(UN CUENTO DE JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO)
Nunca te crees que hay nadie más pobre que tú hasta que lo ves. Pero yo lo vi, y era un mocete apenas, pero no se me olvidará mientras viva, y ya tengo los sesenta, quitándome algunos. Pero como no tengo arradio ni televisión, pues me represento la vida en los ratos que pienso, aunque no son muchos, con esta cabeza, que, desde que tuve el paralís, como si me anduviese dentro una colmena o todavía escuchase los zurriagos de las Tinieblas de los Miércoles Santos(1), cuando era chico, o como los truenos de algunos veranos por la noche, que son seguidos y parece que allá, arriba, andan arrastrando cañones con mulas, como cuando lo de Marruecos(2). Pero, si no piensas, ¿qué haces? ¿Qué vas a hacer, aquí, todo el día, cosido a la silla, que hasta me tienen que ayudar a hacer lo mío? Pero no me quejo, ¡mecachis!, que desde aquel día que digo que estoy diciendo, no me atrevo a quejarme de esta puñetera vida: que era un mocoso yo, pero me impresionó. Y a las mujeres no, ya ves; que a mi hermana, la que está casada, en Madrid, con el chatarrero, que estuvo aquí por el verano, pues se lo recordé:
– Alejandra, ¿te acuerdas de don Julián, el cura muerto?
– ¡Ah, sí! ¡El cura aquel!
Pero sin más, que, en seguida, habló de otra cosa, y que, además, ahora, no le gusta que la(3) recuerden que éramos más pobres que una rata, porque, ahora, no lo es, porque tiene un seiscientos(4) y desprecia a los pobres que no tienen donde caerse muertos, que dice que no sé cómo aguantamos, aquí, que, en Madrid, es otra cosa, que hay más cultura de todo: de cacharros de enfriar la bebida y esas cosas. Pero esto no quita para que fuésemos pobres, coño, los más pobres del pueblo, que estábamos los únicos en las listas de pobres de solemnidad(5) y bien me acuerdo que mi madre nos tenía que meter, a veces, los pies entre la paja, porque no había lumbre, y todavía tengo las señales de los sabañones. Y toda la vida me recuerdo que salíamos al trabajo con el cacho de pan seco a ver si encontrábamos un pájaro para darle un cantazo y asarle luego un poco o a ver si el tío Pedro, el aceitero, nos untaba con aceite y sal el pan, sacando la miga del cantero(6) y echándolo allí, que lo llamábamos ‘hacer un muerto’. Aunque de lo que más me acuerdo es de las culebras, que, fritas con agua y una gota de aceite, eran como la pescadilla del día de la función(7). ¿Y dinero?¡Si, por encima de tres pesetas, nunca lo he visto en mi casa, de chico! Y siempre comprábamos las cosas, en el pueblo, a cambio de que mi padre fuese a por una carga de leña o de carbón o de que mi madre jalbegase(8) en las casas. Y al médico y al boticario, pues los pagábamos igual, si no entraba en la solemnidad; y al cura, pues como no le necesitábamos para nada, pues nada. Que ¿para qué íbamos a encargarle misas? Ni cuando se murió mi padre siquiera, porque la cofradía del Cristo se encargó de decírsela; y el ataúd, pues como ya lo tenía ajustado con el tío Félix, el carretero, pues en paz. Y que si parecía un dornajo(9), dijeron algunas mujeres en el velorio. Pues, mejor, mira tú, como decía el tío Félix, que lo importante era que fuese resistente. ¿Y el cura don Julián?: sin ataúd. Que es a lo que iba. Que acabaría de llegar yo de la escuela del otro pueblo, adonde iba, y hacía un día de polvaneras(10) de un aire que abrasaba, y sin llover tres meses. Por la tarde tenía que ir a escardar, pero ¿para qué? Por la costumbre, que lo que es, ese año, ni magarzas, ni ceñilgos, ni gramas(11) siquiera o pocas y secas como viejas, cuanto más la cosecha, bien visto estaba que se la llevaba el diablo. Y mi madre estaba llorosa y se estaba poniendo el pañuelo negro a la cabeza cuando yo llegué, y dijo:
–¡Andando!
