Pensador, escritor y
activista estadounidense. Profesor de Lingüística en la Universidad de
Massachussets. Fundador de la Gramática Generativa Transformacional, que
es un sistema original para abordar el análisis lingüístico y que ha
revolucionado la lingüística. Autor de La segunda guerra fría (1984), La
quinta libertad (1988), El miedo a la democracia (1992), El Nuevo orden
mundial (y el viejo) (1996),
Reescribir la historia
El principio fundamental es que "nosotros somos los
buenos" -por "nosotros" se entiende el Estado al que servimos-, y lo que
"nosotros" hacemos siempre va dedicado a la consecución de los más
nobles objetivos, aunque en la práctica puedan producirse algunos
errores.
- Aguilera Silva Gerardo
Como ejemplo típico, según la versión retrospectiva entre los
liberales ultra izquierdistas, la correcta interpretación de la Guerra
de Vietnam es la de que se inició con alguna metedura de pata pero
intentando hacer el bien pero que, a partir de 1969 se convirtió en un
"desastre" (Anthony Lewis) en 1969 cuando el mundo empresarial se volvió
contra la guerra por su altísimo coste y cuando el 70 por ciento de la
población la consideraba "fundamentalmente equivocada e inmoral", en
ningún caso un "error"; también en 1969, siete años después de que
Kennedy comenzara los ataques a Vietnam del Sur, y dos años más tarde de
que el especialista en Vietnam más respetado, e historiador militar,
Bernard Fall advirtiera de que " Vietnam como entidad cultural e
histórica... está amenazada de extinción... (mientras) ... sus campos
literalmente quedan arrasados por los ataques de la mayor maquinaria de
guerra jamás empleada contra una región tan pequeña"; 1969, fue el
momento de alguno de los más horrendos ataques del terrorismo de Estado y
de uno de los mayores crímenes del pasado siglo XX, entre los cuales
los realizadas por las lanchas rápidas en la zona más al sur, ya
devastada por los bombardeos masivos, por la guerra química y por las
masacres de la población civil, fueron las menores de las operaciones
realizadas.
Pero la reescritura de la Historia prevalece. Durante la campaña
electoral de 2004, se analizaron en sesudos coloquios las razones de "la
obsesión estadounidense con Vietnam", mientras que Vietnam no fue
mencionado en ningún momento, es decir el Vietnam real que no responde a
la reconstruida imagen de la Historia.
Los principios fundamentales tienen sus corolarios. El primero de
ellos es que los estados satélites son esencialmente buenos, aunque
menos buenos que "nosotros", y siempre que se adapten a las exigencias
estadounidenses son "saludablemente pragmáticos". El segundo es el de
que los enemigos son muy malos; la intensidad de su maldad depende de lo
violentamente que "nosotros" les estemos atacando o planeando
atacarles. Su consideración puede cambiar rápidamente conforme a las
directrices establecidas.
Así la actual Administración y sus inmediatos mentores fueron muy
favorables a Saddam Husein y le ayudaron cuando se dedicó a gasear a los
kurdos, a torturar a los disidentes y a aplastar la rebelión chií que
pudo haberle derrocado en 1991, gracias a su contribución a la
"estabilidad"- una palabra clave para "nuestra" dominación- y su
utilidad para los exportadores estadounidenses, como se ha admitido
francamente. Pero los mismos crímenes se convirtieron en pruebas de su
espeluznante perversidad cuando se presentó el momento oportuno para
"nosotros", que levantamos orgullosos la bandera del Bien para invadir
Irak y establecer lo que se denominará "democracia" si obedece las
órdenes y contribuye a la "estabilidad".
Los principios son simples, y fáciles de recordar para quienes
aspiran a hacer carrera en ambientes respetables. La notable
consistencia de su aplicación está documentada ampliamente. Es algo que
se espera que ocurra en los estados totalitarios y en las dictaduras
militares, pero resulta un fenómeno mucho más instructivo en las
sociedades libres, donde uno no puede alegar seriamente el miedo al
exterminio.
La muerte de Arafat ha dado lugar a uno más de esos casos dignos de
estudio entre los muchos posibles. Me voy a ceñir al The New York Times
(NYT)- el periódico más importante del mundo- y al The Boston Globe-
quizás, más que ningún otro, el diario local de las cultivadas elites
liberales.
