Durante las pasadas Ferias, un amigo de la India, ha estado con nosotros en Arévalo. Llegó el sábado primero de ferias, casi de noche. Estuvimos en la verbena y antes habíamos estado por el recinto ferial. Le iba a hablar del extraordinario bullicio que presentaban las calles de Arévalo, pero él se adelantó y me recordó que viene de un país con más de mil cien millones de habitantes, por lo que el alboroto que presentan nuestras calles se queda en nada comparado con aquello. Al día siguiente por la mañana, fuimos al encierro. Al principio me daba cierto reparo llevarle a un acto en el que el protagonista es el toro, teniendo en cuenta sus creencias religiosas. Pero Ajay, así se llama mi amigo, mostró su lado más cosmopolita. A sus profundas convicciones morales y a esa enorme profundidad de pensamiento que tienen la mayoría de los orientales, él le añade una modernidad intelectual. Abierto a nuevas culturas, ansioso de conocer cosas nuevas, de entablar contacto con otras formas de civilización. Le resultó curioso el comportamiento de la mayoría del público con los toros, llegando a observar, según me dijo, una cierta veneración por parte de las personas que corrían el encierro hacia los astados. No se trataba del mismo tipo de veneración que ellos mostraban en la India hacia las vacas, animal sagrado, pero sí de un tratamiento respetuoso en su mayoría, hacia los toros.
Por la tarde, fuimos al musical que los del Centro Juvenil Don Bosco de Arévalo representaban. Está feo por mi parte que diga que la actuación resultó maravillosa. A nuestro amigo le encantó y yo sentí, una vez más, admiración por este grupo de jóvenes que lleva moviéndose ya más de diez años, en una tierra en la que el movimiento suele ser escaso. Puede que sea cosa de la climatología, en invierno el frío invita a quedarse al amor de la lumbre. En verano la canícula hace que la gente busque la fresca. Otoño y primavera son tan cortos, que apenas si dan para que se lleguen algunos hasta la “Meta”. Por eso me admira este grupo numeroso, incansable, alegre y sobre todo juvenil.
Por la noche volvimos a asistir a la verbena en la Plaza del Arrabal, si bien no trasnochamos en exceso, pues me interesaba mostrarle el Arévalo de día. Así al día siguiente estuvimos por la mañana viendo disfrutar a los niños en los juegos organizados para ellos. Ya que estábamos allí decidí que debíamos acercarnos hasta la plaza de toros. Estuvimos observando la construcción desde todos los ángulos. Su silencio no me incomodó pues como oriental es muy dado a ello. Son capaces de estar reflexionando en silencio durante largos ratos, economizando las palabras. ¡Qué diferentes a nosotros!.
Después de la comida, en la que no pudo probar el cochinillo por cuestiones personales, nos llegamos hasta la plaza del Real. Nuevamente, los del Centro Don Bosco se encargaban de amenizar el tiempo a los niños y mayores con sus juegos. La voz de algunos de los monitores denotaba el desgaste sufrido. El estar hablando con los niños continuamente les debe producir ronquera a algunos.
Bajamos hasta el Castillo, recorriendo el casco histórico de nuestra ciudad. A la vuelta estuvimos en la iglesia de San Miguel escuchando a la coral “La Moraña”. Fue de los pocos momentos en los que Ajay utilizó elogios, al referirse al retablo que contemplaba con deleite. Nuevamente por la noche y para pasear la cena, nos llegamos hasta la verbena del barrio Húmedo. Tampoco nos demoramos en irnos a casa pues al día siguiente nos esperaba un encierro a caballo.
Espectáculo que nuestro amigo contempló con agrado. Elogiaba la belleza de los caballos y los toros en el campo. Sentí que no pudiera ver el espectáculo de los Gigantes y Cabezudos, pero por ser la festividad de nuestro patrón San Vitorino, los anteriores no salieron a recorrer las calles como es tradición el martes de Ferias. Hasta el viernes próximo no saldrían y Ajay ya no estaría. De hecho esa misma tarde, a las cinco, hora torera por excelencia, cogía un “Auto-Res” para volver a su actual domicilio. Sentí que no pudiese asistir a la corrida de rejones de esa tarde. Aunque por otra parte, no creo que estuviera preparado para presenciar el espectáculo. Caballos, toros y sangre podría ser algo demasiado fuerte para un indio de visita en Arévalo.
