la Llanura nº - 14, julio 2010.
En mi reciente viaje por el Mediterráneo buscando al último pirata bereber, arribé a hasta una pequeña isla. Recorriendo su costa en busca de algún vestigio que me ayudase en mi búsqueda, llegué a una pequeña cala. Protegida de la fuerza del mar abierto tenía un pequeño entrante que asemejaba una caverna, pero no llegaba a tal. Apenas unos metros se metía en la roca la abertura.
Como la luz del día lo permitía, pude explorar en su interior y aunque las formas no eran del todo nítidas sí resultaban suficientemente claras como para distinguir un arcón en uno de sus laterales. Sorprendido del hallazgo y a la vez entusiasmado de que pudiera tratarse de una suerte de tesoro allí escondido por alguno de los piratas que han frecuentado estos parajes a lo largo de la historia. También pudiera tratarse de alguna pista fiable para localizar a este último pirata, el que sigue navegando por el Mare Nostrum de Roma, saqueando los barcos con los que se cruza.
Arrastré el arcón hasta la arena de la playa; no presentaba mal aspecto de conservación, la madera parecía encontrarse en bastante buen estado y una vez allí levanté su tapa. En su interior pude ver un collar de perro, un lazo de seda color cinabrio con un sello en forma de corona, una brújula manipulada, pues curiosamente siempre señalaba al poniente, y un guardapelo en cuyo interior había una vieja foto de una mujer de pelo negro y ojos verdes. Me sorprendió el buen estado que presentaba todo, que a pesar de revelar claramente ser objetos de otra época ya pasada, no presentaban un deterioro excesivo por el tiempo. Había también un rollo de papel manuscrito, que según pude comprobar se trataba de una carta. Esperando encontrar alguna pista que me ayudase en mi particular búsqueda, y en ningún caso con ánimo de inmiscuirme en la correspondencia privada de otras personas, por mucho que ya estuvieran muertas hace tiempo, comencé a leer:
Excelentísimo Señor Gobernador:
Permítame su Señoría que me dirija a usted, para poner en su conocimiento los males que me aquejan, y los cuales sin su intervención causarán mi desesperación y mi muerte cierta.
Hace tiempo que porto sobre mi humilde cuerpo un grupo de garrapatas. Nada nuevo ni extraño si tenemos en cuenta que soy un perro pobre. El alimento resulta escaso y a veces insuficiente. Mi higiene no es la más adecuada, pues no tengo dueño humano que procure por mí, hasta el punto de no conocer al señor veterinario.
Pero de un tiempo a esta parte me ha dado por pensar. Quizás haya sido este mi error, no lo discuto, pero me resulta ahora inevitable seguir pensando y ello me atormenta. Todo empezó cuando ese maldito día reflexioné lo siguiente: “de lo poco que tengo para comer, las garrapatas se aprovechan; cuanto más coma más engordarán las malditas, pero si dejo de comer para evitar que de mí se aprovechen moriré antes de que ellas abandonen mi cuerpo.”
Encontrar solución a mi desazón no me ha resultado posible. Tampoco acepto que nadie y menos unas insignificantes e improductivas garrapatas vivan a mi costa. En vano intento desprenderme de ellas, pues ni mis mordiscos ni mis garras pueden acabar con su insufrible presencia. A nadie tengo que lavarme pueda y me acompañe al señor veterinario, y luego una vez limpio y aseado me alimente y cuide.
Por ello, es por lo que acudo a su señoría. Dicte una ley como suele hacer en otros casos para solucionar el problema. O hable de mí a su esposa, la cual movida por la ternura que despierto, se animará a adoptarme como propio y yo la sabré corresponder con mis gracias.
Reconozco que pueda sorprenderle el hecho de que un perro se dirija a usted mediante carta; pues aunque sea el mejor amigo del hombre no paso de ser un animal, irracional calificado por muchos hombres, pero ha de saber que no solo escribimos sino también hablamos, porque han de saber todos aquellos que nos tienen por irracionales, que cuando el hombre calla los animales hablan. Han de hacer, eso sí, el esfuerzo de aprender nuestro idioma, nada costoso por otra parte.
Espero alcanzar la gracia de vuestra atención, y una vez ante su presencia, podremos seguir tratando de estos temas y de otros que resulten de su interés. Podrá incluso ayudarme a comprender ciertas cosas que aún no alcanzo y que usted con su inteligencia, pues de lo contrario no habría llegado a gobernador, no le costará hacerme entender.
Esta misiva le llegará por un cauce de toda confianza, así lo he previsto para evitar sus recelos, al tiempo que le aconsejo recorrer más por lo menudo este hermoso mar que baña las tierras que están bajo su justicia y administración.
Esperando sus noticias queda a su disposición un pobre perro pobre, atribulado por la desazón de sus pensamientos y sufriendo a estas malditas garrapatas que para nada sirven sino para causar sufrimiento y sacar provecho del esfuerzo ajeno.
Terminada la lectura, acarreé como pude todos los objetos hasta mi barco. Debía continuar mi particular búsqueda antes de que el último de los piratas del Mediterráneo, el último bereber, dejase de actuar en estas aguas; necesito encontrarme con él pues son muchas las preguntas que tengo que plantearle y necesito sus respuestas.
Fabio López