- Boggio Emilio
En el NYT, el artículo de opinión de primera página del 12 de
noviembre comienza por describir a Arafat como "el símbolo de la
esperanza de los palestinos en un Estado independiente viable y al mismo
tiempo el obstáculo fundamental para conseguirlo". Y continua
explicando que jamás alcanzó la altura del Presidente egipcio Anwar
Sadat ; Sadat "que consiguió la devolución del Sinaí por medio de un
tratado de paz con Israel" porque fue capaz de tender la mano a los
israelíes y enfrentarse a sus miedos y a sus esperanzas" (cita del día
13 de noviembre de Shlomo Avineri, filósofo israelí y funcionario del
gobierno anterior).
Se puede creer en los muchos y graves obstáculos para la creación de
un Estado palestino, pero quedan excluidos los principios imperantes,
como ocurrió con Sadat realmente, lo que Avineri como mínimo conoce con
seguridad. Recordemos algo de lo ocurrido.
Desde que la cuestión de los derechos nacionales palestinos a tener
un Estado propio se incorporó a la agenda diplomática a mediados de los
70 "el primer obstáculo para su realización", sin ninguna duda, ha sido
el gobierno de Estados Unidos, con el NYT como aspirante cualificado al
segundo puesto. Desde enero de 1976 quedó claramente de manifiesto
cuando Siria presentó una Resolución al Consejo de Seguridad de la ONU
exigiendo un acuerdo para el establecimiento de dos Estados.
La Resolución incorporaba la redacción crucial de la resolución 242-
un documento básico en el que todos estaban de acuerdo. En ella se
reconocían a Israel los mismos derechos que a cualquier otro estado en
el sistema internacional, en la vecindad de un Estado palestino en los
territorios ocupados por Israel en 1967. Pues bien, Estados Unidos vetó
la Resolución que había sido apoyada por los principales estados árabes.
La organización para la Liberación de Palestina (OLP) de Arafat condenó
la "tiranía del veto" y se produjeron algunas abstenciones por cuestión
de tecnicismos.
Entonces, la solución de dos estados en los términos previstos había
suscitado un muy amplio consenso internacional, bloqueado únicamente por
Estados Unidos (y rechazado por Israel). Así que el asunto siguió
adelante, no sólo en el Consejo de Seguridad sino también en la Asamblea
General, donde se han aprobado periódicamente resoluciones similares
con una votación favorable de 150 contra 2 (con Estados Unidos captando a
veces a algún estado clientelar) y bloqueando, asimismo, iniciativas
similares de Europa y de los Estados Árabes.
Mientras tanto, el NYT rechazó - es la palabra exacta- publicar el
hecho de que durante los años 80 Arafat pidió repetidamente entablar
negociaciones a las que Israel se negó de plano. Los principales medios
de información israelíes llevaron a sus titulares las solicitudes de
Arafat de negociaciones directas con Israel, rechazadas por Simon Peres
con el argumento doctrinal de que la OLP de Arafat no "podía ser interlocutor en las negociaciones".
Y poco después el corresponsal del NYT en Jerusalén, y ganador del
premio Pulitzer, Thomas Friedman- que podía leer la prensa en hebreo-,
escribía artículos lamentando la angustia de los grupos a favor de la
paz por "la ausencia de un interlocutor válido para las negociaciones",
mientras Peres deploraba la falta de un "movimiento a favor de la paz entre el pueblo árabe (semejante) al que existe entre el pueblo judío" y explicando una vez más que no se podía admitir a la OLP en las negociaciones "mientras fuera una organización terrorista y rehusara negociar".
Todo ello, poco después de que Arafat de nuevo propusiera negociar,
propuesta de la que el NYT se ha venido negando a informar, casi tres
años después de que el gobierno israelí rechazara las propuestas de
negociación formuladas por Arafat que habrían de conducir al
reconocimiento mutuo. Peres, a pesar de ello, es reconocido como un
"pragmático positivo", gracias a las directrices establecidas.
