domingo, 30 de mayo de 2010

Un libro para leer

LA REINA DEL SUR
“Sonó el teléfono y supo que la iban a matar. Lo supo con tanta certeza que se quedó inmóvil, la cuchilla en alto, el cabello pegado a la cara entre el vapor del agua caliente que goteaba en los azulejos. Bip-bip. Se quedó muy quieta, conteniendo el aliento como si la inmovilidad o el silencio pudieran cambiar el curso de lo que ya había ocurrido. Bip-bip. Estaba en la bañera, depilándose la pierna derecha, el agua jabonosa por la cintura, y su piel desnuda se erizó igual que si acabara de reventar el grifo del agua fría. Bip-bip. En el estéreo del dormitorio. los Tigres del Norte cantaban historias de Camelia la Tejana. La traición y el contrabando, decían, son cosas incompartidas. Siempre temió que tales canciones fueran presagios, y de pronto eran realidad oscura y amenaza. El Güero se había burlado de eso; pero aquel sonido le daba la razón y varias cosas más. Bip-bip. Soltó la rasuradora, salió despacio de la bañera, y fue dejando rastros de agua hasta el dormitorio. El teléfono estaba en la colcha, pequeño, negro y siniestro. Lo miró sin tocarlo. Bip-bip. Aterrada. Bip-bip. Su zumbido iba mezclándose con las palabras de la canción, como si formase parte de ella. Porque los contrabandistas, seguían diciendo los Tigres, ésos no perdonan nada.”
Arturo Pérez Reverte


sábado, 29 de mayo de 2010

Cartas al Director


Creer, acoger, preparar.

Creer. En una tertulia un comentario y a continuación una idea y una foto y luego un cartel. Un proyecto no excluyente. Mentes abiertas a otras ideas, juntando esfuerzos, sumando voluntades, multiplicando apoyos, tarea divulgadora. Tal vez un sueño decían, tal vez vana ilusión. Y la idea se extiende y sigue sumando esfuerzos e ilusiones. Todos tienen cabida. Termina siendo, casi en el secreto de las gentes, en esa parte oculta del último rincón de los corazones, un deseo. ¡Si fuera verdad! ¡ Si fuera posible!
La noticia me llegó mientras jugaba al fútbol con mis amigos. Acabábamos de encajar un gol y en mis compañeros cundía un cierto desánimo. Yo, que soy del “Aleti”, intentaba explicarles que todo estaba por pasar, que cualquier cosa podía suceder y cambiar el rumbo del juego. Intento de transfusión de sangre “rojiblanca”. Y de repente un millón de goles, ya ni el juego tenía interés. Una alegría inmensa apenas contenida nos llegó con la noticia. Alegre tarea nos espera.
Acoger. Que Arévalo sea sede de las Edades del Hombre, va a suponer la llegada de cientos de personas. Habrá que proporcionarles acomodo, tendrán necesidad de comer, querrán conocer nuestras tierras y a nuestras gentes; pero también tendrán cosas que decir. Acoger es también escuchar al que llega, aprender de los que de otras partes vienen hasta nosotros. Será, salvando las distancias, “nuestra Olimpiada”. Oportunidad única de compartir con los que nos visiten, experiencias y pensamientos; de participarles nuestros deseos y anhelos, compartir el patrimonio, abrir nuestras mentes y nuestros corazones y no desaprovechar la oportunidad del encuentro. Vendrán buscando los pasos de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa. Tendremos que mostrarles la llanura y sus atardeceres, que lleguen a sentir la tierra como tantos otros. Que no tengan ninguna duda de que aquí tienen un nuevo hogar.
Preparar. Pero hay que comenzar a trabajar desde ayer, para que las infraestructuras estén listas cuando llegue la fecha. Conocemos la meta y debemos ser conscientes del recorrido que nos queda. Con espíritu libre, sin exclusiones, debemos sumar esfuerzos y voluntades. Prepararnos para el evento histórico que se avecina. Ya no se trata de un sueño, sino de una realidad. No es una posibilidad, es una certeza y hay que prepararse para ello. Iniciativas privadas que deben ser fundamentales para conseguir el éxito, que deben estar arropadas e incentivadas desde las administraciones, desde todas. Ha llegado el tiempo de apartar cainismos aldeanos que a nada conducen y tanto daño hacen. Adecentar caminos transitados, hace ya tantos siglos, por ilustres personas como San Juan de la Cruz y Santa Teresa. Habrá que dar una vuelta a la casa, enjalbegar las paredes, reparar templos, hacer sitio para los huéspedes que nos visitarán temprano. La Lugareja, San Nicolás, Plaza de la Villa, Plaza de San Pedro – hogar de un mudejarillo que retratase don José –, iglesias y plazas, puentes y callejas, parece llegado vuestro momento. Seréis protagonistas, pues a vosotros vendrán a veros. Nosotros humanos, simples servidores para vuestro mejor adecentamiento.
Me preguntas en qué creo. Creo en ti y en lo que puedes hacer por estas tierras.

