viernes, 24 de agosto de 2012

LAS COSAS DEL CORAZÓN


    Hace unas cuantas noches me desperté sobresaltado. El bombear de mi propio corazón me había despertado. Como quiera que suelo disfrutar de un dormir sereno, casi como el de un infante, me dejó un cierto desasosiego el suceso.
    Conforme pasaban los días, en ciertos momentos de tranquilidad, volví a sentir ese bombeo que me producía cierta inquietud, pues ya vamos teniendo una cierta edad y por ello tomé la decisión de visitar al médico.
    Cuando me preguntó qué era lo que me ocurría, no acerté más que a decirle que me sentía latir el corazón a veces. No es mala señal, me dijo, eso significa que está usted vivo; no obstante le realizaremos una cuantas pruebas para ver el estado de su músculo vital.
    Le dieron una especie de bolígrafo a mi corazón y pintó varias líneas continuas con ascensos y descensos, sobre un bonito papel de color rojo y blanco. Se sucedieron otra tanda de pruebas de muy diversa naturaleza y al final comenzó una suerte de entrevista, en la que el facultativo que me atendía me preguntó si seguía la actualidad, a lo que respondí con prontitud que por supuesto, que suelo leer varios periódicos, como mínimo las portadas y los artículos más destacados; que escucho radio y televisión y procuro estar al tanto de cuanto sucede en el mundo en general y a mi alrededor en particular.
    El doctor anotaba de vez en cuando, sobre una cuartilla en blanco con una pluma plateada de tinta azul, al tiempo que realizaba algún que otro gesto valorativo a mis respuestas. No podía entender lo que escribía, no en vano se trataba de un médico, al tiempo que las preguntas más diversas no cesaban. Soy incapaz de reproducir todas las que me formuló, pudiendo resumir únicamente que muchas de ellas se referían a mis antepasados familiares y a mis antecedentes en asunto de enfermedades, remontándose a los tiempos de mi infancia, de la que me costaba recordar algunos episodios con claridad.
   En un momento determinado me preguntó si estaba enamorado, a lo que respondí que efectivamente lo estaba, al tiempo que le mostraba mi extrañeza por su pregunta. Afortunadamente está usted enamorado, me contestó, pues debe saber que sin un amor le falta fuerza al corazón.
Finalizado el interrogatorio, consultó unos papeles que tenía sobre su mesa y me dijo que estaba en disposición de darme el diagnóstico. Con mi mirada supliqué que lo hiciera lo antes posible, pues no acertaba apenas a articular palabra.
A usted lo que le pasa es que está enfermo de melancolía, me dijo. Y eso se pasa, le pregunté. Depende de su naturaleza, respondió. Si es usted un sentimental le durará toda la vida y deberá aprender a vivir con ello, pero deberá llevar un tratamiento adecuado; ahora bien, continuó, si por el contrario es una persona egoísta y carente del más mínimo amor y comprensión por el prójimo, no debe preocuparse, se le pasará en unos días.
Ante este diagnóstico le aclaré con urgencia que no solo era un sentimental, sino que además tiendo a ser romántico, a veces en exceso, según alguno de mis amigos; soñador con facilidad, ilusionándome a la mínima por cualquier proyecto y además hube de confesarle que seguidor del Atleti. Por lo que le pedí que por favor me dijera el tratamiento que debía seguir.
Lo primero de todo, me dijo, debe apartarse del dinero, tenga únicamente lo justo para vivir, lo imprescindible para cubrir las necesidades básicas; no acumule, pues el exceso de dinero endurece las paredes de su corazón. Por eso no se preocupe, le dije, soy funcionario.
A partir de ahora, continuó, debe trazar un círculo de un metro de radio, con centro en su corazón; todo lo que suceda dentro de ese círculo es responsabilidad exclusiva suya. Fuera de ese círculo, aunque su influencia disminuye no desaparece, pero carece usted de responsabilidad directa sobre los acontecimientos que allí se desarrollen. Tiene obligación de hacer felices a cuantas personas y animales entren en ese círculo que ha trazado, así como de no causar daño a los que se encuentren fuera de él. Vaya donde vaya, procure rodearse de personas que conserven el grado de humanidad mínimo necesario y apártese de todas las que no cumplan con esta exigencia.
Ayude a elevar la autoestima de todos aquellos que necesiten de su afecto; puede utilizar un gesto, una mirada y siempre que pueda una mano en el hombro suele tener unos magníficos resultados, me continuó diciendo; ayude cuanto pueda cuando así se lo demanden, verá como su salud mejora día a día.
Qué tal anda de optimismo, me preguntó, a lo que le respondí que llevo casi treinta años con una persona que me contagia a diario optimismo a raudales; mejor así, contestó, podrá repartir lo que le sobre a los que tenga más cerca. Sepa, me dijo, que buscar el aspecto más favorable de las cosas es la mejor medicina para el ánimo. Procure visitar con frecuencia a sus deudos y amigos, añadió, de esa forma evitará en cierta medida los ataques de nostalgia. Ha de conversar todo lo que pueda, prestando atención, especialmente, a lo que le digan; escuche, escuche mucho, me insistió, pues saber el estado de ánimo de los que frecuenta es lo mejor para su propio corazón.
En cuanto a su afición por el Atleti, no es necesario que la abandone, únicamente procure dosificar las alegrías, al fin y al cabo su corazón agradece el ejercicio al que se ve sometido. Recuerde por último lo que dijo Blaise Pascal, me ilustró, sobre que el corazón le proporcionará unas certezas que la razón, propiamente dicha, no le puede dar.
Por supuesto, me dijo para finalizar, está usted en su perfecto derecho de visitar a otro especialista que le realice otra exploración, tal vez tenga otro diagnóstico. Como me dejó sin palabras, tan solo acerté a darle las gracias y regresé a mi domicilio. Vinieron a mi memoria los versos de Quevedo sobre cierto médico que casó con Ángela de Mondragón, que yo, por defecto mío, extiendo a los galenos en general, y creo que han muerto entre todos ellos más hombres vivos que el Cid Campeador, y que los médicos son todos veniales comparados con el tal Doctor. Así que he decidido seguir el tratamiento, al fin y al cabo, para mi mal con un médico es suficiente.

