miércoles, 20 de febrero de 2013

CANTO DEL PERDEDOR

Desde lejos han rugido las hordas
en las horas muertas junto al lago
que riega las montañas y la cresta
umbría de algunas que otras palabras.
Han clamado las voces al ocaso
como un emjambre que labra silencios...
A la mañana se despierta la sonrisa
con la tez ebria como tizna de vino
ácimo después de la noche inculta.

Y tú, poeta del silencio y más que amigo
casi sin saberlo te asomas
a los rostros. Acaso jamás adivinaste
que aquella noche estuviste invitado
al ceremonial de tu propia caída
entre licores groseros y ebriedad.
Y tú casi sin saberlo... el ruiseñor
plácidamente tañía en la enramada
mientras pulsaba su caricia en los oídos.
Y tú sin saberlo: bordaban las acacias
la flor del verano y allá abajo
tus hijos escrutaban el ocaso.

Nadie adivinó que por la tarde
el ruiseñor ventease entre la luna
que ladinamente restregaba sus ojeras,
el filo de una certera puñalada.

"Has caído en desgracia" -repetía
desde lo hondo del espino.
"Has caído en desgracia" -confesaba
el ocaso a su hoguera apagada.
Los labios son espadas del eco:
-"has caído en desgracia, en desgracia
ante los hombres... Has caído...
y está acabado... acabado ya".
Solo esta música te queda por soñar.
Solo esta lira te queda que pulsar.
Y el ruiseñor lloraba en los oídos,
inundaba las sombras del ocaso
con el rostro de la melodía más amada.

Allá, secretamente, en el lejano Delfos
alguien dijo al oído del poeta
que los eternos tiranos, los de siempre
sedientos de puños y de espadas
hoy como ayer o mañana, habrán de perseguir
su memoria allá donde el ocaso
trémulamente se anuncie
desde el canto de los suaves ruiseñores.
A ti, poeta del silencio y más que amigo
que vives tu soledad como un destierro
entre amigos, tu ciudad y sus confines.

Solo esta música te queda por soñar.
Solo esta lira te queda que pulsar
a la sombra de los sauces del río
cuando agonizan los últimos olmos
cuando se agotan las últimas horas.
Cuando este siglo agobiado fallece.

                               Noviembre, 1999


Francisco Javier Rodríguez Pérez