Fabio López
Diario de Ávila, sábado 29 de mayo de 2010

BREVE INTRODUCCIÓN A LA CRISIS ECONÓMICA


Pongamos un sencillo ejemplo para aclarar cómo se genera la actual crisis económica.
Un señor se dirige a una aldea donde nunca había estado antes y ofrece a sus habitantes 100 euros por cada burro que le vendan.
Buena parte de la población le vendió sus animales.
Al día siguiente volvió y ofreció mejor precio, 150 por cada burrito, y otro tanto de la población vendió los suyos. Y a continuación ofreció 300 euros y el resto de la gente vendió los últimos burros. Al ver que no había más animales, ofreció 500 euros por cada burrito, dando a entender que los compraría a la semana siguiente, y se marchó.
Al día siguiente mandó a su ayudante con los burros que compró a la misma aldea para que ofreciera los burros a 300 euros cada uno. Ante la posible ganancia a la semana siguiente, todos los aldeanos compraron sus burros a 300 euros, y quien no tenía el dinero lo pidió prestado. De hecho, compraron todos los burros de la comarca. Como era de esperar, este ayudante desapareció, igual que el señor, y nunca más aparecieron.

Resultado: La aldea quedó llena de burros y endeudados.

Hasta aquí lo que contó el asesor. Veamos lo que pasó después:

Los que habían pedido prestado, al no vender los burros, no pudieron pagar el préstamo. Quienes habían prestado dinero se quejaron al ayuntamiento diciendo que si no cobraban, se arruinarían ellos; entonces no podrían seguir prestando y se arruinaría todo el pueblo.
Para que los prestamistas no se arruinaran, el Alcalde, en vez de dar dinero a la gente del pueblo para pagar las deudas, se lo dio a los propios prestamistas. Pero estos, ya cobrada gran parte del dinero, sin embargo, no perdonaron las deudas a los del pueblo, que siguió igual de endeudado.
El Alcalde dilapidó el presupuesto del Ayuntamiento, el cual quedó también endeudado. Entonces pide dinero a otros ayuntamientos; pero estos le dicen que no pueden ayudarle porque, como está en la ruina, no podrán cobrar después lo que le presten.
El resultado: Los listos del principio, forrados. Los prestamistas, con sus ganancias resueltas y un montón de gente a la que seguirán cobrando lo que les prestaron más los intereses, incluso adueñándose de los ya devaluados burros con los que nunca llegarán a cubrir toda la deuda. Mucha gente arruinada y sin burro para toda la vida. El Ayuntamiento igualmente arruinado.
Resultado ¿final?: para solucionar todo esto y salvar a todo el pueblo, el Ayuntamiento bajó el sueldo a sus funcionarios.