Los asuntos cambiaron algo en los 90, cuando la administración de
Clinton declaró que todas las resoluciones de Naciones Unidas habían
quedado "obsoletas y anacrónicas" y puso en marcha su propia manera de
rechazarlas.
- Baltasar Lobo, Mujer con cabeza de Muerto
Estados Unidos se ha quedado aislado en el bloqueo de un arreglo
diplomático. Un reciente e importante ejemplo ha sido la presentación de
los Acuerdos de Ginebra en diciembre de 2002, apoyados por el habitual y
extenso consenso internacional, con las excepciones asimismo
habituales: "Estados Unidos de forma llamativa no figuraba entre los gobiernos que enviaron mensajes de apoyo", informaba el NYT en un despectivo artículo del 2 de diciembre de 2002.
Esta es sólo un pequeña muestra de los archivos diplomáticos que tan
consistentes y tan dramáticamente incuestionables que resultan
imposibles de ignorar, salvo que uno se mantenga inflexiblemente al lado
de los que escriben la Historia.
Vayamos al segundo ejemplo: el de Sadat tendiendo la mano a los
israelíes y con ello la devolución del Sinaí en 1979, una lección para
el malvado Arafat. Volviendo a una historia inaceptable, en febrero de
1971 Sadat propuso un tratado total de paz a Israel, de acuerdo con la
entonces política oficial de Estados Unidos- y más específicamente, la
retirada israelí del Sinaí- sin la más mínimo alusión a los derechos de
los palestinos. Jordania fue el siguiente con una propuesta similar.
Israel reconoció que podía haber obtenido una paz total, pero el
gobierno laborista de Golda Meier prefirió rechazar la oferta y
dedicarse a continuar la expansión, en aquellos momentos hacia el
nordeste del Sinai, donde Israel expulsaba a miles de beduinos hacia el
desierto y destruía sus pueblos, mezquitas, cementerios y viviendas para
establecer en su lugar la ciudad étnicamente judía de Yamit.
La cuestión crucial, como siempre, fue la de cómo iba a reaccionar
Estados Unidos, donde Kisssinger consiguió que prevaleciera su opinión
en el debate interno, y Estados Unidos asumió su política de continuar
en "punto muerto": nada de negociaciones, y recurrir sólo a la fuerza.
Estados Unidos continuó rechazando- para ser exactos, ignorando- los
intentos de Sadat para que siguiera el proceso diplomático, y apoyando
el rechazo y expansionismo de Israel.
Aquella posición desembocó en la guerra de 1973, que supuso una
llamada de atención para Israel y para el resto del mundo; Estados
Unidos incluso puso en marcha la alerta nuclear. Entonces, el mismo
Kissinger comprendió que Egipto no podía tratarse como un caso perdido, y
comenzó con sus viajes diplomáticos que condujeron a las reuniones de
Camp David en las que Estados Unidos e Israel aceptaron las propuestas
de Sadat de 1971- pero en ese momento desde el punto de vista
israelí-estadounidense, con unas condiciones más duras. Para entonces,
se había producido el consenso internacional en el reconocimiento de los
derechos nacionales palestinos y, en consecuencia, Sadat planteó la
necesidad de un Estado palestino, lo que para EE.UU. e Israel era
anatema.
Para la historia oficial rescrita por los vencedores, y repetida por
los artículos de opinión de los medios informativos, aquellos
acontecimientos constituyeron un "triunfo diplomático" para Estados
Unidos y la prueba de que si los árabes se unieran a nuestras propuesta
de paz y de negociación diplomática podrían conseguir sus objetivos. En
la historia real, el triunfo fue una catástrofe, y los acontecimientos
demostraron que Estados Unido sólo quería la violencia. El rechazo
estadounidense a la solución diplomática condujo a una guerra muy
peligrosa y a muchos años de sufrimiento y de amargas consecuencias
hasta el día de hoy.
