viernes, 25 de noviembre de 2011

LOS NUESTROS Y LOS OTROS


Desde nuestro nacimiento ya comienzan a encuadrarnos en un grupo o en otro. “Este niño se parece a nosotros” o “esta niña ha salido a ellos”, los nuestros y los otros. Así suelen ser, más o menos, los desafortunados comentarios en muchas familias ante la primera visión del recién llegado al mundo de los vivos. Con apenas días, ya se permiten establecer parecidos con unos u otros, y casi sin darse cuenta establecer antipatías o simpatías que se arrastrarán durante el resto de la vida de todos ellos. Parecidos y frustraciones nos acompañarán de por vida. Así de irracionales somos a veces las personas.
En mi caso, comencé desde pequeño a mostrar una cierta rebeldía ante estos comportamientos partidistas. Durante mi infancia desconozco lo que de mí dijeran, pero conforme crecía me iba dando cuenta de lo que a mi alrededor sucedía; por eso durante el periodo escolar, que suele ser cuando se definen las aficiones futbolísticas por ejemplo, fue cuando decidí no ser ni de los nuestros como decía la mayoría ni de los otros, como defendía un grupo menor de compañeros de clase… y me hice del Atleti. Como además la genética quiso que físicamente me pudieran encuadrar en una familia y mi carácter por el contrario era un calco del patriarca de la otra, me permitía seguir moviéndome entre dos aguas, en el filo de la navaja en ocasiones.
Luego la vida te lleva a elegir entre ciencias o letras, deportistas o intelectuales, blancos o negros, indios o vaqueros, rojos o azules, ángeles o demonios; en un afanoso intento, por parte de los que defienden una pertenencia excluyente a lo que sea, de separar entre dos bandos al resto de los mortales; así, cuando recibo solamente una indicación de alguien en el sentido de formar parte del grupo de los nuestros, mi carácter primero y mi voluntad después, me llevan invariablemente a buscar al contrario y encontrar afinidades con él, para que dejen de agruparme con ese bando mayoritario y pasen a desagruparme, a continuación, del contrario. Porque mi intención clara es intentar ser de todos, sin que sienta sobre mí, esa impresión de pertenencia a bando, facción o grupo, que pesa en mi ánimo como losa, laude que me hace sentir como muerto y acabado. Es entonces cuando de nuevo me rebelo y busco nuevo acomodo, en un intento de conseguir una militancia no excluyente.
Puede alguien decir que tanto cambio no es bueno, y no puedo decir si lo es o no, porque no lo contemplo como tal cambio. Considero como decía la canción que “…el pensamiento no puede tomar asiento…”. Si la razón, y como consecuencia la capacidad de razonar, me fue concedida por la genética, ha sido entrenada y mejorada por la formación que he recibido y la sociedad me proporciona un cierto margen de libertad de pensamiento, estoy en cierto modo obligado a utilizarla para comprender y dar respuestas a lo que sucede en mi derredor. Serán la inteligencia y el raciocinio quienes me guíen, aunque mi innata rebeldía, hará que en más de una ocasión, los sentimientos me traicionen e intervengan en mi toma de decisiones, todo por no ser de los nuestros, los racionalistas, pero tampoco de los otros, esos sentimentalistas, a veces románticos y casi siempre enamorados.
Esto de las banderías ha sido parecido desde tiempos inmemoriales según nos transmite la Historia, sin embargo, vivimos unos momentos en los que en esta sociedad occidental, que se dice desarrollada, la elección del grupo al que perteneces se hace casi obligatoria, hasta tal punto, que en caso de no mostrar preferencia por ninguno y declararlo públicamente y nunca cambiar a lo largo de tu vida, para de esa manera demostrar tu fidelidad a ese ideal; serán otros los que designen tu encuadramiento, aunque apenas te conozcan, en cualquier grupo, facción o bando. Lo harán además con ese afán de dejar claro que estás con ellos y en contra de los que no son de los suyos, la exclusión de lo que no sienten como propio es su objetivo. Resultan curiosas las situaciones que a veces se producen, asistes por ejemplo, a tu encuadramiento en el bando de los no fumadores, porque no me ven fumar, sin saber que lo he dejado hace tiempo pero no odio a los fumadores, todo lo contrario, me siento uno de ellos, porque lo fui y no creo que perseguir su hábito y a sus personas sea un comportamiento civilizado.
O te encuadran en grupos “anti” lo que sea porque se imaginan que hay cosas que no te gustan y a veces, la mayoría, no te han preguntado lo que piensas o sencillamente no tienes una idea clara acerca de las cosas, porque junto a la rebeldía y en el mismo paquete, venían la duda, la curiosidad, la inseguridad y la inquietud; porque he de reconocer que tengo pocas certezas, las cuales a lo largo de mi vida, han sido puestas a prueba y no siempre han sobrevivido. Vivo casi, sin pretenderlo, en una constante duda. Reconozco a otros que, como yo, andan por la Vida buscando también acomodo. Coincidimos en ocasiones, nuestras miradas se cruzan, una sonrisa de reconocimiento y satisfacción tal vez, pero sabemos que duraremos poco tiempo allí, pues nuestro espíritu nos hará levantar pronto el vuelo de ese grupo; un gesto, una palabra, algo que nos hará apartarnos, porque no es eso lo que buscamos, lo que queremos, lo que defendemos, lo que pretendemos.
Me gusta visitar una iglesia románica, mudéjar, barroca, gótica o modernista pero no suelo ir a misa. Me cansa estar continuamente teniendo que elegir bando, facción o grupo de pertenencia. No quiero hacerlo, me niego, y si las circunstancias me llevan a coincidir con pocos o muchos en algún momento en la defensa de alguna idea, sueño o planteamiento, no tendré ningún reparo en apartarme de esa masa humana si algo deja de gustarme, si no me convence lo que dicen o hacen los que junto a mi se encuentran, o tal vez cambio de pensamiento.
Hay pocas banderas a las que esté dispuesto a seguir, y en caso de hacerlo no garantizo hasta dónde llegaré, dependerá de adónde vaya el abanderado y los que como yo le sigan. Reconozco que todo ello, especialmente esto último, me hace aparecer como sospechoso, tanto para los nuestros como para los otros, pero quienes me conocen saben que no pertenezco tampoco al grupo de los sospechosos, porque me entrego sin condiciones a trabajar por lo que creo, eso sí, mientras en ello creo.

Fabio López