Recibido por la RED

viernes, 28 de mayo de 2010

ESA EXTRAÑA PAREJA



Hemos estado en Burgos. Después de visitar la catedral y el Monasterio de Santa María la Real de las Huelgas, decidimos acercarnos a Mediavilla de los Infantes. Es un pequeño pueblo de unos cuatrocientos habitantes. Allí sólo se llega yendo de propio intento, o bien, si vas camino de Santiago de Compostela.
Tengo allí dos grandes amigos. Uno es Fernando Escribano, maquinista de tren jubilado que se asentó en este pueblo recién alcanzada su edad de jubilación. El otro es don Servando, párroco del pueblo; cura de una cierta edad pero de una vitalidad difícil de aguantar.
Hay en este pueblo una magnífica iglesia y cuenta también con una docena de casas solariegas con portadas de cierta calidad artística; restos que recuerdan unos tiempos mejores en esta villa. La iglesia, originaria del siglo XII, cuenta con interesantes obras de arte, entre ellas un excepcional Cristo Crucificado. A ella se refiere don Servando como la Casa de Dios, Fernando Escribano en cambio, la llama la iglesia del pueblo.
Fernando pasa buena parte de su jornada en la iglesia. No penséis que rezando, todo lo contrario. Es Fernando Escribano un agnóstico en materia de religiones y un firme creyente en materias humanas. Como él suele explicar, cree en los hombres y en la sociedad, está convencido de la capacidad para organizarse y mejorar el entorno con el trabajo y la participación de todos los vecinos. Su estancia diaria en la iglesia se debe a que le gusta que los que llegan al pueblo puedan disfrutar de toda su riqueza artística; por eso hace unos años animó a un grupo de voluntarios para encargarse de abrir y cerrar la iglesia y los lugares de visita que poco a poco van preparando.
Don Servando, por su parte, nada tiene que objetar, pues como siempre me dice, no tiene perdida la batalla de conseguir que Fernando entre en el buen camino. Además, las visitas son bien recibidas. Se queja mi amigo don Servando de la escasa afluencia de fieles a las misas y demás actos litúrgicos. Siempre nos dice que nos ha tocado vivir tiempos materialistas en exceso. Según me cuenta, si no fuera por Fernando Escribano y los que andan con él, no estaría más que con viejecitas y el par de monaguillos que aún le quedan.
Cuando estoy con ellos me asombro de cómo dos personas tan diferentes han conseguido establecer una relación tan sencilla y de tan buenos frutos para todo el pueblo. Fernando y los suyos enseñan la iglesia a su modo, nada que ver con la forma profesional que pudimos disfrutar en la catedral de Burgos o en el Monasterio de Las Huelgas, ellos se limitan a señalar lo que es pan y lo que es vino como le gusta decir. Admirar el Cristo crucificado es cosa del que observa. Fernando Escribano ve en él el trabajo magistral del tallista. Las facciones finamente trabajadas, los colores dados a la madera por el artista que hacen parecer real la imagen. Volver la vista y ver las pinturas del ábside, o los capiteles tan primorosamente trabajados; todos diferentes entre sí. Como suele decir: “que lo vean todo lo que quieran y luego cada uno que sienta lo que sea”. Don Servando, en cambio, me dice que en la imagen de Cristo en la cruz, ve el triunfo de la Vida sobre la muerte. En cuanto al pan y el vino a los que se refiere Fernando, son para él carne y sangre de Cristo, son Eucaristía.
Yo les suelo decir, por darles guerra, que en lo único que coinciden es a la hora de hacer la declaración de la renta, pues marcan la misma casilla. Inmediatamente, Fernando se apresura a decirme que lo hace porque el patrimonio de la iglesia es ingente y que de alguna forma tiene que colaborar a su sostenimiento, don Servando dice que lo hace por una cuestión de Fe.
Desde mi última visita se han producido bastantes novedades. Según me cuentan, han puesto en marcha el “pueblo-albergue” para los peregrinos. Como no entiendo eso, pido que me lo expliquen y resulta la mar de sencillo. Ante la gran afluencia de peregrinos que pasan camino de Santiago, han decidido poner a su alcance lo más fundamental para esas personas: comida y alojamiento. Lo de la comida, que suele ser cena la mayoría de las veces, lo solucionan cenando en casa de Fernando Escribano los peregrinos que llegan. Cenan lo que él tenga de cena. Si un día son más de tres, se reparten en las casas del resto de vecinos que se han prestado a colaborar, incluido don Servando. Para dormir lo tienen repartido de la siguiente forma: si son parejas duermen en casa de don Servando, si vienen por separado se quedan en casa de Fernando y si son mujeres que vienen solas haciendo el camino, lo hacen en casa de la vecina de don Servando, una señora viuda de allí del pueblo. Como todo eso ocasiona una serie de gastos todos colaboran en la medida de sus posibilidades, quien más tiene más pone.
Después de la cena suelen juntarse en casa de Fernando Escribano o en casa de don Servando, según toque, a pegar la hebra con los peregrinos. No suelen ver televisión, prefieren conversar con las gentes venidas de lejos, de lugares tan diferentes a Mediavilla de los Infantes y tan diferentes entre sí. Han llegado a aprender alguna que otra palabra en lenguas extranjeras, el francés y el inglés les ha resultado más sencillo, no así el alemán o el holandés según me cuentan. Aproveché a preguntarles si habían conseguido averiguar la razón que les lleva a iniciar tan largo y penoso camino. Fernando me cuenta lo mucho que le fascina que millones de personas realicen el mismo recorrido desde hace siglos, teniendo cada uno una razón diferente al resto; don Servando cree que es la Fe que se manifiesta de muy diversas formas lo que impulsa a estas personas a iniciar tan enriquecedor recorrido.
Mi estancia en el pueblo de mis amigos terminó con el fin de semana. Hasta que vuelva a tener la oportunidad de volver a estar con ellos me conformaré con las cartas que de ellos reciba. Aunque parezca anticuado todavía nos carteamos. Pero algo me ha parecido observar que ha cambiado en Mediavilla de los Infantes, y está relacionado con lo que don Servando me adelantó sobre una joven del pueblo que les quiere hacer una página web. No me sorprendería recibir cualquier día de estos un correo electrónico de don Servando o de Fernando Escribano. Será una alegría en cualquier caso.

jueves, 27 de mayo de 2010


Cortos de razones, largos de espada
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 19/8/2007
Eres joven y guipuzcoano, según deduzco por tu carta y el remite. Escribes como lector reciente de la última aventura de nuestro amigo Alatriste, contándome que es el primer libro de la serie que cae en tus manos. Te ha gustado mucho, dices, excepto el hecho «poco riguroso» y «poco creíble» de que una galera española estuviera tripulada por soldados vizcaínos que combatían al grito de Cierra, España; en referencia a la Caridad Negra, que en los últimos capítulos combate a los turcos, en las bocas de Escanderlu, llevando a bordo a la compañía del capitán Machín de Gorostiola. Y añades, joven amigo -lo de joven es importante-, que eso no disminuye tu entusiasmo por la historia que has leído; pero que el episodio de los vizcaínos te chirría, pues parece forzado. «Metido con calzador -son tus palabras- para demostrar que los vascos (y no los vascongados, don Arturo) estábamos perfectamente integrados en las fuerzas armadas españolas, lo que no era del todo cierto.»

Son las siete últimas palabras del párrafo anterior las que me hacen, hoy, escribir sobre esto; la triste certeza de que realmente crees en lo que dices. Te gusta la novela, pero lamentas que el autor haga trampas con la Historia real; la auténtica Historia que -eso no lo cuentas, pero se deduce- te enseñaron en el colegio. Así que, con buena voluntad y con el deseo de que yo no cometa errores en futuras entregas, me corriges. Debería, a cambio, escribirte una carta con mi versión del asunto. El problema es que nunca contesto el correo. No tengo tiempo, y lo siento. Esta página, sin embargo, no es mala solución. La lee gente, y así quizá evite otras cartas como la tuya. De paso, extiendo mi respuesta a la cuadrilla de embusteros y sinvergüenzas de los sucesivos ministerios de Educación, de la consejería autonómica correspondiente, de los colegios o de donde sea, que son los verdaderos culpables de que a los diecisiete años, honrado lector, tengas -si me permites una expresión clásica- la picha histórica hecha un lío.