En sus memorias, el general Shlomo Gazit, comandante militar de los
territorios ocupados desde 1967 a 1974, menciona que, al rechazar el
tomar en consideración las propuestas presentadas por el ejército y el
servicio de inteligencia relativas algún tipo de autonomía en los
territorios e incluso la aceptación de alguna actividad política
limitada, y la insistencia de "cambios sustanciales de fronteras", el
gobierno laborista apoyado por Washington contrajo una importante
responsabilidad en el posterior desarrollo del fanático grupo de colonos
Gush Emumin y de la resistencia palestina que se desarrolló muchos años
después en la primera Intifada, tras años de brutalidad y terrorismo de
Estado, y el continuado expolio de las tierras más fértiles y de los
recursos palestinos.
La interminable necrológica de la experta en Oriente Próximo del
Times, Judith Miller (11 de noviembre) se desarrolla en el mismo tono
que el artículo de opinión de la primera página. Según su versión,
"Hasta 1988, Arafat en repetidas ocasiones rechazó el reconocimiento de
Israel, y persistió en la lucha armada y el terrorismo. Sólo se decidió
por la vía diplomática después de haberse puesto al lado del Presidente
iraquí, Saddam Hussein, durante la guerra del Golfo Pérsico de 1991".
Miller expone una visión exacta de la historia oficial. En la historia
real, Arafat propuso en repetidas ocasiones negociar el reconocimiento
mutuo, mientras Israel- en particular sus "pragmáticas" palomas- lo
rechazaron de plano, con el respaldo de Estados Unidos.
En 1989 el gobierno de coalición israelí (Shamir-Peres), estableció
un plan de consenso político, en el que su primer punto fue el de que no
habría "un nuevo Estado palestino" entre Jordania e Israel" ya que
"Jordania ya era un Estado palestino". El segundo, que el destino de los
territorios ocupados "se ajustaría a las líneas programáticas del
gobierno (israelí)". Estados Unidos aceptó los planes israelíes sin
retoque alguno y los convirtió en el "Plan Baker" de diciembre de 1989.
Contrariamente a lo que afirman Miller y la historia oficial, fue a
partir de la Guerra del Golfo cuando Washington estuvo dispuesto a
considerar las negociaciones, y a reconocer que entonces se encontraba
en situación de imponer de forma unilateral su propia solución.
Estados Unidos convocó la Conferencia de Madrid (con la participación
rusa como figurante, en la que en efecto se llegó a negociaciones con
una delegación palestina legítima, presidida por Haidar Abdul-Shafi, un
nacionalista íntegro, probablemente el líder más respetado en los
territorios ocupados.
Pero las negociaciones quedaron bloqueadas porque Abdul Shafi rechazó
la insistencia israelí- respaldada por Washington- en seguir
manteniendo las zonas más valiosas de los territorios con sus programas
de colonias y de infraestructuras- todas ellas ilegales, tal como la
propia Administración de Justicia de Estados Unidos reconocía, la única
que ha disentido de la reciente sentencia del Tribunal Internacional por
la que se condena el Muro israelí que divide Cisjordania. Los
"palestinos de Túnez", dirigidos por Arafat, desautorizaron a los
negociadores palestinos y llevaron a cabo las suyas propias, los
"Acuerdos de Oslo", celebrados con gran boato en el césped de la Casa
Blanca en septiembre de 1993.
Pronto se puso de manifiesto que se trataba de un éxito cara al
público. El único documento- La Declaración de Principios- establecía
que el resultado final habría de basarse exclusivamente en la Resolución
242 de la ONU de 1967, con exclusión de los asuntos fundamentales para
la diplomacia desde mediados de los 70: los derechos nacionales
palestinos y el establecimiento de dos estados. En efecto la Resolución
242 define el resultado final pero no recoge los derechos de los
palestinos al excluir otras Resoluciones que sí reconocen esos derechos
al mismo tiempo que los de los israelíes, de acuerdo con el consenso
internacional establecido a mediados de los 70 y que ha venido siendo
bloqueado por Estados Unidos.
La redacción de los acuerdos dejaba bien claro que se trataba de
continuar con los programas de asentamientos, tal como los líderes
israelíes (Yitzhaq Rabin y Shimon Peres) no tuvieron empacho en ocultar.