Y que llevaba una peseta de responso(12).
–¿Y cuando comemos?
Pero ni me contestó. Y bajamos hasta la plaza, a la casa del cura, que yo nunca había entrado en ella, pero decían que era un lujo, que tenía camas doradas y que, en una, era donde se acostaba con la Laurita. Pero nada de nada había allí: una mesa y una silla y un estante con dos o tres libros y unos caramelos, y, en otra habitación, un catre negro, como el de mi casa, y, en la cocina, pues otra mesa pequeña y unos pucheros, y un pan entero encima de la mesa, con un cuchillo clavado en él. Y, en la habitación del catre, estaba el cura muerto, pero puesto en el suelo sobre una manta de cuadros, y con la sotana nueva le habían arrebujado, que decían que la muerte le había cogido en cueros, y digo con la sotana nueva, que no estaba tan verdosa como la otra. Y tenía en la cabeza un gorro sin picos, muy viejo, y también le habían puesto un cristo entre las manos, el cristo feo, que estaba en la pila del agua bendita, en la iglesia, feo como un perro y que estaba clavado por las muñecas, me decían que no encontraron un cristo en toda la casa del cura. Y dijeron, entonces, otras muchas cosas extrañas. Pero la verdad fue que, cuando yo llegué con mi madre, allí no había nadie y sólo había una palmatoria encendida, junto al cuerpo, y mi madre dijo:
– ¡Arrodíllate, Niceto!
Y ella también se arrodilló y luego dijo que iba a decir un padrenuestro por don Julián, cuando apareció el Santiago, el sacristán pequeño y malaleche:
– Que ha dicho el señor obispo que-que-que no-no se-se puede reezar por-por-por don Julián, ni-ni to-tocar las campanas, ques-que vi-vía en pe-pecado con-con la-la Laurita y la-la-la muerte le-le cogió cuando estaba con-con ella y se ha con-con-condenado.
Y allí estaba el Santiago, husmeando en la casa. ¡Y hacía un calor, allí, dentro! Las moscas le corrían al cura por la cara y nadie le había cerrado los ojos ni la boca y parecía que se reía de las cosquillas que le hacían las moscas, y los que entraban, al principio se reían también, hasta que el Santiago decía, apuntando al muerto:
– Ques-questá con-condenado por-porque sea-sea-cos-taba con-con la-la Laurita.
Pero ya hacía más de un día que el cura se había muerto, cuando yo fui allí con mi madre, y ya olía. Pero. como no se presentaba ninguna familia suya, que no tenía ninguna, ni el Santiago encontraba dinero, ni nada de valor, en la casa, ya estaban, allí, las andas(13) de los pobres, preparadas para llevarle, pero cuando el Santiago contaba que estaba condenado, nadie se atrevía y el alcalde dijo que iba a mandar un propio al gobernador a ver qué se hacía.
– Que-que-que como un-perro, en cualquier sitio, que, co-co-como estaba con-condenado, que-que en cualquier sitio.
Que lo mismo daba. Y el cura como si se riese. Hasta que la Laura se presentó con el carretillo de lavar, el mismo que usaba para ir a buscar la ropa del cura para llevarla a la fuente, y le echó allí al cura y atravesó todo el pueblo, con él, hasta el camposanto, donde había un hoyo hecho, decían, y andaba moviendo las caderas, cuando le llevaba, y la gente se quedaba a sus puertas, mirando, menos mi madre, que puso el cirio de las tormentas(14) para que Dios nos libre de una muerte repentina y del rigor de las desgracias. Y luego dicen que mandaron desenterrar al cura, desde el obispado, y que le enterraron en el corralillo(15), pero ya nadie se enteró bien de esto. Y la Laura, cuando volvió del cementerio, le dijo al Julián, el soltero rico:
– Ya era un trasto viejo y se acordaba de Dios. Desde esta noche, soy tuya.
Y se fue con el Julián a cenar y a acostarse. Que, ahora, me acuerdo que Julián se llamaba éste, que el cura, no, que ya no me acuerdo, ni nadie se acuerda. Y la digo a mi hermana, la de Madrid:
– Alejandra, ¿te acuerdas del cura muerto?