Machín de Gorostiola es un personaje ficticio, como su compañía de infantería vizcaína. En efecto. Pero uno y otros deben mucho al capitán Machín de Munguía y a los soldados de su compañía, «la mayor parte vascongados», que, según una relación del siglo XVI conservada en el Museo Naval de Madrid, pelearon como fieras durante todo un día contra tres galeras turcas, en La Prevesa. En cuanto a lo de Cierra, España, ni es consigna franquista ni del Capitán Trueno. Quien conoce los textos de la época sabe que, durante siglos, ése fue usual grito de ataque de la infantería española -en su tiempo la más fiel, sufrida y temible de Europa-, que en gran número, además de soldados castellanos y de otras regiones, estaba formada por vizcaínos; pues así, vizcaínos, solía llamarse entonces a los vascos en general, «a veces cortos de razones pero siempre largos de bolsa y espada». Y guste o no a quien manipuló tus libros escolares, amigo mío, con sus nombres están hechas las viejas relaciones militares, de Flandes a Berbería, de las Indias a la costa turca. Los oprimidos vascos fuisteis -extraño síndrome de Estocolmo, el vuestro- protagonistas de todas las empresas españolas por tierra y mar desde el siglo XV en adelante. Ése fue, entre otros muchos, el caso de los capitanes de galeras Iñigo de Urquiza, Juan Lezcano y Felipe Martínez de Echevarría, del almirante Antonio de Oquendo, su padre y su hijo Miguel, o de tantos otros embarcados en las galeras del Mediterráneo o en la empresa de Inglaterra. Las relaciones de Ibarra, Bentivoglio, Benavides, Villalobos o Coloma sobre las guerras del Palatinado y Flandes, los asedios, los asaltos con el agua por la cintura, las matanzas y las hazañas, las victorias y las derrotas, hasta Rocroi y más allá incluso, están salpicadas de tales apellidos, sin olvidar las guerras de Italia: en Pavía, por ejemplo, un rey francés fue capturado por un humilde soldado de Hernani, en el curso de una acción sostenida por tenaces arcabuceros vascos. Y te doy mi palabra de honor de que aquel día todos gritaron, hasta enronquecer, Cierra, España: voz que, en realidad, no tenía significado ideológico alguno. Sólo era un modo de animarse unos a otros -eran tiempos duros- diciéndole al enemigo de entonces, fuera el que fuera: Cuidado, que ataca España.

Así que ya ves, amigo mío. No inventé nada. El único invento es el negocio perverso de quienes te niegan y escamotean la verdadera Historia: la de tu patria vasca -«La gente más antigua, noble y limpia de toda España», escribía en 1606 el malagueño Bernardo de Alderete- y la de la otra, la grande y vieja. La común. La tuya y la mía.

miércoles, 26 de mayo de 2010

A LA MIERDA CON ELLOS

Resulta que en la década prodigiosa del pelotazo, cuando media España se lo llevaba calentito a su casa; cuando un encofrador sin estudios se embolsaba tres mil euros al mes; cuando hasta el último garrulo montaba una constructora y en connivencia con un par de concejales se forraba sin pudor alguno, sin ocultarse de nada ni de nadie; cuando un gañán que no sabía levantar tres ladrillos a derechas se paseaba alardeando de sus altos ingresos en vehículos de alta gama; los funcionarios aguantábamos y penábamos. Nadie se acordaba de nosotros. Éramos los que hacían números para cuadrar su hipoteca, hacer la compra en el Carrefour o en el Día y llegar a fin de mes, porque un nutrido grupo de compatriotas se estaba haciendo de oro inflando el globo de la economía hasta llegar a lo que ahora hemos llegado. Bien es cierto que aún había conciudadanos que estaban peor, pero esos no salen ni en las estadísticas.

Y ahora que el asunto explota y se viene abajo, la culpa del desmadre… es de los funcionarios. Los alcaldes, concejales, diputados y senadores que gobiernan la cosa pública a cambio de una buena morterada no son responsables de nada y nos apuntan directamente a nosotros: somos demasiados, hay que ultracongelarnos, somos poco productivos. Los responsables bancarios que prestaron dinero a quienes sabían que no podrían devolverlo tampoco se dan por aludidos. Todos los intermediarios inmobiliarios, especuladores, amigos del alcalde y compañeros de partida de casino de diputado provincial no tenían noticia del asunto. Nosotros sí. ¿Ellos? No. ¿Nosotros? Sí. Siendo así que, ¿ellos? No. Por tanto, ¿nosotros? Sí.

La culpa, según estos preclaros adalides de la estupidez, es del juez, abogado del estado, inspector de hacienda, administrador civil del estado que, en lugar de dedicarse a la especulación inmobiliaria a toca teja, ha estado cinco o seis años recluido en su habitación, pálido como un vampiro, con menos vida social que una rata de laboratorio y tanto sexo como un chotacabras, para preparar unas oposiciones monstruosas y de resultado siempre incierto, precedidas, como no podía ser de otra forma, de otros cinco arduos años de carrera. Del profesor que ha sorteado destinos en pueblos, que no aparecen en el mapa, para meter en vereda a benjamines que hacen lo que les sale de los genitales porque sus progenitores han abdicado de sus responsabilidades. Del auxiliar administrativo del Estado natural de Écija y destinado en Madrid que con un sueldo de 1000 euros paga un alquiler mensual de 700 y soporta estoicamente que un taxista que gana 3000 le diga ¡joder, que suerte, funcionario!.

