y eso que no pudo conocer al detalle la historia europea del siglo que ahora termina! Lo que ocurre es que nosotros no podemos permitirnos quedar ahora estragados, quizás porque ha sido tanta la barbarie, que necesariamente tiene que ser mayor la esperanza.
Sin hacernos ilusiones románticas, pero esperando.