–¡Ah, sí! ¡Aquel que estaba en el suelo, cuando se murió y ya olía mal!
Sin más mención, coño, que hasta se acordaba que el perro nuestro se llamaba “Canelo”, pero que el cura como si no se llamase nada, que esto sí que es ser pobre. Y aunque luego dijeron que decían que la zorra de la Laura, a lo mejor había inventado todo, ponte ya a hacer averiguaciones y a hacer Alguien de don Nadie, que ya es imposible. Y ya te digo que era yo sólo un mocete, pero de lo que se dice un santo, el cura aquel es el único en que yo creo, por eso. Y por ahora sería; saca de ahí de la chaqueta del lado de mi brazo seco del paralís tres pesetas y ponle una vela al cura, en cualquier parte, que por ahora sería, aunque un mayo pero que éste.
NOTAS
(1) Oficio religioso propio de ese día. Los zurriagos son espadañas atadas en forma de haz con las que se hace ruido. Según el texto evangélico, en el momento de morir Jesús la región quedó sumida en tinieblas y la tierra tembló.
(2) Se refiere a las operaciones militares llevadas a cabo por las tropas españolas para la pacificación del Protectorado de Marruecos entre 1909 y 1927. Probablemente alude al desastre de Annual (1921) que se saldó con miles de muertos en el ejército español.
(3) El laísmo –uso del pronombre “la” en función de complemento indirecto – es un rasgo característico de Jiménez Lozano. En adelante no se señalarán otros casos.
(4) El “Seat 600”, más conocido como “seiscientos”, era un modelo de coche utilitario muy popular en la década de los 60 del pasado siglo.
(5) Pobres reconocidos que tienen ciertos derechos en virtud de su situación.
(6) Trozo de pan de un extremo o del borde, con mucha corteza.
(7) Fiesta mayor de un pueblo.
(8) Jalbegar o enjalbegar es blanquear las paredes con cal, yeso o tierra blanca.
(9) Especie de artesa, recipiente de madera que sirve pra dar de comer a los animales.
(10) Polvaredas, nubes de polvo.
(11) Magarzas, ceñilgos – o ceñiglos – y gramas son distintos tipos de plantas silvestres. Escardar es arrancar los cardos y las malas hierbas de los sembrados.
(12) Limosna que se da con ocasión de los rezos que se hacen por lo difuntos.
(13) Tablero sostenido por dos varas paralelas y horizontales que sirve para transportar los cadáveres.
(14) Vela larga y gruesa que, tras haber estado en el Monumento del Jueves Santo, se encendía en las casas cuando había tormenta.
(15) Nombre dado popularmente a los cementerios civiles.
– Alejandra, ¿te acuerdas de don Julián, el cura muerto?
– ¡Ah, sí! ¡El cura aquel!
Pero sin más, que, en seguida, habló de otra cosa, y que, además, ahora, no le gusta que la(3) recuerden que éramos más pobres que una rata, porque, ahora, no lo es, porque tiene un seiscientos(4) y desprecia a los pobres que no tienen donde caerse muertos, que dice que no sé cómo aguantamos, aquí, que, en Madrid, es otra cosa, que hay más cultura de todo: de cacharros de enfriar la bebida y esas cosas. Pero esto no quita para que fuésemos pobres, coño, los más pobres del pueblo, que estábamos los únicos en las listas de pobres de solemnidad(5) y bien me acuerdo que mi madre nos tenía que meter, a veces, los pies entre la paja, porque no había lumbre, y todavía tengo las señales de los sabañones. Y toda la vida me recuerdo que salíamos al trabajo con el cacho de pan seco a ver si encontrábamos un pájaro para darle un cantazo y asarle luego un poco o a ver si el tío Pedro, el aceitero, nos untaba con aceite y sal el pan, sacando la miga del cantero(6) y echándolo allí, que lo llamábamos ‘hacer un muerto’. Aunque de lo que más me acuerdo es de las culebras, que, fritas con agua y una gota de aceite, eran como la pescadilla del día de la función(7). ¿Y dinero?