La culpa es nuestra. A poco que nos descuidemos nosotros los funcionarios seremos el chivo expiatorio de toda esta caterva de inútiles, vividores, mangantes, políticos semianalfabetos, altos cargos de nombramiento a dedo, truhanes, pícaros, periodistas ganapanes y economistas de a verlas venir que sabían perfectamente que el asunto tarde o temprano tenía que estallar, pero que aprovecharon a fondo el momento al grito: ¡mientras dure, dura!; y que ahora, con esa autoridad que da tener un rostro a prueba de bomba, se pasan al otro lado del río y no sólo tienen recetas para arreglar lo que ellos mismo ayudaron a estropear, sino que, además, han llegado a la conclusión de que los culpables son... los funcionarios. Mientras se olvidan, una vez más de los que siguen sin salir en las estadísticas, ni recuerdan los que engrosan la estadística oficial de desempleados, vergüenza y sonrojo de cualquier sociedad desarrollada, cada vez con menos coberturas sociales.

Soy funcionario. Y además bastante recalcitrante: tengo cinco títulos distintos. Ganados compitiendo en buena lid contra miles de candidatos. ¿Y saben qué? No me avergüenzo de nada. No debo nada a nadie (sólo a mi familia, maestros y profesores). No tengo que pedir perdón. No me tocó la lotería. No gané el premio gordo en una tómbola. No me expropiaron una finca. No me nombraron alto cargo, director provincial ni vocal asesor por agitar un carnet político que nunca he tenido.

Aprobé frente a tribunales formados por ceñudos señores a los que no conocía de nada. En buena lid: sin concejal proclive, pariente político, mano protectora ni favor de amigo. Después de muchas noches de desvelos, angustias y desvaríos y con la sola e inestimable compañía de mis santos cojones ( tengo compañeras que lo hicierop con sus igualmente santos ovarios). Como tantos y tantos compañeros anónimos repartidos por toda España a los que ahora, algunos mendaces quieren convertir, por arte de birli-lirloque, en culpables de la crisis.

Amigos funcionarios, estamos dirigidos, y en algunos casos rodeados, de gente muy tonta y muy hija de puta.

PD. Si alguien, en cualquier contexto, os reprocha -como es frecuente- vuestra condición de funcionario os propongo el refinado argumento que yo utilizo en estos casos, en memoria del gran Fernando Fernán-Gómez: váyase Usted a la mierda, hombre, a la puta mierda.
Pescado en la RED

martes, 25 de mayo de 2010

LA GOTA DE AGUA




Cuenta una antigua leyenda hindú, que una pequeña gota de agua estaba en la hoja de un helecho. Había nacido esa misma mañana, hija del rocío. Desde el lugar que ocupaba acertaba a ver un brioso río que corría por entre las rocas. Era el nacimiento del Ganges. En un determinado punto el torrente caía desde una considerable altura provocando un ruido ensordecedor. La gota sentía una enorme envidia del agua que veía correr y se sentía insignificante, allí sola, en la hoja del helecho.
Las horas pasaban y luego los días. Las condiciones permitieron que transcurriera el tiempo sin que ninguna otra gota de agua cayese en la misma hoja, y los rayos del sol no llegaban hasta donde se encontraba la diminuta gota. Estaba sola. Los enormes árboles daban la sombra suficiente para mantener la temperatura. La gota sentía el agua del torrente y su sensación de soledad crecía día a día.
Quiso una tarde gris que una enorme nube dejase caer millones de gotas sobre el paraje donde se encontraba la pequeña gota de agua. Una de ellas fue a caer junto a nuestra pequeña gota, en la misma hoja. Era una gota que había visto mucho mundo. En muy poco tiempo le contó cuál había sido su intenso viaje. Había nacido en un pequeño charco en un país muy lejano. El sol fuerte y hermoso la hizo elevarse hasta las nubes. Allí se reunió con millones de gotas de muy diversa procedencia. Los vientos llevaron la nube lejos, muy lejos, y una tarde, de repente, la nube se rompió y cayeron millones de gotas como ella. Y allí estaba, en aquella hoja, junto a la pequeña gota.
Ella le contó sus temores, sus dudas, sus envidias, compartiendo con la gota viajera todos sus sentimientos. La gota viajera le explicó que el torrente no era algo muy distinto a ellas dos. El torrente eran millones de gotas juntas, en un mismo camino. La pequeña gota le preguntó si algún día serían parte del torrente. ¿Quién sabe?, fue la contestación. También le preguntó si algún día sería una importante gota de agua como las que formaban el torrente.
La gota viajera le pidió que se fijase en una enorme roca que estaba muy por encima de ellas dos. A continuación le preguntó si veía la enorme grieta que partía prácticamente en dos la enorme roca. Claro que la veo, le contestó. Pues debes saber que al principio no era más que una inapreciable fisura en la roca: un otoño una hermana nuestra cayó en ella y allí quedó sola hasta que llegó el invierno. Con el frío la gota se hizo más grande y la fisura de la roca también aumentó de tamaño haciendo caer más adentro a la gota que estaba en la roca. Así al otoño siguiente una nueva gota cayó junto a la que estaba en la fisura y al llegar el invierno volvieron a crecer haciendo la fisura un poco más grande. Y así los siguientes otoños e inviernos hasta llegar a ser la enorme grieta que ahora vemos.
La pequeña gota que estaba en la hoja le preguntó a la gota viajera si había algo más importante que ser la gota de un torrente que todo arrastraba a su paso con una fuerza incontenible. La gota viajera le habló de cómo el torrente, más abajo de la montaña donde se encontraban, cambiaba de forma, se hacía más ancho, perdía ímpetu y se convertía en un enorme río, ancho, caudaloso. Le contó a la pequeña gota, que millones de millones de gotas formaban ese río. Cada primavera millones de nuevas gotas se unían al caudaloso río. Las aguas eran menos impetuosas pero eran más fértiles. No rompían ni arrastraban el terreno. Lo inundaban en sus crecidas, fertilizando el suelo. Con ello miles de personas podían sembrar y cosechar el alimento para todos ellos.
¿Cuándo les tocaría a ellas iniciar el viaje?, le preguntó la pequeña gota. No tengas prisa, el momento llegará y sabrás cuándo ha llegado por ti misma, lo importante es que al llegar sepas qué quieres ser, gota que todo lo arrastra, o gota que fertiliza. Con la conversación se les pasaban las horas y los días, ya que las gotas de agua hablan muy lentamente. Un día la pequeña gota notó algo extraño. El viento comenzó a mover las ramas de los árboles, dejando al descubierto la hoja del helecho. Un rayo de sol llegó hasta la pequeña gota y ésta supo que había llegado su momento. La gota viajera comenzó a decir: recuerda lo que quieres ser, no tengas miedo, subirás a las nubes, puede que yo esté a tu lado y puede que no; pero no estarás sola, habrá más gotas. El viento llevará la nube hasta un lugar lejano o cercano, nadie sabe cuál es su deseo. Luego caerás y te encontrarás con otras gotas. Recuerda que tu poder reside no sólo en ti sino también en el grupo de gotas al que pertenezcas. De vosotras depende formar un torrente que todo lo arrasa o un río que todo lo fecunda. Buen viaje. Y así se despidió de la pequeña gota, al tiempo que ascendían hasta una nube.
Puede que sea por eso que en la India consideran al Ganges un río sagrado. Puede que ni siquiera sea una antigua leyenda hindú.
Dedicado a Vicente Ferrer.

