Los Cuquillos
Pues mire usted, don Bernardo, que lo he consultado con la Ignacia, mi mujer, y lo he pensado bien y lo vamos a dejar. Usted dice que es pleito ganado por abuso de menor de la Concha, mi hija, y el señorito don Luis que la ha deshonrado, pero pensándolo bien la Concha se puede ir a servir a Barcelona y en paz, que, como es pobre, lo que la ha pasado con el señorito don Luis, la iba a pasar de todas maneras, otro día, así que lo principal es que se encuentre un apaño, que nunca faltará y qué se le va a hacer. Pero meternos nosotros con el señorito don Luis, no. Que mi mujer, la Ignacia, decía: ¿pero es que no te acuerdas del padre del señorito Luis, que imponía, cuando iba por la calle y hasta el cura se ponía de pie, cuando entraba en la iglesia, aunque estuviera de rodillas con el Santísimo expuesto? Y mira mi pobre padre, decía la Ignacia, que tenía un galgo que le gustaba a don Herminio, el padre, que en paz descanse, del señorito don Luis, pues como corría más que el suyo le quebró una pata al pobre galgo y como el animal se puso bueno acabó cortándosela y la tiró envuelta en un papel de periódico al corral de mi padre y había escrito: como no matas marranos, aprovecha ese jamón, Antonio. Que no hay quien pueda con los poderosos(1), don Bernardo. Y lo decía mi mujer, la Ignacia: que yo todas las noches pidiéndola a la Santísima Virgen: Virgen Santa, que no la crezca la delantera a la Concha, que esta chica ha echado muchos muslos, que por lo menos, Santo Cristo del Amparo, no ponga el Luisito –el señor don Luis, ya entiende usted – sus ojos en la criatura. Pero, ahora ya, ¿ qué le vamos a hacer? Pero denuncia, no; y si llaman a la Concha adonde el juez dirá que ni la ha tocado o hasta que he sido yo mismo, ya ve usted, que lo último, la niña de mis ojos, pero prefiero ir yo a la cárcel. Pero tocar nosotros al señorito don Luis sería la ruina. Que ya ve usted, cuando el Atilano, mi hijo, trajo la transistor del África, tan maja, y la pusimos: que fue el día que se murió don Juan, el hermano soltero de don Herminio, y éste la oyó y entró en la cocina y con las tenazas, ¡zas!: que este día no oye música ni Dios, que está mi hermano de cuerpo presente. Y lo que dice la Ignacia, que bendito Dios que no estaba allí el Atilano, que luego preguntaba ¿quién ha roto la radio, padre? Un día se me cayó del carro y no me di cuenta y la atropellé. Y el Atilano dice: es usted más bruto. A ver ahora, sólo se le pueden traer azadones(2). Y fíjate, Mariano, dice la Ignacia, que cuando el Luisito era chico se asomaba por las piernas de nosotras, las muchachas de servir y tenías que dejarle que viera varietés(3), como decía su padre. A ver tú, Ignacia, que estás buena, que el Luisito va a ver varietés. Que anoche, la Ignacia, lo decía por primera vez, que era mejor no mover las cosas. Y yo la pregunté que si pasó algo con el Luisito y que no, Mariano, que un chiquillo que qué iba a ver, si además teníamos enaguas y pantalones, que mi madre, decía la Ignacia, siempre nos ponía pantalones, que como éramos pobres y un día u otro nos iba a pasar algo, que era más difícil con pantalones de lienzo y cintas, que dan tiempo a gritar. ¿Y el don Herminio?, dije yo, que si pasó algo con él y contigo. Y que no. Y entonces yo le dije a la Ignacia que ahora estos hijos de tal iban a pagarlo todo, los tales de la Casa Grande(4), y por eso le dije a usted, don Bernardo, que adelante, que la ley, y que la Concha, mi flor, pudiera llevar la cabeza alta. Pero la Ignacia que no, que acuérdate que tuviste que cederle la tierra buena, la que teníamos de huerta, por cuatro perras, y yo que al diablo con las tierras. Que acuérdate que el muleto(5) que no quisiste venderle se te murió muy raro, y yo que adelante, sin embargo. Que acuérdate que el Atilano no pudo ir voluntario a la mili porque el don Herminio dio malos informes. Pero ya ha vuelto, la digo. Hasta que anoche, señor abogado, usted es hombre y sabrá que puñalada tengo, la Ignacia de rodillas venga repetir que por nada del mundo toque al señorito don Luis, que acuérdate que estuviste en la cárcel cuando la guerra y que eras de la Casa del Pueblo(6). Y yo, que eso se acabó, Ignacia. Y ella, que no lo hagas, que no le denuncies, y yo, que ya está hecho. Y, entonces, don Bernardo, la Ignacia dijo: ¿me ves?, ¿por qué te crees que te sacaron de la cárcel? Porque tuve que acostarme casi un año con don Herminio para que salieses. Y entonces yo, señor abogado, le di a la Ignacia un bofetón en la cara y allí se ha quedado echando sangre. Pero ¿qué iba a hacer? Pero lo de la Concha tiene que pararlo usted como sea. Aquí tiene cinco mil pesetas, que tenía para un marrano, más no tengo, pero párelo usted y en paz. Que soy pobre y quiero ser hombre como los demás. Pero tiene razón la Ignacia: que hay que nacer, y nosotros hemos nacido para nada. Todos castrados teníamos que estar los pobres y ya se habría acabado la raza. Por eso, a lo mejor la Concha, con la desgracia, no encuentra acomodo de nadie, y sería mejor. Por lo manos por su parte esta familia de los cuquillos, como nos llaman, no cantaría más en este mundo, ni nadie podría reírse de nosotros. Que también se lo digo al Atilano y él es conforme con que usted pare este asunto y lo comprende.
José Jiménez Lozano
NOTAS:
(1) Los muy ricos o muy influyentes.
(2) Instrumentos de labranza que sirven para romper tierras duras.
(3) Galicismo por “variedades”, espectáculos teatrales en que actúan cantantes y bailarinas.
(4) Se llama Casa Grande a la de gente rica.
(5) Mulo pequeño.
(6) Sede del Partido Socialista Obrero Español.