¡Si, por encima de tres pesetas, nunca lo he visto en mi casa, de chico! Y siempre comprábamos las cosas, en el pueblo, a cambio de que mi padre fuese a por una carga de leña o de carbón o de que mi madre jalbegase(8) en las casas. Y al médico y al boticario, pues los pagábamos igual, si no entraba en la solemnidad; y al cura, pues como no le necesitábamos para nada, pues nada. Que ¿para qué íbamos a encargarle misas? Ni cuando se murió mi padre siquiera, porque la cofradía del Cristo se encargó de decírsela; y el ataúd, pues como ya lo tenía ajustado con el tío Félix, el carretero, pues en paz. Y que si parecía un dornajo(9), dijeron algunas mujeres en el velorio. Pues, mejor, mira tú, como decía el tío Félix, que lo importante era que fuese resistente. ¿Y el cura don Julián?: sin ataúd. Que es a lo que iba. Que acabaría de llegar yo de la escuela del otro pueblo, adonde iba, y hacía un día de polvaneras(10) de un aire que abrasaba, y sin llover tres meses. Por la tarde tenía que ir a escardar, pero ¿para qué? Por la costumbre, que lo que es, ese año, ni magarzas, ni ceñilgos, ni gramas(11) siquiera o pocas y secas como viejas, cuanto más la cosecha, bien visto estaba que se la llevaba el diablo. Y mi madre estaba llorosa y se estaba poniendo el pañuelo negro a la cabeza cuando yo llegué, y dijo:
–¡Andando!
Y que llevaba una peseta de responso(12).
–¿Y cuando comemos?
Pero ni me contestó. Y bajamos hasta la plaza, a la casa del cura, que yo nunca había entrado en ella, pero decían que era un lujo, que tenía camas doradas y que, en una, era donde se acostaba con la Laurita. Pero nada de nada había allí: una mesa y una silla y un estante con dos o tres libros y unos caramelos, y, en otra habitación, un catre negro, como el de mi casa, y, en la cocina, pues otra mesa pequeña y unos pucheros, y un pan entero encima de la mesa, con un cuchillo clavado en él. Y, en la habitación del catre, estaba el cura muerto, pero puesto en el suelo sobre una manta de cuadros, y con la sotana nueva le habían arrebujado, que decían que la muerte le había cogido en cueros, y digo con la sotana nueva, que no estaba tan verdosa como la otra. Y tenía en la cabeza un gorro sin picos, muy viejo, y también le habían puesto un cristo entre las manos, el cristo feo, que estaba en la pila del agua bendita, en la iglesia, feo como un perro y que estaba clavado por las muñecas, me decían que no encontraron un cristo en toda la casa del cura. Y dijeron, entonces, otras muchas cosas extrañas. Pero la verdad fue que, cuando yo llegué con mi madre, allí no había nadie y sólo había una palmatoria encendida, junto al cuerpo, y mi madre dijo:
– ¡Arrodíllate, Niceto!
Y ella también se arrodilló y luego dijo que iba a decir un padrenuestro por don Julián, cuando apareció el Santiago, el sacristán pequeño y malaleche:
– Que ha dicho el señor obispo que-que-que no-no se-se puede reezar por-por-por don Julián, ni-ni to-tocar las campanas, ques-que vi-vía en pe-pecado con-con la-la Laurita y la-la-la muerte le-le cogió cuando estaba con-con ella y se ha con-con-condenado.
Y allí estaba el Santiago, husmeando en la casa. ¡Y hacía un calor, allí, dentro! Las moscas le corrían al cura por la cara y nadie le había cerrado los ojos ni la boca y parecía que se reía de las cosquillas que le hacían las moscas, y los que entraban, al principio se reían también, hasta que el Santiago decía, apuntando al muerto:
– Ques-questá con-condenado por-porque sea-sea-cos-taba con-con la-la Laurita.
Pero ya hacía más de un día que el cura se había muerto, cuando yo fui allí con mi madre, y ya olía. Pero. como no se presentaba ninguna familia suya, que no tenía ninguna, ni el Santiago encontraba dinero, ni nada de valor, en la casa, ya estaban, allí, las andas(13) de los pobres, preparadas para llevarle, pero cuando el Santiago contaba que estaba condenado, nadie se atrevía y el alcalde dijo que iba a mandar un propio al gobernador a ver qué se hacía.