domingo, 23 de mayo de 2010

Un libro para leer

“El buen pensador procura ver en los objetos todo lo que hay, pero no más de lo que hay. Ciertos hombres tienen el talento de ver mucho en todo; pero les cabe la desgracia de ver todo lo que no hay, y nada de lo que hay. Una noticia, una ocurrencia cualquiera, les suministran abundante materia para discurrir con profusión, formando, como suele decirse, castillos en el aire. Éstos suelen ser grandes proyectistas y charlatanes.
Otros adolecen del defecto contrario: ven bien, pero poco; el objeto no se les ofrece sino por un lado; si éste desaparece, ya no ven nada. Éstos se inclinan a ser sentenciosos y aferrados en sus temas. Se parecen a los que no han salido nunca de su país: fuera del horizonte a que están acostumbrados, se imaginan que no hay más mundo.
Un entendimiento claro, capaz y exacto, abarca el objeto entero; le mira por todos sus lados, en todas sus relaciones con lo que le rodea. La conversación y los escritos de estos hombres privilegiados se distinguen por su claridad, precisión y exactitud. En cada palabra encontráis una idea, y esta idea veis que corresponde a la realidad de las cosas. Os ilustran, os convencen, os dejan plenamente satisfecho; decís con entero asentimiento: “Sí, es verdad, tiene razón.” Para seguirlos en sus discursos no necesitáis esforzaros; parece que andáis por un camino llano, y que el que habla sólo se ocupa de haceros notar, con oportunidad, los objetos que encontráis a vuestro paso. Si explican una materia difícil y abstrusa, también os ahorran mucho tiempo y fatiga. El sendero es tenebroso, porque está en las entrañas de la tierra; pero os precede un guía muy práctico, llevando en la mano una antorcha que resplandece con vivísima luz.”

JAIME BALMES
Del libro “EL CRITERIO”

sábado, 22 de mayo de 2010

Desde Urueña

REFLEXIÓN ORIENTAL.