Por esas razones Abdul Shafi se negó incluso a estar presente en los
actos protocolarios. El papel reservado a Arafat era el de hacer de
policía de los territorios, como Rabin dejó bien claro. Mientras
desempeñó bien el cometido, se le consideró un "pragmático", con el
visto bueno de Estados Unidos e Israel que no dieron importancia a la
corrupción, la violencia y la represión. Sólo cuando no le fue posible
mantener controlada a la población- debido a la anexión israelí de más
tierras y recursos- se convirtió en un hipócrita redomado, que obstruía
el camino hacia la paz: es decir, se producía la transición normal.
Las cosas siguieron así durante los 90. Los objetivos de las
"palomas" israelíes se expusieron en 1998, en un trabajo académico de
Shlomo Benami quien pronto se convirtió en el negociador principal de
Barak en Camp Davis: el "proceso de paz de Oslo" fue para establecer
"una dependencia colonial permanente" en los territorios ocupados, con
algún tipo de autonomía local. Mientras tanto, las colonias israelíes y
la anexión de territorios continuó ininterrumpidamente con el apoyo
total de Estados Unidos, hasta alcanzar el clímax el último año del
primer mandato de Clinton ( y del de Barak), impidiendo de esta forma un
arreglo diplomático.
Pero volviendo a Miller, ella mantiene la versión oficial de que en
"noviembre de 1988, tras considerables esfuerzos de Estados Unidos, la
OLP aceptó la Resolución de Naciones Unidas que pedía el reconocimiento
de Israel y la renuncia al terrorismo". Sin embargo los hechos reales
fueron que en noviembre de 1988, Washington se convirtió en objeto de la
irrisión internacional por su rechazo a "advertir" que Arafat estaba
pidiendo una compromiso diplomático.
En ese contexto, la administración de Reagan aceptó a regañadientes
admitir la verdad evidente e indiscutible, y tuvo que recurrir a otras
formas de cortocircuitar los esfuerzos diplomáticos, así que inició unas
negociaciones de bajo nivel con la OLP, aunque el primer ministro Rabin
aseguró en 1989 a los dirigentes de Peace Now que no tenían sentido
alguno y sólo eran un intento de ganar tiempo para que Israel "presionara más duramente en el plano militar y económico" de forma que "al final, ellos acabaran destrozados" y aceptaran las condiciones de Israel.
Miller cuenta la historia en el mismo sentido y la lleva al desenlace
tópico: en Camp David, Arafat "rechazó" el magnánimo ofrecimiento de
paz de Clinton y Barak, e incluso más tarde rehusó unirse a Barak en
aceptar las "medidas" de Clinton en diciembre de 2000, probando con ello
de forma concluyente que persistía en la violencia, una verdad
deprimente que los pacíficos gobiernos de Israel y Estados Unidos tenían
que aceptar.
Pero volviendo a la historia real, las propuestas de Camp David
dividían Cisjordania, en la práctica, en una serie de cantones separados
entre sí, por lo que no podían ser aceptadas por ningún dirigente
palestino. Es algo evidente con sólo echar una ojeada a los mapas que
son accesibles fácilmente, salvo para el New York Times , ni
aparentemente, para ninguno de los principales medios de información
estadounidenses, quizás por esa razón. Tras el fracaso de aquellas
negociaciones, Clinton reconoció que las reservas de Arafat estaban
justificadas, tal como quedó demostrado con los famosos "parámetros" de
Clinton que, aunque vagos, iban mucho más allá como posible acuerdo- con
lo que socavaba la historia oficial, pero sólo en su aspecto lógico, y
por ello inaceptable históricamente.
Clinton dio su propia versión de las reacciones a sus "propuestas" en
una charla ante el Israeli Policy Forum el 7 de enero de 2002: "El
Primer Ministro Barak y el Presidente Arafat han aceptado ahora estos
parámetros como base para futuras negociaciones. Ambos han expresado, no
obstante, algunas reservas".
Se puede acceder a esta información en fuentes tan "oscuras" como la
prestigiosa revista del MIT, International Security (otoño 2003), así
como en las conclusiones de que "la versión palestina de las
conversaciones de paz de los años 2000-01 es significativamente más
exacta que la de Israel", es decir la de Estados Unidos y el New York
Times.