– Que-que-que como un-perro, en cualquier sitio, que, co-co-como estaba con-condenado, que-que en cualquier sitio.
Que lo mismo daba. Y el cura como si se riese. Hasta que la Laura se presentó con el carretillo de lavar, el mismo que usaba para ir a buscar la ropa del cura para llevarla a la fuente, y le echó allí al cura y atravesó todo el pueblo, con él, hasta el camposanto, donde había un hoyo hecho, decían, y andaba moviendo las caderas, cuando le llevaba, y la gente se quedaba a sus puertas, mirando, menos mi madre, que puso el cirio de las tormentas(14) para que Dios nos libre de una muerte repentina y del rigor de las desgracias. Y luego dicen que mandaron desenterrar al cura, desde el obispado, y que le enterraron en el corralillo(15), pero ya nadie se enteró bien de esto. Y la Laura, cuando volvió del cementerio, le dijo al Julián, el soltero rico:
– Ya era un trasto viejo y se acordaba de Dios. Desde esta noche, soy tuya.
Y se fue con el Julián a cenar y a acostarse. Que, ahora, me acuerdo que Julián se llamaba éste, que el cura, no, que ya no me acuerdo, ni nadie se acuerda. Y la digo a mi hermana, la de Madrid:
– Alejandra, ¿te acuerdas del cura muerto?
–¡Ah, sí! ¡Aquel que estaba en el suelo, cuando se murió y ya olía mal!
Sin más mención, coño, que hasta se acordaba que el perro nuestro se llamaba “Canelo”, pero que el cura como si no se llamase nada, que esto sí que es ser pobre. Y aunque luego dijeron que decían que la zorra de la Laura, a lo mejor había inventado todo, ponte ya a hacer averiguaciones y a hacer Alguien de don Nadie, que ya es imposible. Y ya te digo que era yo sólo un mocete, pero de lo que se dice un santo, el cura aquel es el único en que yo creo, por eso. Y por ahora sería; saca de ahí de la chaqueta del lado de mi brazo seco del paralís tres pesetas y ponle una vela al cura, en cualquier parte, que por ahora sería, aunque un mayo pero que éste.
NOTAS
(1) Oficio religioso propio de ese día. Los zurriagos son espadañas atadas en forma de haz con las que se hace ruido. Según el texto evangélico, en el momento de morir Jesús la región quedó sumida en tinieblas y la tierra tembló.
(2) Se refiere a las operaciones militares llevadas a cabo por las tropas españolas para la pacificación del Protectorado de Marruecos entre 1909 y 1927. Probablemente alude al desastre de Annual (1921) que se saldó con miles de muertos en el ejército español.
(3) El laísmo –uso del pronombre “la” en función de complemento indirecto – es un rasgo característico de Jiménez Lozano. En adelante no se señalarán otros casos.
(4) El “Seat 600”, más conocido como “seiscientos”, era un modelo de coche utilitario muy popular en la década de los 60 del pasado siglo.
(5) Pobres reconocidos que tienen ciertos derechos en virtud de su situación.
(6) Trozo de pan de un extremo o del borde, con mucha corteza.
(7) Fiesta mayor de un pueblo.
(8) Jalbegar o enjalbegar es blanquear las paredes con cal, yeso o tierra blanca.
(9) Especie de artesa, recipiente de madera que sirve pra dar de comer a los animales.
(10) Polvaredas, nubes de polvo.
(11) Magarzas, ceñilgos – o ceñiglos – y gramas son distintos tipos de plantas silvestres. Escardar es arrancar los cardos y las malas hierbas de los sembrados.
(12) Limosna que se da con ocasión de los rezos que se hacen por lo difuntos.
(13) Tablero sostenido por dos varas paralelas y horizontales que sirve para transportar los cadáveres.
(14) Vela larga y gruesa que, tras haber estado en el Monumento del Jueves Santo, se encendía en las casas cuando había tormenta.
(15) Nombre dado popularmente a los cementerios civiles.