miércoles, 21 de noviembre de 2012

SINLABAJOS: EDILES, CURAS Y ANIMALITOS.

Lo de conocer la comarca crea una cierta adicción, por eso no podemos dejar pasar mucho tiempo sin hacer una correría. En esta ocasión han sido Sinlabajos, Muriel y Donvidas, lo que viene siendo parte del antiguo sexmo de Sinlabajos. La cosa iba de visitar iglesias, lo que nos encanta, en unos tiempos en los que en estos templos de la Tierra de Arévalo y la Moraña son unos pocos feligreses de avanzada edad los que con más regularidad suelen frecuentarlos. Pocos feligreses pues hay poca población y además, los aún más escasos curas en muchos casos, no andan muy bien en la cuestión esta de la mercadotecnia, y en lugar de sumar y multiplicar, suelen ser más de restar cuando no de dividir.
Han coincidido además dos anécdotas, con diferente protagonista de un lado, pero un denominador común; del otro el mismo protagonista, cuyo nombre me vais a permitir que mantenga en el anonimato. En ambos casos soy testigo directo de lo ocurrido, no es algo que me hayan contado las lenguas de doble filo ni nada por el estilo, lo he presenciado personalmente, y por eso notario como el Luisma, “doy fe”.
En el primer caso, un concejal, edil o cualquier otro sinónimo, se permite exigir que corran con los gastos de limpieza del local, seguro y todo lo demás a unos jóvenes por venir a representar una obra de teatro en un local municipal, el día de la patrona del pueblo que supuestamente gestiona ese personaje, cuando, que se sepa, no hay ningún otro acto organizado para celebrar dicha festividad. Gracias a la crisis han encontrado el pretexto idóneo para ocultar su incompetencia, facilidad para el despilfarro en épocas de abundancia y nula imaginación en las de escasez.
En el segundo, un cura, demostrando una falta de humildad impropia de su cargo, exige cortesía al tiempo que demuestra una enorme falta de educación. Menosprecia a un firme colaborador ante un grupo de personas que habían acudido a visitar uno de los templos que administra, en los cuales por cierto y viendo el éxito de público que los frecuenta para el culto, están más próximos al cierre por cese de actividad que a una ampliación, y salvo milagro, uno de esos en los que como reclamo publicitario puede hacer llenar el templo, no tiene mucho futuro. El milagro es más difícil de lo habitual pues el problema es la falta de gente a la que convertir en fieles creyentes.
En ambos casos el denominador común es una figura poliédrica con muchas caras. Una es el afán por detener cualquier intento de innovación, cortar la capacidad de iniciativa de cualquier persona que no pertenezca a su círculo de aduladores, meapilas y lameculos; los cuales sumisos, solícitos y obsequiosos, ríen las gracias y aplauden las ocurrencias de estos personajes, ediles y curas. Otra es el creerse amos de lo que gestionan, ellos que no pasan de ser meros administradores del bien cuyo único y legítimo propietario es el pueblo soberano. Y lo son, sin ser los mejores ni más capacitados para ello, por haber contribuido al descrédito de la actividad que ejercen, con sus comportamientos, con sus actitudes, alejando a las personas que con buena voluntad se ofrecen a colaborar.
Son despilfarradores en épocas de abundancia y escasos de imaginación cuando la necesidad aprieta. Pero son al mismo tiempo tan soberbios y cicateros que ni reconocen su falta de capacidad ni reconocen la valía a los que la tienen, no aceptando tampoco ni ideas ni sugerencias, y mucho menos críticas, por constructivas que sean, que hayan salido de lugar diferente a sus caletres.
Han conseguido que la mayoría de la población se desinterese y aparte de la política, en la parte que corresponde a la vida pública; y de la religión, en cuanto a manifestar en público las creencias. Porque han de saber que la mayoría de la ciudadanía, aunque no lo parezca, en privado tiene y mantiene una cierta ideología política, aunque tengan cada vez más reparos en manifestar sus opiniones y muestren menos interés por participar en los órganos de gobierno de su comunidad. Ocurre algo parecido en materia religiosa, pues mantienen sus creencias en privado, absteniéndose de mostrar en público sus convicciones, al tiempo que se encuentran a mayor distancia de los que dicen ser sus pastores de almas.
Los políticos de medio pelo que abundan en la vida pública, tanto de izquierdas como de derechas, abominan de los independientes y muchos de los curas de los librepensadores, pretendiendo dar pensadas las cosas a las personas que se les acercan, no admitiendo ninguna otra interpretación de la vida que se aparte de su doctrina.
Ante esto, algunos no nos resistimos a entregar la cuchara. Cierto es que cada vez me encuentro mejor paseando por el campo, junto a mis amigos, observando a los animalitos. Disfrutar del patrimonio natural me produce menos sinsabores. Pero confío plenamente en las personas, a pesar de que cada día alguna me defrauda. Renuevo cada día mi fe en ellas. Encuentro además, ediles y curas que se alegran de nuestro interés por lo que administran, aceptan nuestro esfuerzo por mejorar las cosas, nos plantean sus preocupaciones y se muestran entusiasmados y esperanzados con nuestra entrega y dedicación. Nos reconocemos mutuamente como gente rara que parece desenvolverse en un entorno hostil. No tenemos prisa por conseguir cambiar lo que no nos gusta, aunque desearíamos fuera cuanto antes. La constancia es un valor que nos intercambiamos para mantener el aliento en esta tarea que hace tiempo comenzamos.
Somos además conscientes de nuestra pequeñez. Unos pobres diablos en una pequeña comarca de un país no muy grande en un planeta diminuto dentro del inmenso universo. Unos pocos años de trabajo en unas tierras que llevan millones de años formándose. Pero es ahí donde radica nuestra fuerza. No tenemos poder ni lo queremos, no tenemos recursos pero buscamos soluciones. Vemos problemas e intentamos resolverlos. Procuramos sumar adeptos a la causa para multiplicar resultados, sin dividir y restando únicamente dificultades.
No pensamos que dar a conocer el patrimonio sea invitar a su expolio como pretenden hacer creer. Me recuerdan el caso de aquel médico que fue avisado por la familia de un venerable anciano, que había fallecido, para que certificase su defunción. Al llegar a la casa del finado y una vez extendido y firmado el correspondiente certificado de defunción, fue acusado por los herederos del difunto de haber causado su muerte.
Amamos lo que hacemos porque estamos aprendiendo a conocer lo que tenemos. Compartimos cuanto tenemos y escuchamos a todo aquel que se acerca a nosotros. No somos infinitamente buenos ni casi perfectos como Mary Poppins, por eso, de vez en cuando se hace necesario un cierto desahogo, y dejamos salir de nuestras bocas y nuestras plumas algún que otro improperio, más con el ánimo de desahogarnos que de despreciar; porque el día que queramos despreciar y ofender de verdad, nos dedicaremos a visitar únicamente el campo y a observar a los animalitos y el día que ni eso nos dejen hacer, volaremos en nuestro interior, con nuestra imaginación y nuestro pensamiento, que allí no pueden entrar estos mequetrefes que se creen los amos de esta España catastrada.
Por cierto, padre cura, no, no he dejado donativo que según parece es algo que le preocupa; ya marco con una equis la casilla correspondiente a la iglesia católica en mi declaración de la renta, aunque viendo el comportamiento de muchos de ustedes y la gestión que hacen del patrimonio, me lo pensaré en la próxima ocasión antes de marcar nada. También reflexionaré aún más mi voto, por cierto.