Con posterioridad, negociadores palestinos de alto nivel aceptaron
tomar como punto de partida los "parámetros" de Clinton "para futuras
negociaciones" y presentaron sus "reservas" en las reuniones de Taba en
enero, que condujeron casi un acuerdo provisional, al aceptar algunas de
las preocupaciones palestinas, que contradecían la historia oficial.
Persistían ciertos problemas, pero las negociaciones de Taba fueron
mucho más allá en el camino hacia la consecución de un posible acuerdo
que cualesquiera de las precedentes.
Las negociaciones fueron interrumpidas por Barak así que no podemos
saber cual hubiera sido el resultado final. El detallado informe del
representante de la Unión Europea, Miguel Ángel Moratinos ha sido
aceptado por ambas partes como fiel reflejo de lo ocurrido, y
ampliamente difundido en Israel. Pero dudo de que siquiera haya sido
mencionado en los principales medios informativos de Estados Unidos.
La versión de lo sucedido que da Miller en el NYT se basa en el
libro, muy alabado, del enviado y negociador de Clinton a Oriente
Próximo, Dennis Ross. Como cualquier periodista debería ser consciente,
ninguna fuente resulta sospechosa sólo por su procedencia. Pero incluso
una lectura superficial sería suficiente para demostrar que la versión
de Ross resulta poco creíble. Sus 800 páginas se dedican en su mayoría a
adular a Clinton ( y sus propios trabajos como negociador), basándose
en afirmaciones no verificables; en su lugar, "cita" lo que asegura
haber escuchado que dijeron los participantes, a los que identifica por
su nombre de pila si se trata de los "tipos buenos".
Apenas hay una sóla palabra acerca de lo que todos sabemos que han
sido los asuntos cruciales desde 1971: los planes de asentamientos y el
desarrollo de las infraestructuras en los territorios ocupados, que
dependían del apoyo económico, militar y diplomático de Estados que
Clinton había incluido claramente. Ross trata el problema de Taba de
forma sencilla: termina el libro inmediatamente antes de que empezaran
las conversaciones (lo que le permite omitir las evaluación de Clinton,
citada unos días más tarde). De esta manera, evita que sus conclusiones
fundamentales quedaran refutadas de forma instantánea.
En el libro de Ross, a Abdul-Shafi se le menciona de pasada una sóla
vez. Naturalmente, la visión de su amigo Shlomo Benami sobre el Proceso
de Oslo se omite también, de la misma manera que todos los elementos
significativos de los acuerdos provisionales de Camp David. No existe
alusión alguna al rechazo de pleno de sus héroes, Rabin y Peres- a
quienes cita como "Yitzhak" y "Shimon"- de tomar en consideración
siquiera un eventual Estado palestino. En efecto, la primera mención de
esa posibilidad aparece en Israel con el gobierno del "tipo malo", el
ultraderechista Benjamin Netanyahu. Su ministro de información,
preguntado sobre la posibilidad de un Estado palestino, respondió que
los palestinos podían denominar a los cantones que se les iba a dejar
"un Estado" si así lo deseaban, o "un pollo frito".
Eso es sólo el comienzo. Las opiniones de Ross son tan deficientes en
fuentes independientes y tan radicalmente selectivas que todo lo que
afirma debe tomarse con grandes reservas, desde los detalles concretos
que meticulosamente reproduce literalmente (quizás recogidos en una
grabadora oculta) hasta las conclusiones de carácter general que se
presentan como autorizadas pero sin aportar evidencias fiables. Resulta
interesante que se haya señalado que sus opiniones se presentan como una
versión exacta de los hechos. En general, el libro tiene poco valor,
excepto por el hecho de dar las impresiones de uno de los protagonistas.
Cuesta trabajo creer que cualquier periodista no haya sido consciente
de ello.
No menos despreciable, no obstante, es la evidencia principal de la
que no se informa. Por ejemplo: los análisis de los servicios de
inteligencia israelíes durante aquellos años: entre otros los de Amon
Malka, su director; del general Ami Ayalon, que dirigía los Servicios de
Seguridad (Shin Bet); de Matti Steinberg, consejero especial para
asuntos palestinos del jefe del Shin Bet y del coronel Ephraim Lavie,
funcionario responsable de la división de información sobre los asuntos
de Palestina. El consenso, según Malka, era que "Arafat se inclina
hacia el proceso diplomático, y que hará todo cuanto pueda por
conseguirlo y que sólo si se llega a un callejón sin salida recurrirá a
la violencia. Pero que la violencia está encaminada a llevarle a ese
callejón sin salida, para conseguir una presión internacional que
propicie dar el paso siguiente".
