jueves, 4 de octubre de 2012

CUENTOS CON CHISPA


Un cuento de sastres y desastres.


EL TRAJE NUEVO DEL EMPERADOR



Hoy traigo un cuento menos conocido, pero de plena vigencia y que demuestra lo poco que hemos cambiado con el tiempo; por lo menos en algunas cosas, y el vigor y clarividencia de Hans Christian Andersen. Hasta mí ha llegado por medio de un amigo, un tal Manzano, cuyos antepasados han sido todos ellos sastres. Él no ha seguido la tradición familiar y lo único que remienda son las mentes.

Érase hace mucho, mucho tiempo, un reino llamado Morañandia, donde el Emperador, solo estaba preocupado por su guardarropa, a otros les da por otras cosas, y su principal preocupación era el traje que se pondría en cada momento y circunstancia.

Un día, llegaron a la capital de Morañandia un par de sastres, con sus asesores de mercadotecnia y toda la parafernalia y divulgaron por la ciudad la gran noticia: eran capaces de tejer la tela más hermosa que jamás nadie había visto. Los asesores de mercadotecnia utilizaron con prisa todos los medios de comunicación que ellos controlaban de forma mayoritaria, consiguiendo tal difusión entre el pueblo llano de ese reino, que nadie hablaba ya de otra cosa en plazas y cantinas. El mensaje resaltaba además, que era una tela mágica, la tela “era invisible” para los que fueran “indignos” de la posición social que ocupaban, y también para los rematadamente “tontos”.

En un pleno del Ayuntamiento de la capital, se dijo que una tela de tal calidad sería utilizada a partir de ese momento para cubrir hasta su inauguración los grandes proyectos: Murallas que recorrerían todo el perímetro de la ciudad, Museos municipales, Bibliotecas hechas a base de donaciones de escritores famosos, Mercados de Abastos repletos de puestos de todo tipo de productos alimentarios, Plazas de toros con diseño multiusos para actuaciones diversas a lo largo el año, Campos de Fútbol con instalaciones diversas para las diferentes categorías, Piscinas climatizadas a precios módicos; en definitiva muchos de los que vemos a menudo en nuestros pueblos o ciudades, que todos pagamos y sirven para poco debido a la ausencia de gestión de los mismos o a la gestión únicamente con fines recaudatorios. Imagínense ustedes uno cualquiera en su pueblo o ciudad.

Enterado el Emperador de la buena nueva acaecida en su Reino, decidió hacerse un traje con esta tela, pues mataría dos pájaros de un tiro; descubriría quién era indigno, que no indignado, y a la vez distinguiría entre los inteligentes y los tontos de entre su entorno. Los indignos constituían la oposición al emperador y los tontos se mezclaban con el pueblo llano de ese reino.

El Emperador avisó a los tejedores, que accedieron a tejer la tela para él, a cambio de una suculenta cantidad para montar el telar y se pusieron a trabajar. Ansioso el Emperador de ver cómo surgía el nuevo tejido, y temeroso de no poder verlo, envió al Regidor de la capital a echar una ojeada a la tela e inspeccionar la obra, que se había comenzado con un aumento del impuesto urbano de la tasa de recogida de basuras.

-¡Caramba! pensó el Regidor, si el Emperador descubre que no veo la tela, perderé mi cargo, pues no seré digno de él. Debo fingir que la veo. ¡Es la tela más preciosa del mundo! –le dijo con entusiasmo al Emperador al volver a Palacio–.

Pasado un tiempo, el Emperador decidió ir a verla él mismo. Reunió a sus consejeros favoritos y se dirigió al telar. Mostradnos vuestra hermosa tela –dijo-. ¿No la veis señor? Ahí está en el telar –dijeron los tejedores-. Oh¡ sí… sí… -dijo el Emperador- disimulando su vergüenza, porque no veía la tela. Sin darse cuenta de que ninguno de los otros la veía, aunque todos pensaban que los demás la veían. Hubo gritos de admiración por la belleza de la nueva tela. Hacedme un traje de esa tela y me lo pondré mañana para la inauguración del Gran Proyecto.

Los tejedores volvieron a pedirle más dinero para continuar su obra, a lo que el Emperador de nuevo accedió. Esto se soluciona fácilmente subiendo nuevamente otros impuestos al pueblo, como por ejemplo el de patrimonio, pensó, entre todos es más fácil, y nadie puede decir nada pues soy el Emperador.

