Son las palabras uno de los medios que tienen
los humanos para comunicarse entre sí. Ideas, sentimientos, sensaciones, en
cada momento lo que ocupa y preocupa su
entendimiento, encuentran camino para llegar de un humano a otro
mediante la palabra.
Cuentan, que a los humanos que moraban en las
cavernas, no les resultaba suficiente con sus ruidos guturales para hacerse
entender y por ello comenzaron a pintar en las paredes. Pero parece ser que a
veces, no quedaba del todo claro lo que querían decirse unos a otros, o a los
dioses cuando hablaban directamente con ellos, y por eso nació la palabra.
Desde entonces comenzaron a llamar a las cosas por su nombre, el que iban dando
según su entender, y así, el pan fue pan y el vino, vino.
Pero a las palabras se las lleva el viento, y
gracias a eso, vinieron desde otros lugares y otras culturas. Se extendieron
por toda la geografía terrestre, fueron y llegaron de Grecia, de Roma, de
América,… y arraigaron, crecieron y dieron sus frutos.
Desde mi tierna infancia me he sentido atraído
por las palabras y el diccionario es un refugio al que regreso con cierta
frecuencia. Abro sus páginas al azar y comienzo una aventura, que nunca sé
dónde me va a llevar con exactitud. Una palabra me lleva a otra y ésta a otra y
así sucesivamente; de una derivada a un sinónimo o un antónimo; me dejo
arrastrar por lo que las palabras me dicen y por mi curiosidad.
Me gustaría ser una especie de sabio de la
etimología, no por abrumar con mis conocimientos, si no por sentir saciada mi
sed de saber de las palabras. Descubrir el arcano absoluto de ellas.
Además del diccionario, los hispanohablantes
tenemos dos libros a los que podemos regresar cuantas veces queramos a lo largo
de nuestra vida: “El Quijote” y “La Biblia”. Es incluso recomendable hacerlo
con frecuencia. Leer las palabras que contienen nos dará cada vez un mensaje
distinto, con nuevos matices no apreciados con anterioridad. Porque las
palabras es lo que tienen, que aunque estemos acostumbrados a emplearlas, no
siempre nos suenan igual.
Hay palabras que contienen más de lo que
definen, como amigo, amor, libro o madre. Las hay que han caído en desuso como
alpargata, andariego, ética, justicia, urbanidad,… Otras pertenecen al estricto
ámbito familiar: canco, fatuto, termeño, torulo; y los que no pertenezcan a él, tal vez las desconocen.
Están las palabras de consuelo, las más
necesarias en los momentos difíciles, o esas otras, las palabras de amor, las
tiernas, las cariñosas. Menos agradables, pero necesarias también, son las
palabras sinceras, que son las que nos hacen mejorar, aunque no nos agrade
demasiado, a veces, escucharlas. Tenemos otras que a la vez unen y separan:
bandera, frontera, libertad, patria, religión,…
Hubo un tiempo en el que la palabra era el más
firme e inviolable de los contratos entre las personas, de suerte que, quien
faltara a la palabra dada, perdía toda honorabilidad. Hoy, muchos juran por su
conciencia y honor, cumplir fielmente con las obligaciones del cargo que van a
ocupar y al momento, se olvidan y faltan a su palabra y acomodan su conciencia
a sus intereses. Lástima.
Las palabras nacieron para entendernos y
comunicarnos entre los humanos. Es lo que nos diferencia del resto de los
animales. Ellos no tienen las palabras. Pero con el tiempo, parece que hemos
olvidado el sentido de las palabras. La mayoría de las veces nos separan, no
conocemos con exactitud su significado preciso, y en caso de duda, no nos
molestamos en solicitar amablemente aclaraciones. No diferenciamos entre oír y
escuchar. Nos hemos olvidado que hasta no hace tanto tiempo, uno de los mayores
halagos que una persona podía recibir era: “…es una persona de palabra.”
Pero como el viento esparció las palabras,
desde las cavernas por todo el mundo, en cada lugar donde germinaron fueron
diferentes. Por eso los idiomas son distintos. Siempre me hubiese gustado
recibir el don de lenguas, que dicen que recibieron ciertos apóstoles. Poder
entender y comprender las palabras de cualquier ser humano llegado de cualquier
lugar del mundo.
Tuve,
desde que yo recuerdo, un especial gusto por pegar la hebra, que como el
maestro Delibes dijo: “…traducido a palabras pobres significa entablar
conversación.”, y siempre lamento no poder comprender
todas las lenguas del mundo, para poder charlar con esas gentes que aparecen en
mi vida, o yo en la de ellas. Por eso cuando me cruzo con alguien que habla el
mismo idioma que yo, disfruto escuchando su conversación, atento a nuevas
palabras para mí, que puede que sean tan viejas como el tiempo. O esas otras
cuyo significado ignoto para mi entendimiento, hagan sumergirme en el
diccionario en busca de su contenido semántico.
Neruda
supo contar como nadie lo que son las palabras, lo que contienen y representan.
Lo definido por las palabras, a veces, suena muy diferente en una u otra
lengua, tal es así que, ante la belleza en ciertos casos, me gustaría tomarlas
como propias y emplearlas como mías, aunque no lo sean, o tal vez sí. No dejan
de ser humanas, son utilizadas por humanos aunque hablen otro idioma. Su musicalidad
al pronunciarlas las hace especiales. Decir a alguien que le amamos en francés,
hablar de la propia madre en italiano y no digamos expresar sentimientos o
conocimiento en griego o latín, es algo de lo que en determinados momentos
siento que le falta a mi lengua materna.
Cada
uno habla con sus dioses en su propia lengua, pero son las mismas palabras con
diferentes envolturas. Muchos no se dan cuenta de ello y esas palabras les
separan y enfrentan, supongo que es porque la filosofía no ha calado en ellos
todavía, porque cuando no se sabe por quién morir se deja de combatir.
Por
eso, cuando algunos actos de los hombres me hacen desconfiar sobre la bondad de
la condición humana, busco refugio en la Palabra.
Fabio López