Malka denuncia que esos informes de alto nivel fueron falsificados
tal como se transmitieron a los dirigentes políticos y otras instancias.
Los reporteros estadounidenses pueden acceder con facilidad a ellos a
través de fuentes en inglés.
No tiene sentido continuar con las versiones de Miller o de Ross, por
lo que vayamos al Boston Globe, en el otro extremo liberal. Sus
editores (el 12 de noviembre) se adhieren a los principios básicos del
NYT (lo que probablemente fue un fenómeno universal: sería interesante
buscar excepciones). Los editores reconocen que el fracaso en la
consecución de un Estado palestino "no puede atribuirse sólo a Arafat. Los líderes israelíes...tuvieron también su responsabilidad". Pero el papel decisivo desempeñado por Estados Unidos es inmencionable e impensable.
El Globe también publicó un artículo de fondo en primera página el 11
de noviembre. En su primer párrafo, se nos dice que Arafat fue "uno de
los líderes carismáticos y autoritarios - del grupo que incluye desde
Mao Zedong en China a Fidel Castro en Cuba y Saddam Hussein en Irak- que
surgieron de los movimientos anti-coloniales que se extendieron por el
mundo a partir de la Segunda Guerra Mundial.
Esta afirmación resulta interesante desde diversos puntos de vista.
El enlace entre unos y otros revela el inevitable odio visceral hacia
Castro. Se han sucedido diversos pretextos según cambiaban las
circunstancias pero la información no ha variado para poner en duda las
conclusiones de los servicios de inteligencia estadounidenses sobre los
primeros momentos del ataque terrorista de Washington y de la guerra
económica contra Cuba: el problema de fondo estriba en su "desafío
triunfante" de las políticas estadounidenses que se remontan a la
Doctrina Monroe.
No obstante, hay algo cierto en el retrato de Arafat que presenta el
artículo del Globe, como lo hubiera sido si en primera página se hubiera
publicado un artículo de fondo sobre los funerales imperiales del
semi-divino Reagan, en el que se le describiera como uno de los iconos
del grupo de asesinos de masas- que incluiría desde Hitler a Idi Amin y
Peres-quienes llevaron a cabo sus carnicerías con enorme apoyo de los
medios de información y de los intelectuales. Quienes no comprendan la
analogía tienen mucho que aprender de la historia.
Pero sigamos, en el informe del Globe se hace recuento de los
crímenes de Arafat, y se nos dice que consiguió controlar el sur del
Líbano que "utilizó para lanzar una serie de ataques contra Israel
que tuvo que responder con la invasión de Líbano (en junio de 1982). El
objetivo declarado de Israel era el de expulsar a los palestinos de la
frontera de la zona pero, bajo las órdenes del entonces general y
ministro de defensa, Sharon, sus fuerzas avanzaron hasta Beirut, donde
Sharon permitió a sus aliados, las milicias cristianas, perpetrar la
terrible masacre de palestinos en los campos de refugiados de Sabra y
Chatila y mandar a Arafat y a los dirigentes palestinos al exilio en
Túnez".
Volviendo a la historia inaceptable, el año anterior a la invasión
israelí la OLP se sumó a una iniciativa de paz de Estados Unidos
mientras Israel llevaba a cabo ataques mortíferos en el sur del Líbano,
en un intento de provocar una reacción palestina que pudiera utilizar
como pretexto para la invasión ya planificada. Cuando la reacción no se
produjo, se inventaron el pretexto y llevaron a efecto la invasión,
matando probablemente a 20.000palestinosy libaneses, gracias a los vetos
de Estados Unidos alas Resoluciones del Consejo de Seguridad en las que
se exigía el cese el fuego y la retirada de los territorios invadidos.
