lunes, 6 de diciembre de 2010

Parábolas y circunloquios de Rabí Isaac Ben Yehuda

Por marzo, con los días ya largos y soleados, cayó Rabí Isaac Ben Yehuda en un mesón muy viejo, lleno de titiriteros que iban camino de la ciudad a representar la verdadera Pasión del Salvador, pero eso les resultaba tan difícil que tenían que ensayar continuamente para hacer llorar al pueblo, sin conseguir lo cual nadie les daría un ochavo.
–Bien haría éste de Caifás –dijo el jefe de los titiriteros al ver entrar al hombre con su cesta de quincalla y su nariz como pico de águila o de loro parlamentario.
Pero cuando supieron que, efectivamente, era un judío, no le denunciaron por eso, ni tampoco le mostraron animosidad alguna.
–Nosotros ni entramos ni salimos en esto de la Pasión del Redentor –le aseguraron–. A nosotros nos pagan por representar este auto y mejor querríamos representar las comedias de la Pascua o de la Navidad o de otro tiempo en las que salen amores de hombres y mujeres, más sustanciosos. Pero a nosotros nos da lo mismo, nada tenemos que ver con Él, puesto que los curas se lo han apropiado y nos niegan hasta la tumba en el cementerio, excomulgados como estamos. Y, a no ser porque representamos también a la Magdalena, no nosdejarían hacer la Pasión del Redentor como a herejes indignos. Pero la Magdalena les gusta con sus pechos desnudos, porque dicen que así se muestra el pecado, pero es que los pechos son dulces de ver siempre y nuestra Magdalena los tiene hermosos y blancos como dos montones de nieve. Todos los ojos están sobre ella, aunque Cristo esté colgado de la cruz.
Pero no se volvió a hablar más de esas cuestiones. Los titiriteros siguieron con sus sus ensayos y hartándose de comida para prevenir los tiempos de hambre que siempre estaban colgando sobre sus cabezas. Por las noches jugaban a los dados sus papeles y quien hacía de rey hasta entonces perdía su trono, y el que representaba al patán leproso ceñía la corona. El buhonero vio dos o tres veces vaciarse su cesta con esas vueltas de la fortuna en la cocina del mesón, y también jugó a los dados y al ajedrez, al tarot y a la gallina ciega, con las mozas y los muchachos que llegaban de las aldeas para ser cómicos. A punto estuvo de olvidar a Yhvé Dios, Bendito sea su Nombre, porque esta era la verdadera vida.
Un bufón trajo, luego, una noche, noticia de la guerra, pero dijo que la guerra era como el ajedrez o las cartas. ¿Qué harían los hombres sin la guerra? La vida entera sería como una noche sin jugar a los dados. Así que todos los titiriteros se prepararon para la guerra. Ellos no lucharían, ciertamente, pero se informarían muy bien de quién ganaba la batalla y le proclamarían el príncipe más justo y poderoso del mundo. Le dedicarían una comedia y canciones, y, si les daba de comer y lecho bien mullido, podrían asegurarle incluso que viviría mil años, tendría cien esposas y muchos arcones de oro. Porque esto, al fin y al cabo, era lo que todos ansiaban, aunque lo andaban disimulando con los rezos y los "tedeums" para poner al Dios del cielo de su parte. De otro modo no serían príncipes, si no pudieran darle las gracias a ese Dios por haberse portado cabalmente en las batallas, y lo más natural era que, si perdían, destruyesen las iglesias y violaran a las monjas. ¿Acaso no eran las novias de Dios? ¿Y qué se hace con las novias, las esposas, hijas o hermanas de los traidores y vencidos?.......