Fabio López

Publicado en La Llanura nº 39
Agosto de 2012

sábado, 18 de agosto de 2012

PRESENTACIÓN LIBRO DE LUISJO





Buenas noches señoras y señores.
Estamos aquí para presentar el libro:”Por la senda de Tumut”, cuyo autor es Luis José Martín García-Sancho.
Si fuera un monarca al uso diría que encontrarme aquí en esta presentación, me llena de orgullo y satisfacción, pero mi plebeya condición, únicamente me permite sentir una emoción especial, por lo que les ruego perdonen mis errores, fruto de ese nerviosismo que siento.
Del libro no puedo decir nada porque no lo he leído aún. En cuanto al autor, Luisjo, poco puedo decirles porque no le conozco todavía, ando en ello. Sé que es un homo sapiens de la familia de Candelas y César, a quienes aprovecho la ocasión para felicitarles por la extraordinaria camada que han dejado a esta desorientada sociedad. Su ejemplo debería ser un referente para todos nosotros.
Son responsables también, de lo que sea que es Luisjo, Ana, David y María, sin los que nada sería lo mismo. Han dedicado grandes dosis de lo que la mayoría llama paciencia, y los románticos llamamos amor, para que el chaval se desarrolle.
También lo son en buena medida sus hermanos, algún que otro amigo y sin ninguna duda la Naturaleza, con mayúsculas.
Cuando hace ya unos años le pedimos desde la Alhóndiga, que coordinara las actividades medioambientales de la asociación, tuvimos la sensación de haber despertado a un dinosaurio, y en una suerte de “Parque Jurásico” cobró vida y empezó a descubrirnos toda una serie de paraísos cercanos.
Lo primero que hizo fue enseñarnos que el Agua es Vida y nos llevó al bosque de los gamusinos. Nos guió a “Los Infiernos”, visitamos el lugar de reposo de Branta durante su largo viaje. Paseamos junto a él por las mieses de Otar, conocimos el imperio de Alberta y junto a él vimos a los duendes del bosque en varias ocasiones. Visitamos los cortados rojos del Adaja y fuimos con él a la derecha, siempre a la derecha hasta llegar a “los Lavajares”. Nos descubrió “el Orán”, “la Alberguería” y “el Batán”. Conoce la Tierra de Arévalo y la Moraña como pocos y la enseña como nadie.
Con él los pájaros dejaron de ser todos negros, menos para alguno que debe andar por ahí, y los hierbajos comenzaron a tener nombre y apellidos. En definitiva, Luisjo es, como dijera don Antonio Machado, un hombre bueno, en el buen sentido de la palabra.
Sabíamos de su afición por la escritura y así nos deleita cada mes con un relato sobre bichos en la revista La Llanura, y ahora, va y nos sorprende con una novela.
Estoy deseando comprar su libro para leerlo. Porque espero encontrar al Luisjo que voy conociendo a diario y que seguro me sorprenderá con nuevos matices. Además parte de la recaudación por la venta del libro será donada a la asociación “La Hucha de Tomás”, que su hermano Caco puso en marcha para abrir líneas de investigación en el tratamiento del cáncer infantil.
Así pues Luisjo, háblanos de tu libro que es a lo que hemos venido hoy aquí.
Muchas gracias.