La masacre de Sabra y Chatila fue, al fin y al cabo, una simple nota a
pie de página. El objetivo fundamental, tal como ha quedado demostrado
en los más altos niveles políticos y militares, y por los investigadores
y analistas israelíes, fue el de terminar con las irritantes e
incesantes iniciativas de Arafat para conseguir un acuerdo diplomático y
asegurarse así el control de Israel sobre los territorios ocupados.
Tergiversaciones parecidas de hechos bien documentados han aparecido
en los comentarios sobre la muerte de Arafat, y han sido tan
convencionales durante muchos años en los medios de información
estadounidenses que difícilmente se puede culpar a los periodistas por
repetirlos, aunque una mínima investigación sería suficiente para
conocer la verdad.
También resultan instructivos algunos comentarios menores, por
ejemplo en el artículo de opinión del Times se nos dice que
probablemente los sucesores de Arafat- los "moderados" preferidos de
Washington- va a tener problemas ya que carecen de "credibilidad en la
calle". Frase convencional utilizada para mencionar a la opinión pública
en el Mundo Árabe, como cuando se nos informa sobre las "calles
árabes". Si un personaje político occidental tiene escaso apoyo público
no decimos que carece de "credibilidad en la calle", y no existen
alusiones a las "calles" estadounidenses o británicas, La frase se
reserva irreflexivamente para las instancias inferiores, porque no
forman parte de la ciudadanía sino criaturas que viven en las "calles".
Podemos añadir, además, que el líder más popular en las "calles
palestinas", Marwan Barguti, ha sido puesto fuera de la escena (está a
buen recaudo) por Israel de forma permanente. Y que Bush ha demostrado
su pasión por la democracia al unirse a su amigo Sharon- "un hombre
pacífico"- al mantener prácticamente prisionero al único líder electo
del Mundo Árabe, mientras apoyaba a Mahmud Abbas, quien como Estados
Unidos confiesa no goza de "credibilidad en las calles". Todo esto
debería servirnos para entender lo que la prensa liberal denomina la
"visión mesiánica" de Bush para llevar la democracia al Oriente Próximo,
pero sólo si los hechos y la lógica importaran.
El New York Times ha publicado otro artículo de opinión sobre la
muerte de Arafat del historiador Benny Morris. El trabajo merece un
análisis detenido pero eso lo haré aparte, y aquí sólo me fijaré en el
primer comentario que marca el tono general del artículo: Arafat es un
embaucador, afirma Morris, que hablaba de paz y de dar fin a la
ocupación pero en realidad lo que quería es "redimir a Palestina", lo
que demuestra su irremediable naturaleza salvaje.
Con ello, Morris revela su desprecio no sólo hacia los árabes (que es
muy profundo) sino hacia los lectores del NYT. En apariencia no se da
cuenta de que está tomando prestada la terrible frase de la ideología
sionista, ya que su principio fundamental durante un siglo ha sido el de
"redimir la Tierra", un concepto que subyace a lo que Morris reconoce
que es el concepto central que inspira el sionismo: la
"transferencia" de la población nativa, es decir, la expulsión para
"redimir la Tierra" y entregarla a sus legítimos propietarios. Parece
que no es necesario sacar las conclusiones.
A Morris se le identifica como un historiador israelí, autor del
reciente libro The Birth of the Palestinian Refugee Problem Revisited.
Es cierto, él ha realizado las investigaciones más exhaustivas en los
archivos israelíes, y ha demostrado en detalle las salvajadas cometidas
en 1948-49 para conseguir la "transferencia" de la gran mayoría de la
población desde lo que convertiría en el Estado de Israel, incluida la
zona que Naciones Unidas estableció para el Estado palestino que Israel
se repartió con su aliado jordano al 50 %.
Morris critica las atrocidades y la "limpieza étnica" - para ser más
exactos en la traducción, "purificación étnica"-: es decir, que no fue
suficiente. Morris piensa que el gran error de Ben Gurion, probablemente
la "fatal equivocación", fue la de no "limpiar la totalidad del país": la totalidad de la Tierra de Israel, hasta el río Jordán".
En favor de Israel, hay que reconocer que su postura en este asunto
ha sido ampliamente condenada entre los israelíes. Pero en Estados
Unidos, ha sido elegido como el más apropiado para el comentario
principal sobre su denostado enemigo.