A las ocho de la mañana del día de la inauguración del Gran Proyecto, el traje estaba listo. O así se lo dijeron al Emperador, que se bañó, se empolvó el pelo, se calzó sus mejores calcetines y zapatos y luego dejó que los tejedores lo vistieran con el nuevo traje y así fue probando y ciñéndose la camisa, la chaqueta (con aparentes preciosos dibujos), el pantalón, e incluso la esplendida cola que llevaría, además por supuesto de la ropa interior. No queriendo aparecer como tontos o indignos, el Emperador y todos sus consejeros, admiraron el traje ante los espejos, aunque no había traje alguno.

–Le queda de maravilla, le dijeron tanto los tejedores como sus consejeros. Me queda de maravilla –aseveró el Emperador- aunque no veía nada excepto sus calcetines y zapatos.

Empezó el desfile por las calles de la ciudad. Todo el mundo sabía lo de la tela. Todos sabían que solo los listos y los dignos podían verla, y que los demás no la verían.

¡Mirad el nuevo traje del Emperador! ¡Qué hermoso es! – gritaba la gente por la calle, mientras pasaba el Emperador seguido por sus ayudas de cámara que portaban la cola.

Cuando llegaron al Primer Gran Proyecto para su inauguración, una Piscina Cubierta tapada por la misma tela del traje del Emperador, todo el séquito y el pueblo llano esperaban con impaciencia las palabras imperiales y solemnes que la ocasión merecía, y entonces, la voz de un niño pequeño que no conocía la naturaleza de la tela con la que habían confeccionado el traje, sobresalió de las demás. ¡El Emperador va completamente desnudo! -gritó- mientras su padre intentaba tapar la pequeña boquita, muerto de vergüenza y de temor por aparecer ante todo el pueblo como el padre de un tonto, pues su hijo no tenía edad aún para ser considerado indigno y mucho menos indignado a pesar de las fechas que corrían, era el 11-M de aquel año de gracia.

A continuación, la gente comenzó a gritar: ¡El Emperador va desnudo! ¡El Emperador va desnudo! El Emperador tiritaba de frío y se dio cuenta de que “el pueblo tenía razón”, eso sí, continuó con la procesión hasta el final aunque por dentro llevaba otra procesión, por fuera intentaba mantener una cierta dignidad.

Según algunas fuentes, el Emperador aprendió la lección y no volvió a las andadas nunca más; envió a su guardia a prender a los hombres que se habían atrevido a burlarse de él. Pero ya habían desaparecido llevándose todo el dinero a un paraíso fiscal, las Islas Caimán. Dedicándose, desde ese día, más a los asuntos de estado y escuchando y valorando más la opinión de sus vecinos, con mayor entrega a la gestión de su reino al tiempo que apartó y castigó a sus malos consejeros. El emperador, con conexiones internacionales, sabía de la llegada de una crisis económica sin precedentes, así que disminuyendo el número de consejeros se adelantaría a las aviesas intenciones de la oposición de reducir funcionarios, atribuyéndose la medida como éxito suyo.

Pero otras fuentes señalan, que el Primer Gran Proyecto se realizó, se pagó con alguna subvención de la Junta del Reino y la colaboración de todos con sus impuestos, se inauguró y se cerró al poco tiempo, pues nadie se comprometía a gestionarlo. Esas mismas fuentes señalan que al contrario que en el cuento, no se aprendió la lección. El Emperador no sabe o no contesta, por si acaso, o ni sí ni no sino todo lo contrario la mayoría de las veces, a los pocos días volvió a dejarse tomar el pelo por el siguiente “sastre” que llegó al pueblo.

La tela se ha conservado a través de los siglos hasta nuestros días, para que perdure en la memoria histórica de los ciudadanos que si no aprendemos, quizás haga falta nuevamente la frescura y la inocencia de los niños, que son los únicos que se atreven a decir las verdades para que la gente se despierte de los engaños.

Como siempre, y en previsión de que alguna persona o entidad física o química o fisico-química incluso, se sienta agredida por este antiguo relato, pedimos perdón a todos, tanto por acción como por omisión. Como podréis imaginar, nada más lejos de nuestra intención que molestar lo más mínimo, absolutamente a nadie. Lo cierto es que desde entonces, según me cuenta mi amigo, quedó el dicho ese de que “ buen sastre es el que reconoce el paño”; claro que también quedaron otros como: “El sastre del Campillo, que cosía de balde y ponía el hilo.”, “Cien sastres, cien molineros y cien tejedores, trescientos ladrones.”, “Bien puede haber puñalada sin lisonja, mas pocas veces hay lisonja sin puñalada.” o “La adulación es el recurso de la incompetencia y el abrigo de la inseguridad.”.



Y ahora sí, colorín colorado que este cuento se ha acabado, y además fueron felices y se comieron nuestras perdices.

Agustín García Vegas, Chispa y José Mª Manzano Callejo.