Mientras esperábamos la llegada del autobús, me preguntó si podía hacerme una pregunta. Yo antes de contestar que por supuesto, recordé su condición de oriental, muy dados a reflexiones profundas, preguntas trascendentales y todo eso, además de ser una persona de mundo, muy viajada y con amplia experiencia en contrastar diferentes culturas; por lo que le dije que sí, pero que no fuese demasiado difícil. Entonces él me preguntó: -Todo esto, ¿quién lo paga?, al tiempo que describía un amplio círculo con su brazo abarcándolo TODO.
Por la tarde, fuimos al musical que los del Centro Juvenil Don Bosco de Arévalo representaban. Está feo por mi parte que diga que la actuación resultó maravillosa. A nuestro amigo le encantó y yo sentí, una vez más, admiración por este grupo de jóvenes que lleva moviéndose ya más de diez años, en una tierra en la que el movimiento suele ser escaso. Puede que sea cosa de la climatología, en invierno el frío invita a quedarse al amor de la lumbre. En verano la canícula hace que la gente busque la fresca. Otoño y primavera son tan cortos, que apenas si dan para que se lleguen algunos hasta la “Meta”. Por eso me admira este grupo numeroso, incansable, alegre y sobre todo juvenil.
Por la noche volvimos a asistir a la verbena en la Plaza del Arrabal, si bien no trasnochamos en exceso, pues me interesaba mostrarle el Arévalo de día. Así al día siguiente estuvimos por la mañana viendo disfrutar a los niños en los juegos organizados para ellos. Ya que estábamos allí decidí que debíamos acercarnos hasta la plaza de toros. Estuvimos observando la construcción desde todos los ángulos. Su silencio no me incomodó pues como oriental es muy dado a ello. Son capaces de estar reflexionando en silencio durante largos ratos, economizando las palabras. ¡Qué diferentes a nosotros!.
Después de la comida, en la que no pudo probar el cochinillo por cuestiones personales, nos llegamos hasta la plaza del Real. Nuevamente, los del Centro Don Bosco se encargaban de amenizar el tiempo a los niños y mayores con sus juegos. La voz de algunos de los monitores denotaba el desgaste sufrido. El estar hablando con los niños continuamente les debe producir ronquera a algunos.
Bajamos hasta el Castillo, recorriendo el casco histórico de nuestra ciudad. A la vuelta estuvimos en la iglesia de San Miguel escuchando a la coral “La Moraña”. Fue de los pocos momentos en los que Ajay utilizó elogios, al referirse al retablo que contemplaba con deleite. Nuevamente por la noche y para pasear la cena, nos llegamos hasta la verbena del barrio Húmedo. Tampoco nos demoramos en irnos a casa pues al día siguiente nos esperaba un encierro a caballo.
Espectáculo que nuestro amigo contempló con agrado. Elogiaba la belleza de los caballos y los toros en el campo. Sentí que no pudiera ver el espectáculo de los Gigantes y Cabezudos, pero por ser la festividad de nuestro patrón San Vitorino, los anteriores no salieron a recorrer las calles como es tradición el martes de Ferias. Hasta el viernes próximo no saldrían y Ajay ya no estaría. De hecho esa misma tarde, a las cinco, hora torera por excelencia, cogía un “Auto-Res” para volver a su actual domicilio. Sentí que no pudiese asistir a la corrida de rejones de esa tarde. Aunque por otra parte, no creo que estuviera preparado para presenciar el espectáculo. Caballos, toros y sangre podría ser algo demasiado fuerte para un indio de visita en Arévalo.
Mientras esperábamos la llegada del autobús, me preguntó si podía hacerme una pregunta. Yo antes de contestar que por supuesto, recordé su condición de oriental, muy dados a reflexiones profundas, preguntas trascendentales y todo eso, además de ser una persona de mundo, muy viajada y con amplia experiencia en contrastar diferentes culturas; por lo que le dije que sí, pero que no fuese demasiado difícil. Entonces él me preguntó: -Todo esto, ¿quién lo paga?, al tiempo que describía un amplio círculo con su brazo abarcándolo TODO.