viernes, 3 de agosto de 2012

Un texto de don José

UNA FÁBULA SOCRÁTICA
   Según una noticia de periódico o revista digital, una profesora de un colegio estatal andorrano ha sido despedida porque "enseñaba demasiado" a los niños, ya que, con cuatro años, sabían sumar, restar, leer y casi escribir, con gran satisfacción de los padres. Y es que, según comenta un directivo del colegio, que ha justificado el despido de la profesora, a instancias de un inspector enviado desde Madrid, "los niños tienen un nivel demasiado alto para una escuela pública", y el periodista comenta esta noticia, que él titula "Un mundo de locos"", diciendo que "probablemente dichos avances vayan en contra de las tendencias "progre-pedagógicas" consistentes en convertir la escuela en un festivo centro lúdico y en rechazar cualquier atisbo de excelencia". O, más bien, cualquier atisbo de inteligencia y hasta de sentido común.
   Pero el conocimiento de estos hechos, que nos parece que no serían posibles, nos deja un sabor dramático, porque se producen simultáneamente a varias manifestaciones públicas exigiendo la enseñanza pública. ¿Acaso esa misma enseñanza que no puede permitir y cuya legalidad va a hacer imperar el inspector enviado por el Ministerio de Educación? De manera que no hay estupidez ni error personal, en esa advertencia de exceso de saber de los niños. Es la simple aplicación de la ley.
   Y son las palabras que la noticia pone en boca del director del colegio: "los niños tienen un nivel demasiado alto para una escuela pública", las que nos lo confirman. Y dicen "a contrario" se quiera o se quiera dos cosas: la una que en los colegios privados pueden tener otra medida, y también -y esto es lo más importante- que los señores maestros de esa escuela pública son muy capaces de "enseñar demasiado", pero que pueden despedirlos si lo hacen, y tendrán que ir a la enseñanza privada en la que, por lo visto y por principio, nunca se enseña demasiado o no hay tope oficial para ello.
   ¿Qué es lo que quieren, entonces, los manifestantes que piden una enseñanza "de calidad"?¿Quieren decir que la calidad es que esta enseñanza no tenga ningún exceso? Y lo tristemente cierto es que no van a darse, en esa enseñanza pública, privada o lo que sea, esos excesos, porque la gran preocupación es que no haya fracasos escolares, pero no como resultado del estudio y sus excesos, sino porque algunos señores políticos durante los años pasados, han aconsejado, exigido y en ciertos lugares de España hasta premiado a los profesores que no suspenden, sino el número exacto que debe ser suspendido. Y todo el mundo está muy contento, pero es pura y simplemente un desastre, aunque luego los juegos estadísticos nacionales o internacionales resulten muy brillantes.
   Tener que decir a estas alturas cosas tan simples, fundamentales y socráticas es bastante triste, pero es preciso subrayar ese derecho de todos los niños, sea cual sea el carácter de su escuela, "saber demasiado". No hay otra realidad que pueda llamarse enseñanza.

José Jiménez Lozano
Diario de Ávila, 24 de junio de 2012