domingo, 18 de marzo de 2012

MANERAS DE VIVIR

“Tiene usted que quitar las cabras”, me dijeron mis hijos hace pocos días. Naturalmente les dije que sí. ¡Qué iba a hacer! Porque no digo yo que a mis 84 años no sea momento de dejar de salir con las cuatro cabras que me quedan al campo. Pues desde los 11 años que empecé a hacerlo, no recuerdo yo día que no haya salido con ellas, bueno sí, los años de la mili, tres o cuatro años estuve, entre lo del servicio militar y lo de probar a quedarme en Madrid, sin salir al campo con mis cabras. Pero como el trabajo en la ciudad grande no me prestaba bien, volví a mi pueblo y aquí he vivido desde entonces.

No tengo fuerzas ni tiempo para explicar a mis hijos, que las cabras son mi vida, mi forma de vida. No creo que me entiendan cuando les explique que es de las pocas cosas que mantienen mi interés por la vida. Porque a parte de mi mujer y las tareas del día a día, casi nada me queda. A ellos, a mis hijos, les veo una o dos veces al año o poco más. A los nietos menos y a los bisnietos que tengo les he visto en tres o cuatro ocasiones solamente.

Los hijos son la primera alegría, pero no tenía apenas tiempo de estar con ellos. Había que buscar la forma de ganar para darles de comer, vestirles y procurarles un porvenir. Estudios no pude darles, no nos llegaba el dinero, pero de comer nunca les faltó.

La primera “gran alegría”, los nietos. De ellos pude disfrutar más, aunque ahora vienen menos a vernos. Los bisnietos llegan tarde, ya casi no queda tiempo para gozar con ellos, aunque tengas ganas y te ilusione mucho su llegada.

Recuerdo que el primero que empezó con las prohibiciones fue el médico. Mi mujer le dio la razón, ella no sabía lo que le esperaba para más adelante. Me quitó de fumar, decía que era perjudicial para mi salud. Nunca me gustó porfiar, y dejé de fumar. Entre mí, estaba convencido que eran peores los fríos y los calores que durante toda la vida he pasado, y los esfuerzos y las palizas a trabajar que me daba a diario, mucho más que el tabaco. Pero el médico era él y tenía a mi mujer de su parte.

Luego fue la sal, lo que no me importó demasiado pues no fui aficionado a ella; el café y el alcohol también me dijo que los tenía que dejar, pero como nunca fui de beber alcohol y el café solo los domingos, pues tampoco me costó mucho sacrificio.

Pero ya me hacía pensar todo eso y las recomendaciones de mis hijos. Que debía cuidarme, decían, no se si tendrían idea de que me hiciese poco menos que eterno. Resultaba curioso que a mí me recomendaban prudencia y cuidados y ellos hacían continuas temeridades. Porque en mis tiempos, cuando nevaba por ejemplo, tenías que recoger el ganado, procurar tener una buena carga de leña y alimento para mejor pasar el tiempo, hasta que la nieve dejase el campo libre; ahora no, ahora van a esquiar y a hacer montañismo y no sé cuántas cosas más, según veo y me cuentan, que parecen divertirse poniendo en peligro sus vidas, sin hablar del conducir, que ni una guerra causa tantos muertos cada año. Y luego venga recomendar a los viejos que nos cuidemos y nos prohíben comer, beber y hacer todo aquello que más nos gusta, con intención de alargarnos la vida para convertirnos no sé si en dioses inmortales. Que no digo yo que no agradezca haber vivido hasta ahora, que lo agradezco y mucho; pues he tenido una vida intensa y plena, con alegrías y sinsabores, pero si siguen quitándome de hacer cosas por un lado y que cada vez me manejaré peor, no digo que no llegue a vivir mucho tiempo, pero no se si será mi vida la que me toque vivir.

Que no era justo que murieran encima del arado, como mi padre, o por ahí perdidos en el campo con el ganado, obligados a trabajar hasta el último día de sus vidas. Pero alargar la vida, sin fin, sin nada que hacer, que me parece que es para mantener a todos los que viven de cuidar a los viejos, y sacar los cuartos a los hijos, si se ocupan de nosotros, que esa es otra, que hasta eso puede suceder que te veas más solo que la una.

Ahora que, tengo entre mí, que no me convence eso de vivir de cualquier manera. Aunque pastor de cabras toda mi vida, algo tengo leído, que siempre me gustó y las cabras eran esclavas pero dejaban tiempo para coger un libro, que siempre llevaba uno en el morral y los clásicos siempre han sido mis preferidos. Tengo entendido que en otras culturas no hay mayor respeto a los viejos que dejar que mueran con dignidad. Que no digo que esté en contra de los avances médicos, que son buenos y nos evitan muchos sufrimientos, ni que esté a favor de la eutanasia, que tengo mis dudas. ¡Pero si a uno le quitan de hacer lo que más le gusta! Si no puedes conducir, como al maestro, que fue dejar de conducir y ya no volvió a ser el mismo; si te quitan de cavar en el huerto, como a mí me ocurrió, para no pasar penalidades; si ahora me toca dejar las cabras, ¿qué voy a hacer?. Porque no sé si viviré muchos años más, que los 84 que tengo ya están bien, pero seguro que se me hace más largo, y a saber cómo estaré entonces y mi mujer cómo estará y sentirse una carga; no sé, pero creo que hay maneras de vivir, como dice uno de esos que escuchan mis nietos, esos de los pelos largos que tocan la guitarra y hacen música. Pues yo añado que a lo mejor hay que pensar que por muchos avances, eternos no nos haremos y que habrá que pensar en las vidas que nos esperan y a lo mejor, digo yo, en la manera de vivir y de morir.