domingo, 18 de julio de 2010

LA CHAQUETILLA BLANCA



Y también me acuerdo yo de Franco, de una vez que pasó por la carretera general cerca del pueblo, y fuimos allí al cruce todos los chicos y chicas de las escuelas con banderitas españolas, y cantando. Todo el rato cantando, durante casi los dos kilómetros de camino que había desde el pueblo hasta la carretera general; y luego allí, esperamos un rato descansando hasta que, de repente, dijeron: “¡A formar, que ya llega!”. Que si nos descuidamos un poco llegamos al humo de las velas (1), cuando ya hubiera pasado el Generalísimo. Así que formamos muy deprisa en dos filas, una a cada lado de la carretera general y, cuando ya se veían venir los coches por toda aquella explanada de rastrojos (2), todo el mundo comenzó a quitarse la gorra, y don Jacinto, el boticario, el sombrero, que ni en misa se lo quitaba, salvo al alzar (3), porque tenía un permiso para ello, porque en la cabeza tenía una parte de metal que decían que era de platino y valía una fortuna, pero era temerosa de ver, de lo reluciente que era.
“¡A descubrirse!”, grito el alguacil, y luego dijo que diéramos los gritos “de ritual” que nos enseñaban, así que todos comenzábamos a gritar “¡Franco! ¡Franco! ¡Franco!”, con el brazo bien extendido y la mano bien abierta, que no pareciera un gurullo (4) o que estábamos cazando mosca, nos decían. Pero de repente ¡zas!, ni oídos, ni vistos, los coches de Franco pasaron a toda velocidad detrás de unos motoristas y de un coche grande, de muchas plazas, con un altavoz que decía: “¡Apártense! ¡Apártense!”. Y nos apartamos de la carretera, claro está, y los coches pasaron como una exhalación (5). Aunque doña Concha, la maestra, dijo luego que desde su sitio, donde estaba, ella había visto muy bien que Franco nos había sonreído y nos había dado de mano por la ventanilla; y al día siguiente, en la escuela, nos pusieron un ejercicio: que pintáramos la bandera española, sobre la iglesia y dos o tres casas, y luego una línea recta a un lado y a otro de las casas, que era el campo, y que escribiéramos todos al principio: “En una otoñal y soleada tarde de Castilla”; que todos pusiéramos esto, y, luego, cada cual lo que había visto y cómo era Franco. Y no sabías lo que poner, aunque te parecía que un poco sí que le habías visto, al resbalar, a Franco.
Pero al que sí que vi yo bien cerquita fue a un ministro que vino de Madrid a “un acto de afirmación” que entonces se llamaba, cuando concentraban a la gente en la capital o en la cabeza de partido (6), y también nos llevaban a los chicos y a las chicas con las banderitas. Decían allí una misa encima de una tarima alta o escenario, y, luego, había discursos. Pero antes, fuimos a recibir al ministro a la entrada de la plaza mayor, al final de una calle que desembocaba allí entre los soportales; y me acuerdo que, cuando bajó del coche y se puso a saludar a todos, era un hombre grande y gordo, y muy bien puesto. Aunque lo que a mí me chocó más de todo fue que llevaba una chaquetilla blanca como la de los camareros de los cafés, o como la de los chicos de la Primera Comunión, con cordones y hombreras. Y luego, me fijé en que el ministro tenía también un brazalete negro en un brazo; pero eso nos extrañó menos a todos, porque había entonces mucha gente que guardaba así los lutos, porque casi todo el mundo tenía un muerto por el que llevar luto, y si se le guardaba luto con el traje entero de negro, pues todos juntos los españoles hubieran parecido como una bandada de tordos cuando cae sobre un sembrado. Y no tenía que ser así, sino que lo que teníamos que hacer era una España “alegre y faldicorta” (7), dijo, que no se me olvidará: o sea con las minifaldas que, luego, vinieron, ¿no? Y me parece que el obispo nos dio la bendición, y al final cantamos.
Algunas personas mayores se marearon, porque el acto de afirmación duró mucho tiempo, y hacía mucho calor, que debía ser por mayo o junio, y daba gusto luego al anochecer sentir correr el aire en el camión de vuelta a casa. E íbamos comentando todos cuánto podía costar aquella chaquetilla blanca, tan bien planchada, del ministro. “¿Y cómo un ministro iba a ir con una chaqueta como de camarero o de Primera Comunión?”, decía mi madre luego; que a sabe lo que habíamos visto, que nos llevaban a ver apariencias, y luego, veníamos con la cabeza llena de grandezas y visiones, como la de la chaquetilla blanca. “Aunque, a lo mejor ¡qué se yo!”, decía también; que a lo mejor podía ser verdad, porque a saber cómo tenía que vestirse un ministro y gente así, con qué figuraciones y señuelos (8).
Y hasta Franco mismo, dijo el alcalde, se ponía a veces chaquetillas de ésas, y no el traje de los domingos, para recibir.

José Jiménez Lozano




NOTAS:

(1) Llegar a un acto cuando ya ha concluido.
(2) Campos en que sólo quedan las partes bajas de los tallos de la mies una vez segada ésta.
(3) En la misa, elevar la hostia y el cáliz después de la consagración.
(4) Una masa sin forma.
(5) Como un rayo, muy rápidamente.
(6) Ciudad en la que están establecidos ciertos servicios comunes a un territorio –partido judicial –, especialmente el juzgado.
(7) La expresión es de José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange.
(8) Cualquier cosa que, con algún engaño, sirve para atraer a una persona o inducirla a que haga algo.