miércoles, 10 de abril de 2013

ESCRACHES

De repente, los escraches se han convertido en uno de los principales problemas de España. Casi al mismo nivel que el desempleo, la crisis y la corrupción. Suele ocurrir cuando los 'rodeados' son gente gorda, próceres con acceso a los medios de comunicación, tipos que cuentan con altavoces para que sus vicisitudes sean cuestión nacional. Si el escrache lo sufriese un mindundi, un piernas, bulto en la cola del paro, el asunto pasaría desapercibido. Como han pasado, y pasan, escraches de otra ralea que suceden a diario. Porque hay escraches físicos y ruidosos y escraches silenciosos y morales, de esos que no se ven ni se palpan pero que son dañinos, muy dañinos. Una muestra: en muchos pueblos los partidos de izquierda no consiguen presentar listas porque los vecinos temen represalias. Y el temor suele ser fundado. La experiencia también dice que quienes, por el contrario, se arriman al árbol del cacique obtienen ventajas  de todo tipo. Que se lo pregunten al gallego Baltar. Por aquí, aunque menos descarados, también abundan los ejemplos. El escrache moral anida, asimismo, en las empresas. O tragas o a la calle. Y aparece en las cláusulas leoninas de los contratos, de las hipotecas, de las compra-ventas donde Quien Manda hace y deshace bajo presión, bajo SU presión. Pero estos no cometen escrache, no; delinquen ante notario con todas las bendiciones legales. Si protestan los robados, los desahuciados, incurren en escrache intolerable. Si callan y cobran los robadores, los beneficiados, la vida sigue igual, bendecida por el Estado de Derecho. ¿O no es escrache moral lo de Merkel, lo del FMI? Desde las mentes bien pensantes y de orden se alzan voces contra el escrache. Alcémoslas todos, pero contra cualquier tipo de escrache, incluido el que ejercen desde siempre sin demasiado rubvor los que ahora se lamentan cuando las quejas de los machacados rodean sus domicilios.


LUIS MIGUEL DE DIOS

domingo, 17 de marzo de 2013

ESA TERCA REALIDAD

 


Desde mi tierna infancia, mi padre me advirtió que a lo largo de la vida me encontraría muchos tipos de personas, él me destacaba que había, entre todas ellas, dos que surgían como consecuencia de enfrentarnos con la realidad cotidiana, la de cada día.
Si entendemos por realidad, me decía, todo aquello que sucede a nuestro alrededor. Ese conjunto de cosas, pequeñas y grandes, que nos rodean y conforman nuestra vida y mediatizan nuestras relaciones con los demás y el entorno. Toda esa realidad puede que en determinados momentos no sea del todo de nuestro agrado, es en ese momento cuando nacen esos dos tipos de personas de los que me hablaba. Habrá muchos más, me decía, tantos como individuos, pero en líneas generales los podemos agrupar en dos grandes grupos. Él los llamaba: los soñadores y los ilusionistas.
Los primeros reconocen que la realidad que les rodea no les gusta y luchan por cambiarla, para ello sueñan otra y se esfuerzan de forma sincera y emplean todas sus fuerzas para cambiar eso que no resulta de su agrado o conveniente para la mayoría, ellos mismos incluidos.
Por otro lado están los ilusionistas, que reconociendo que la realidad que les rodea no es del todo buena, hacen todo lo posible por disimularla pero sin cambiarla. Se esfuerzan por hacer creer a la mayoría, en la que no se incluyen, que están haciendo todo lo posible por cambiar el orden de las cosas y de los acontecimientos. Saben que únicamente están realizando un ejercicio de prestidigitación, hacen creer a los demás que todo está cambiando o que todo va a cambiar pero todo sigue y seguirá igual.
Siempre me dijo que todos en la vida tenemos el momento en el que debemos elegir uno u otro grupo. Ser de los primeros requería, según él, grandes dosis de ánimo, una enorme fortaleza pues se trataba de un esfuerzo sin fin, sería una tarea que muy probablemente duraría toda mi existencia pero que la satisfacción que sentiría por cualquier cambio o mejora, por pequeño que fuera, me produciría una satisfacción indescriptible.
Ser de los segundos era cuestión, según él, de fingir posturas, sentimientos. Aprender a engañar, a hacer todo lo contrario de lo que se decía haber hecho. No ir de frente con los demás para dar el perfil adecuado. Dirigir a la masa por los caminos que más les convienen sin que la masa adivine siquiera que son los más perjudiciales para ella. Si se llega a dominar esa habilidad los beneficios materiales serían notabilísimos y llegaría a poseer todo lo que de material ansiara.
Los primeros, los soñadores, jamás llegan a ejercer el poder; los segundos, los ilusionistas jamás le abandonan. El resto, la masa, se limita a seguir unos u otros caminos que les son señalados. Pero al final queda, según él, esa terca realidad que nos demuestra cuál de los caminos que nos han sido propuestos era más acertado. Ahí es donde podré diferenciar sin ningún género de dudas a los soñadores de los ilusionistas.
Nunca, aseveraba, debes permanecer formando parte de la masa informe, dejándote llevar por los que tratan de dirigirla. Aunque te equivoques, me insistía, debes tomar siempre que puedas tus propias decisiones.
Viene esto a colación por los años que nos han tocado en suerte vivir. Asisto a diario, con cierta perplejidad, a lo que nos dicen de muy variadas formas. Escucho con atención sus mensajes, trato incluso de leer entre líneas, cosa también recomendable que aprendí con los años, pero no consigo ver una sola coincidencia entre lo que me dicen y lo que veo. Vivo entre gente, comparto sus problemas, me fijo con atención en el día a día, el suyo y el de todos, pero no veo coincidencias entre lo que escucho y lo que sucede. Esa terca realidad, de la que hablaba mi padre, demuestra bien a las claras que los caminos por los que transitamos no nos acercan a una realidad mejor. La masa asiste sumisa y dócil a las indicaciones de los que dirigen la marcha. Pero veo con claridad meridiana en sus comportamientos más detalles de ilusionistas que de soñadores y eso me hace desconfiar. Me duelen los que van quedando en el camino, como consecuencia de nuestro caminar por estas veredas tan poco humanas con las personas. Me rebelo en la medida de mis posibilidades y sueño con una realidad mejor. Trato de soñar para intentar hacer algo diferente a lo que hasta ahora hemos hecho. Caminamos perdidos, vamos hacia un incierto porvenir.
Por eso, casi a diario intento señalar, a quien quiera escucharme, que se fije en esa terca realidad, que compare lo que escucha con lo que vive y siente. Que la ruta que llevamos, caminos de dolor, no nos lleva a ese mañana mejor. No sirven siquiera los plazos, pues para muchos será demasiado tarde o tal vez sea demasiado tiempo de espera. Pero si los ilusionistas tienen éxito es debido entre otras cosas a la credulidad de la masa. Es por lo que tienen tanta importancia los cambios de rumbo por pequeños que sean.
El tiempo ha pasado, ya no soy un tierno infante y siempre he tenido el firme convencimiento de que mi padre había elegido el camino de los soñadores cosa que ahora puedo comprobar. En cuanto a mí, cuando veo lo que a diario me ofrece esta terca realidad, distingo mejor a los ilusionistas y trato de apartarles de mi vida, procuro seguir el camino que muestran los soñadores, pues nada que no se haya soñado puede realizarse, aunque me suponga renunciar a ciertas materialidades. La satisfacción que siento cuando compruebo que algo ha cambiado, tengo que dar la razón a mi padre, resulta indescriptible.

Fabio López