Durante las pasadas Ferias, un amigo de la India, ha estado con nosotros en Arévalo. Llegó el sábado primero de ferias, casi de noche. Estuvimos en la verbena y antes habíamos estado por el recinto ferial. Le iba a hablar del extraordinario bullicio que presentaban las calles de Arévalo, pero él se adelantó y me recordó que viene de un país con más de mil cien millones de habitantes, por lo que el alboroto que presentan nuestras calles se queda en nada comparado con aquello. Al día siguiente por la mañana, fuimos al encierro. Al principio me daba cierto reparo llevarle a un acto en el que el protagonista es el toro, teniendo en cuenta sus creencias religiosas. Pero Ajay, así se llama mi amigo, mostró su lado más cosmopolita. A sus profundas convicciones morales y a esa enorme profundidad de pensamiento que tienen la mayoría de los orientales, él le añade una modernidad intelectual. Abierto a nuevas culturas, ansioso de conocer cosas nuevas, de entablar contacto con otras formas de civilización. Le resultó curioso el comportamiento de la mayoría del público con los toros, llegando a observar, según me dijo, una cierta veneración por parte de las personas que corrían el encierro hacia los astados. No se trataba del mismo tipo de veneración que ellos mostraban en la India hacia las vacas, animal sagrado, pero sí de un tratamiento respetuoso en su mayoría, hacia los toros.
Por la tarde, fuimos al musical que los del Centro Juvenil Don Bosco de Arévalo representaban. Está feo por mi parte que diga que la actuación resultó maravillosa. A nuestro amigo le encantó y yo sentí, una vez más, admiración por este grupo de jóvenes que lleva moviéndose ya más de diez años, en una tierra en la que el movimiento suele ser escaso. Puede que sea cosa de la climatología, en invierno el frío invita a quedarse al amor de la lumbre. En verano la canícula hace que la gente busque la fresca. Otoño y primavera son tan cortos, que apenas si dan para que se lleguen algunos hasta la “Meta”. Por eso me admira este grupo numeroso, incansable, alegre y sobre todo juvenil.
Por la noche volvimos a asistir a la verbena en la Plaza del Arrabal, si bien no trasnochamos en exceso, pues me interesaba mostrarle el Arévalo de día. Así al día siguiente estuvimos por la mañana viendo disfrutar a los niños en los juegos organizados para ellos. Ya que estábamos allí decidí que debíamos acercarnos hasta la plaza de toros. Estuvimos observando la construcción desde todos los ángulos. Su silencio no me incomodó pues como oriental es muy dado a ello. Son capaces de estar reflexionando en silencio durante largos ratos, economizando las palabras. ¡Qué diferentes a nosotros!.
Después de la comida, en la que no pudo probar el cochinillo por cuestiones personales, nos llegamos hasta la plaza del Real. Nuevamente, los del Centro Don Bosco se encargaban de amenizar el tiempo a los niños y mayores con sus juegos. La voz de algunos de los monitores denotaba el desgaste sufrido. El estar hablando con los niños continuamente les debe producir ronquera a algunos.
Bajamos hasta el Castillo, recorriendo el casco histórico de nuestra ciudad. A la vuelta estuvimos en la iglesia de San Miguel escuchando a la coral “La Moraña”. Fue de los pocos momentos en los que Ajay utilizó elogios, al referirse al retablo que contemplaba con deleite. Nuevamente por la noche y para pasear la cena, nos llegamos hasta la verbena del barrio Húmedo. Tampoco nos demoramos en irnos a casa pues al día siguiente nos esperaba un encierro a caballo.
Espectáculo que nuestro amigo contempló con agrado. Elogiaba la belleza de los caballos y los toros en el campo. Sentí que no pudiera ver el espectáculo de los Gigantes y Cabezudos, pero por ser la festividad de nuestro patrón San Vitorino, los anteriores no salieron a recorrer las calles como es tradición el martes de Ferias. Hasta el viernes próximo no saldrían y Ajay ya no estaría. De hecho esa misma tarde, a las cinco, hora torera por excelencia, cogía un “Auto-Res” para volver a su actual domicilio. Sentí que no pudiese asistir a la corrida de rejones de esa tarde. Aunque por otra parte, no creo que estuviera preparado para presenciar el espectáculo. Caballos, toros y sangre podría ser algo demasiado fuerte para un indio de visita en Arévalo.
Mientras esperábamos la llegada del autobús, me preguntó si podía hacerme una pregunta. Yo antes de contestar que por supuesto, recordé su condición de oriental, muy dados a reflexiones profundas, preguntas trascendentales y todo eso, además de ser una persona de mundo, muy viajada y con amplia experiencia en contrastar diferentes culturas; por lo que le dije que sí, pero que no fuese demasiado difícil. Entonces él me preguntó: -Todo esto, ¿quién lo paga?, al tiempo que describía un amplio círculo con su brazo abarcándolo TODO.

¡¡MARCIAL, CAMBIA EL PASO!!


Desde pequeño he oído contar a mi padre la anécdota de Marcial. Cuando realizaba el servicio militar allá por los años cuarenta, tenía de compañero en el escuadrón a un tal Marcial. Hombre igual de bueno que bruto. Durante la realización de los ejercicios de instrucción, el sargento de su escuadrón, hombre paciente sin lugar a dudas, invitaba con cierta reiteración a Marcial a cambiar el paso. ¡¡Marcial!! ¡¡Cambia el paso!! Repetía con cierta insistencia, casi tanta como la facilidad con la que el mencionado se descompasaba con relación del resto del escuadrón. Cuando el sargento a la tercera o cuarta vez que le gritaba cada vez más fuerte; Marcial, invariablemente, le contestaba: ¡Que lo cambien los otros, mi sargento!
Viene a propósito la anécdota, de los comentarios que desde ahora hace un año, esta asociación a la que pertenezco y en la que desempeño el cargo de tesorero, recibe a través de cualquiera de sus miembros y que estos me transmiten a su vez. Unos opinan que vamos despacio, otros que demasiado deprisa, los de allá que tocamos temas que no interesan, los de acá que dejamos de entrar en temas de vital trascendencia. Que demos más caña dicen algunos, que seamos generosos en nuestras críticas recomiendan otros. Lo último que me ha llegado es que debemos caminar todos juntos. Aunar esfuerzos lo llaman.
Como quiera que la vida de la asociación es muy corta, un año de vida, carece de experiencia como asociación. Pero resulta que tengo ya una cierta edad, además de mi tendencia casi desde la juventud, a acercarme a personas de bastante más edad que yo. Esto me ha proporcionado un contacto directo con gentes que han vivido mucho. Saqué la conclusión hace tiempo de aprovechar la experimentación de mis congéneres en beneficio propio. Así lo vivido por otros podía servirme a mí para evitarme ciertas situaciones desagradables, dolorosas, molestas o negativas. Por ello no necesité quemarme con el fuego para saber que no era bueno para mí, otros se habían quemado anteriormente para descubrirlo.
Como no todos los aprendizajes son así de sencillos, he seguido compartiendo experiencias, incluso he aportado las que modestamente y dada mi edad, he podido. Al discurrir el día a día en este año de la asociación, me veo en la necesidad de recordar a más de uno, que debemos sentirnos satisfechos con lo realizado, lo que nos debe servir de acicate pero que sigue siendo mucho lo que queda por hacer. Pero también hay momentos en los que debo decirme a mí mismo, que los que nos piden frenar para caminar juntos, llevan un montón de años sin hacer nada de lo que necesitamos. Que los que nos piden acelerar nuestro paso para caminar juntos, llevan años pasando sin mirar, escuchar ni atender como consecuencia de su velocidad sectaria. Que los que nos dicen que no tratemos temas que no interesan llevan años demostrando no tener interés por nada que no sea el suyo propio. Que los que nos dicen que tratemos temas de suma importancia llevan años ocupándose de los temas que solamente a ellos les interesan. Que los que nos piden que demos más caña llevan años sin dar tan siquiera los buenos días. Que los que nos piden que seamos más generosos en nuestras críticas llevan años viviendo de la generosidad de todos los demás.
Así pues, y al abrigo de la experiencia de los mayores con los que he aprendido a vivir, les insisto en la conveniencia de ser como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie, al tiempo que recomiendo escuchen la vieja canción del Dúo Dinámico “Resistiré”. Como además tengo el placer de compartir mi amistad con gentes muy mayores que han leído, les animo a mis compañeros de asociación con la frase del anónimo latino que escribe eso de: ladran y sabéis enseguida que estáis cabalgando.

LO QUE LA VIDA LES HA ENSEÑADO

LO QUE LA VIDA LES HA ENSEÑADO

Como mi afición a compartir el tiempo con las personas mayores viene de lejos, he llegado a recopilar gran cantidad de consejos, opiniones o si lo preferís lecciones que ellos, los más mayores, yo los llamo viejos, han recogido a lo largo de sus vidas. Sin ánimo de resultar exhaustivo en esta tarea de acumular experiencias y conocimientos, me limitaré a dejar constancia únicamente de las que más han llamado mi atención. Podéis comprender que alguna de ellas no tenga interés para vosotros, puede ocurrir; o que echéis en falta alguna lección sobre algo concreto que no veáis en esta relación, lo siento. Todo ello tiene arreglo, hablad con los viejos y escuchad lo que nos dicen.
Según la mayoría de ellos la vida no es del todo justa, pero a pesar de ello merece la pena vivirla. Aunque a la mayoría les resulta demasiado corta, por lo que prefieren no perder el tiempo odiando a persona alguna. Cierto es, me diréis, que ha habido momentos de odio generalizado, pero eso fue consecuencia de los que no saben vivir la vida y solamente piensan en la muerte, la muerte de todo.
Sobre el trabajo han coincidido la mayoría que no será quien te cuide en caso de estar enfermo, sino que serán tus amigos y la familia quienes cuidarán de nosotros en esos casos. Por ello me han recomendado infinidad de veces que preste más atención a mi familia y amigos que al trabajo.
Los momentos de lágrimas deben ser compartidos con alguien, pues llorar en soledad puede hacer aún más daño. Puede incluso que esté bien que te enfades con Dios, pues el lo soportará.
Me han aconsejado en repetidas ocasiones la conveniencia de hacer las paces con el pasado para que no arruine mi presente, así como huir de la relaciones que tienen que ser secretas.
Insisten con frecuencia que nunca es demasiado tarde para tener una niñez feliz; eso sí, la segunda depende de cada uno de nosotros. Es por eso que me recomiendan que cuando se trata de algo de lo que amo en la vida no acepte un “no” por respuesta y que tenga presente que cualquier “hoy” es especial.
No tomarse uno mismo demasiado en serio, pues nadie más lo hace, ceder en la mayoría de las ocasiones y recordar que lo que nos parece un desastre dentro de un tiempo nos causará risa.
Por último me piden que crea en los milagros, pues nos están esperando en todas partes, sólo tenemos que salir a buscarlos.
Uno de esos viejos a los que siempre me ha gustado escuchar, me dijo en una ocasión que había leído unas palabras de Teresa de Calcuta y que le habían dejado profunda huella en su vida, por si me servían de algo a mí me las copió en un papel, con su letra torpe e irregular, imperfecta, falta de muchas horas de escuela, y me entregó ese papel con el texto que a continuación reproduzco:
“Voy a pasar por la vida una sola vez, por eso, cualquier cosa buena que yo pueda hacer, o alguna amabilidad que pueda tener con un ser humano, debo hacerlo ahora, porque no pasaré de nuevo por aquí”. Espero que os pueda servir como a mí.